La muerte de mi hermano
Salud lunes 1, Feb 2021
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- Entendimos el doble discurso: por un lado se decía en las ruedas de prensa gubernamentales que había capacidad hospitalaria, pero en realidad no había camas, ni médicos, ni equipos. La sugerencia del 911 siempre fue que se atendiera en casa
Sergio Garcías
El pasado cinco de enero mi hermano Luis murió de COVID 19. Tenía 62 años y nos ha dejado un vacío irreparable. En 18 días vivimos junto a él un infierno de negligencias médicas y la ausencia de un Estado que garantizara su derecho constitucional a la salud.
Su calvario inició en la etapa de detección y análisis clínico. El 19 de diciembre Luis, sintiéndose mal del estómago, tuvo que hacer la primera de muchas filas que siguieron, a las 4 de la madrugada, para tener ficha y lugar en una prueba que resultó positiva.
Dos días después del diagnóstico su respiración requería de oxígeno; una segunda fila de 4 horas en la empresa INFRA nos permitió comprar tanques de 632 litros que solo duraban dos horas; no había de otros, nos dijeron. Cuatro tanques y sus insumos: 30 mil pesos. Era insuficiente, también mi hermana contagiada necesitaba oxígeno.
Siguiente paso, buscar en un océano de estafadores y especuladores dos concentradores de oxígeno, acudimos a estos ante la respuesta de empresas establecidas de que estaban agotados y no había en renta. Gracias al apoyo de mi cuñado compramos a crédito dos aparatos en Durango que, con la inseguridad de la carretera, trajo a la CDMX junto con dos amigos manejando toda la noche para poder enfrentar la crisis. El costo de esta operación fue de 70 mil pesos.
Las recargas de oxígeno merecen un comentario especial. Ante la demanda excesiva, la empresa INFRA trabaja 24 horas; las filas interminables del día nos obligaban a recargar nuestros 4 tanques a las dos de la madrugada, donde el riesgo de contagio y sobrecogimiento eran menores, porque las filas eran menos largas.
Esas eran las filas del desánimo y la zozobra: mucha gente en franca desesperación, que con angustia y lágrimas tenían que salir de la fila al enterarse del costo de los cilindros y del oxigeno; le llamaban a su familia y pedían cooperación con las personas formadas para completar una recarga. Se respiraba tristeza e impotencia. Sabíamos que la gente sin oxígeno iba a morir y no podíamos hacer nada.
La condición de mi hermano se agravaba. Muchas llamadas infructuosas al 911, en las que nos indicaban que lo atendiéramos en casa porque no había lugar en hospitales, hizo necesario contratar una enfermera. Del 28 de diciembre al cinco de enero. Tratamientos equivocados de médicos charlatanes que prometían salud con células madre como el doctor Erik Octavio Madrigal Rodríguez; con hidróxido de cloro, con cortisona; otros que querían dar consulta en línea; unos más, los menos, con buena voluntad, pero que llegaron demasiado tarde.
De nueva cuenta 911, no hay lugar; 911, no hay hospitales. Locatel y 911, las únicas vías para un hospital público. La oxigenación cada vez más baja, todos los hospitales saturados. Ambulancias que nunca llegaron, solicitudes de traslado a un hospital que nunca fueron atendidas.
Entendimos el doble discurso: por un lado se decía en las ruedas de prensa gubernamentales que había capacidad hospitalaria, pero en realidad no había camas, ni médicos, ni equipos. La sugerencia del 911 siempre fue que se atendiera en casa.
Luis murió el cinco de enero a las 8:30 de la noche. Ahí empezó otra tortura: ningún médico podía ir a certificar la muerte, requisito indispensable para contratar una funeraria. Fue esta misma la que encauzó un médico que, previo pago de cuatro mil pesos, nos extendió un certificado a distancia.
Morir por COVID en días que superaban el inmediato anterior en número de decesos, significó que fueran por mi hermano hasta diecisiete horas después de su fallecimiento; la fila para recoger cuerpos era muy larga. Aunado a ello, el seguro funerario no contemplaba cremación, y debido a la causa de muerte estábamos obligados a ello. Veinte mil pesos más resolvían el asunto. Afortunadamente alguien más nos prestó su propio plan. Gracias a esto pudimos contratar la funeraria.
La última fila fue la más triste. Mucha gente murió en esos días y, según la agencia, se contaban por cientos en la ciudad, así que del martes por la noche que murió mi hermano, fue hasta el domingo que tuvo su turno para cremación. El Acta de Defunción no tiene fecha de entrega y se tuvieron que pagar 4, 500 pesos por un seguro de riesgo. Las causas de su muerte: Insuficiencia Respiratoria, así que no va a aparecer en los registros de SARS COVID 19.
No pudimos velarlo, ni verlo por última vez, no pudimos darle el adiós que merecía y dejó un hijo en la orfandad. También nos dejó a nosotros, sus hermanos y amigos, huérfanos; huérfanos de él y de su buen humor, de su solidaridad y de su amor por la familia.
Quedan muchas reflexiones por hacer, la primera es que los esfuerzos del gobierno de la Ciudad de México son inútiles.
¿De qué sirve detectar casos positivos si no se pueden canalizar a ningún hospital?
Todo un problema de salud pública con dimensiones y proporciones desbordadas, caóticas, cuya atención se ha dejado casi por completo al ámbito familiar: sin asistencia médica, sin apoyo de concentradores de oxígeno, sin tanques, sin control sobre la medicina privada y los charlatanes que han tomado por asalto y sin escrúpulos las necesidades de cientos de miles de enfermos, y sin vigilar y regular el mercado de insumos.
Desde este lado, a quienes hemos sido afectados por la pandemia nos resulta incomprensible el descontrol del comercio informal que sigue operando con normalidad; la libertad para hacer grandes fiestas y reuniones, y nos parece imperdonable la ausencia del gobierno en cada lugar donde hay un enfermo al que le pidieron curarse en su casa, en las cuadras, en las colonias. Nos veremos en las urnas, que no se les olvide, nosotros no olvidaremos su actuación.
Para los hermanos, familiares y amigos de Luis, y supongo para quienes hemos perdido a alguien por falta de atención, el sentimiento es de coraje, de rabia, de enorme impotencia, de indefensión ante un Estado que no garantiza derechos y de un gobierno que en su sector salud sigue directrices similares a las tomadas en los últimos 30 años, que privilegian el mercado antes que a los ciudadanos. No hay medicina social en el país.
Estamos de pie por la enorme respuesta de familiares, de amigos, de amigos de amigos que se movilizaron para apoyarnos. Un amigo de la Hermandad Leopardos de Prepa 8 Arquitectura de futbol americano que nos prestó el primer concentrador de oxígeno; la directora de Prevención de la Policia de Ecatepec de Morelos que nos prestó uno más para mi hermana. El apoyo en lo económico, en lo logístico, en buscarnos los insumos. Se crearon grupos de oración, muestras de preocupación y de atención, en fin, la solidaridad se hizo presente y nuestra angustia no la vivimos en el vacío ni en el abandono.
A mi hermano lo mató la negligencia médica y la imposibilidad del actual gobierno de garantizar el derecho a la salud. Lo que podemos hacer para honrar su vida y su nombre es no quedarnos callados e invitar a todas las personas a dar su testimonio y exigir castigo a los culpables.