Víctima de los votos y demás
Armando Ríos Ruiz miércoles 27, Ene 2021Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Los plazos no esperan. Se cumplen. Andrés Manuel López Obrador, Presidente de México, fue alcanzado por la fuerza del mal convertida en el arma letal, invisible y poderosa llamada coronavirus, debido a su incansable búsqueda del voto. A su desdén al germen. A su necedad enfermiza. A su obsesión por ganar la siguiente elección a mediados de este año.
Hasta hoy se sabe que existen siete clases de coronavirus. Entre ellos, uno que es altamente nocivo. Capaz de matar o de poner en serio peligro la vida humana. Los otros los han padecido miles y miles de personas en todo el mundo, con resultados positivos después de observar cuidados, con medicamentos capaces de erradicarlos. El más letal ofrece una resistencia inmensa.
¿Por qué se contaminó el mandatario? Cualquiera conoce la respuesta. Desde la aparición del virus, el Presidente se mostró reacio a tomarlo en cuenta. Siempre habló con una especie de burla de él. Todos recordamos cuando instaba a los mexicanos a abandonar sus hogares. A salir a la calle y llenar los restaurantes. No le daba importancia al mal que acechaba silencioso.
En una conferencia mañanera exhibió amuletos y hasta citó una frase en la que hizo ver que Jesús estaba con él y gracias a eso no podía contaminarse. En otra afirmó que “estar bien con nuestra conciencia, no mentir, no robar, no traicionar, eso ayuda mucho para que no dé el coronavirus”.
¿Qué pasó entonces? ¿Desobedeció sus propias máximas e incurrió en conductas que desconocemos? ¿El mal lo desnudó y nos da a entender que no está bien con su conciencia? ¿Que robó, que mintió y que traicionó? Pero… ¿Acaso estamos ajenos a sus mentiras cotidianas? ¿A sus actos de corrupción derivados de permitirla a sus propios familiares? ¿De su traición al pueblo cuando dice que lo ama y por otro lado demuestra que lo único que le importa son sus votos y conservarlos con dádivas que no enseñan cómo supervivir sin ellas?
Como ha ocurrido desde que inició este sexenio, la realidad lo desmiente otra vez. La fuerza moral que le indilgó su vocero de la pandemia, el insufrible Hugo López-Gatell, resultó un invento vil. Rastrero. “Su fuerza es moral, no de contagio.” Ojalá y de veras no haya contagiado a nadie, toda vez que se reunió con mucha gente, funcionarios y de otra clase. Toda vez que viajó en un avión comercial, de San Luis Potosí a México, en lugar de haber solicitado uno de la Secretaría de la Defensa, para evitar hacer daño a otros.
Los médicos que conocen del problema aseguran que cualquier contagiado contamina más o menos rápido, cuando hay una cercanía como la que se da en un ambiente cerrado. Como el de un avión en el que viaja.
Llama la atención que, a partir de que el mismo mandatario anunció su contagio, su genio de cabecera, “el mejor del mundo”, el dizque doctor López-Gatell, se mantenga en silencio. No ha dado la cara. Por lo menos para decir que la fuerza de contagio se debilitó, desapareció repentinamente y ahora, el investido de ella quedó expuesto. ¿Y dónde quedó la curva aplanada?
Como en México, lo relacionado con la pandemia y todos los asuntos importantes se tratan con absoluta irresponsabilidad, ahora, ¿quién querrá aplicarse una de las vacunas contratadas con Rusia (Sputnik V) y con China (CanSino)? Se sabe que ninguna cuenta con los requisitos que exige la Organización Mundial de la Salud y que no han pasado la prueba de la fase tres.
Desde la fase dos, científicos descubrieron que la primera fue presentada con datos falsos e incorrectos sobre su efectividad. La segunda ofrece problemas de respuesta de inmunidad muy baja en las personas mayores de 55 años. “Aplicarla en México sería un error”, consideró uno de ellos.
Nadie que yo conozca, le desea mal al Presidente. Con todo el corazón deseo que se restablezca pronto, de ser cierto su contagio. Ha mentido tanto, que ahora muchos no le creen, como la fábula del lobo. México sufriría grandes desajustes. Más grandes aún que los que él mismo ha causado hasta hoy.