Maten al mensajero
¬ Luis Ángel García lunes 18, Ene 2021Por la Derecha..!
Luis Ángel García
En octubre del año pasado entró en vigor la modificación a la Norma Oficial Mexicana NOM-051 que obliga a un etiquetado frontal de advertencia para alimentos y bebidas no alcohólicas sobre el contenido excesivo de sodio, grasa saturada, calorías, azúcares o edulcorantes no recomendables para niños.
Medida que puede contribuir a mejorar nuestros hábitos alimenticios y a frenar el aumento de las enfermedades como la obesidad, la diabetes y la hipertensión arterial, pero es insuficiente para revertir estos problemas de salud pública que representan presupuestos de miles de millones de pesos en medicamentos y tratamientos hospitalarios.
Además, se ha querido satanizar a las industrias refresqueras, de frituras y panificadoras, entre otras, como únicas responsables de la mala alimentación de los mexicanos y de sus problemas de salud, e incluso, el año pasado se les pretendió culpar de las muertes por Covid-19, con el argumento de que el 73 por ciento de las defunciones por la pandemia estaban relacionadas con enfermedades crónicas. Nunca hubo evidencia médica de que la gente contagiada se muriera necesariamente por tener esos padecimientos, sólo se basaron en la incidencia estadística.
Nadie niega que estas enfermedades son un grave problema de salud pública. La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2018 reveló que el 75.2 por ciento de la población tiene obesidad y sobrepeso, 8.6 millones de mexicanos padece diabetes y 15.2 millones de adultos sufre hipertensión.
La atención de pacientes con obesidad representó, hace dos años, un gasto de 240 mil millones de pesos y se espera que para 2023 sea de 272 mil millones de pesos. La diabetes tiene costos anuales de 323 mil millones de pesos. La Encuesta Nacional también demostró que el 32 por ciento de los niños menores de cinco años presentan algún tipo de desnutrición, sobrepeso u obesidad; estas últimas afectan al 35.6 por ciento de los infantes entre cinco y once años; al 38.4 por ciento de los jóvenes de 12 a 19 años y a más del 73 por ciento de hombres y mujeres mayores de 20 años.
Hacer frente a este gran problema de salud pública no es un reto menor, pero no se puede resolver solo con el etiquetado frontal, ya que se trata de información que no necesariamente consulta el consumidor o no le dice nada palabras como grasas saturadas, sodio, kilocalorías o edulcorante. Mucho menos los niños cuando van a la tienda por una golosina o unas papitas. Es una aberración prohibirles el consumo o la compra directa, porque eso no les inhibe la ingesta; seguramente un adulto se las proveerá, como sucede con los adolescentes y los cigarros.
Por otra parte, hay que reconocer que las industrias refresqueras, de botanas, golosinas y panificadoras dan empleo a millones de mexicanos y cada día perfeccionan sus procesos productivos para hacer más sanos los productos, amén de ser empresas con responsabilidad social que apoyan muchas causas de desarrollo comunitario. Debemos entender que las papitas, el “gansito” o una paleta no son tan dañinas como los tacos, las tortas, las fritangas que son parte cotidiana de nuestra alimentación. Tampoco el arroz con frijoles no es tan balanceado platillo.
Tenemos que promover una nueva cultura alimenticia, un cambio integral, donde la educación de la sociedad sea fundamental y debe iniciar con la familia. Pensemos que, para conocer el efecto del etiquetado en el comportamiento de consumidor, debemos esperar cinco años y no hay tiempo.
El cambio tiene que empezar en el seno familiar, donde inculquemos a nuestros hijos, desde niños, la base de una alimentación sana y no la cultura de la garnacha. Eduquémoslos para que sepan diferenciar la publicidad engañosa y exigir publicidad positiva que nos diga los beneficios de productos con calcio o el consumo de frutas o verduras, que puedes comer golosinas y frituras con moderación.
No apliquemos con la industria la metáfora de maten al mensajero. Educar desde la familia y una cultura de alimentación sana es la solución.