Xenofobia homicida
Freddy Sánchez jueves 28, Ene 2021Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Guatemaltecos o cualquiera otra que fuera la nacionalidad de los 19 masacrados en Camargo, Tamaulipas, una cosa es segura: la delincuencia organizada no discrimina.
Lo mismo mata a nacionales que a extranjeros, autoridades o civiles, hombres o mujeres, jóvenes o niños, lo que equivale a una ola criminal desproporcionada y brutal que hasta la fecha ninguna autoridad de carácter civil o militar (del presente y pasados regímenes) ha sido capaz de obligar a replegarse o por lo menos a dejar de operar con un instinto sanguinario.
La bestialidad más que inescrupulosa de los delincuentes que pululan en una u otra parte del país, empuñando con desparpajo sus armas de fuego, se ha convertido en el peor de todos los males del país, puesto que despojar de sus vidas a los demás por reacciones de oposición al crimen, intentos por responder a una agresión o simple y llanamente porque alguien se les quedó viendo feo a los matones que asesinan sin piedad a cuanto “cristiano” se cruce en su camino, es una desgracia que no tiene nombre.
O mejor dicho, sólo tiene uno: perversión asesina.
Una conducta que se ha hecho habitual, cada vez más cruel e incontenible como parte del actuar de malosos dedicados a delinquir en el país.
Y justamente por ese motivo, es menester que en el entorno institucional se reconozca que la política pública que se aplica contra el crimen en México amerita pensar en nuevas acciones a seguir para que quienes se han declarado no sólo integrantes de un grupo delictivo, sino matones sin escrúpulos, lo piensen dos veces cada que se dispongan a hacer uso de un arma para quitar una vida.
Dos cuestiones en ese aspecto es preciso visualizar: qué medidas tomar para combatir la compra y venta de las armas de fuego, que tengan como propósito la comisión de un delito.
Y en segundo término, una forma más severa de sancionar a los que maten a sangre fría a las víctimas de sus fechorías.
Convendrá por lo tanto que los señores legisladores sopesen la conveniencia de hacer más severa la acción de la justicia para quienes trafican con armamento y lo venden a los criminales, contra aquellos que deambulan por las calles portando una pistola o arma larga, sin justificar que se trata de personas que obtuvieron el permiso necesario, trabajan honestamente y no son individuos ajenos a alguna actividad económica formal o informal que puedan demostrar y más bien pudiera tratarse de sujetos armados con antecedentes penales o de un comportamiento dudosamente honorable.
Y por lo que se refiere a los que al cometer una acción delictiva matan por mero placer o una venganza brutal, es necesario considerar incluso la aplicación de la pena de muerte o alguna otra medida tan severa que a los asesinos les resulte temible lo que pudieran sufrir, en cuanto se compruebe que han privado de la vida a una persona.
Es de lamentar que la barbarie tuviera que ser reprimida con actos semejantes, pero si esa es la única forma de acabar o minimizar la falta de escrúpulos de los asesinos, definitivamente habría que explorar la posibilidad de actuar con máxima severidad como lo han hecho en otras latitudes para combatir a las hordas criminales.
Así la cosas, lo que sucedió en Tamaulipas con la masacre de un grupo de extranjeros al igual que ha ocurrido atentando contra la vida de infinidad de víctimas del delito, aparte de obligar a las autoridades competentes a proceder a la identificación y captura de los asesinos, es necesario que dé pie a una revisión a fondo de los actuales procedimientos sancionatorios que la ley permite en contra de los que matan inmisericordemente.
Porque, es más que evidente que el castigo que llegan a recibir los matones, si es que los atrapan, en nada o poco influye para que otros delincuentes se abstengan que recurrir al uso de armas para privar de la vida a quienes son objeto de sus despiadadas atrocidades.
Mucho falta por hacer entonces, en aras de aminorar la obsesión por matar de delincuentes como los que incurrieron en una xenofobia homicida.