La policía y el reconocimiento social
¬ Luis Ángel García viernes 8, Ene 2021Por la Derecha..!
Luis Ángel García
Una de las actividades con menos reconocimiento social es la función policial, labor fundamental para preservar el Estado de Derecho y garantizar la tranquilidad y paz en comunidad. Sin embargo, se ha estigmatizado el trabajo de los uniformados y sólo se les asocia con acciones represivas. Nada más injusto.
En toda sociedad moderna, el papel de los policías es de enorme trascendencia para el buen funcionamiento de la actividad humana. Los representantes de la ley no sólo cumplen funciones de prevención del delito, ven que se observen las disposiciones legales, los reglamentos y las leyes de cultura cívica y buen gobierno. Mantiene el orden ciudadano y apoya a las autoridades para dar vigencia al marco legal que debemos respetar todos. Corresponde a la policía establecer y atender la política criminal que prevenga y contenga el delito.
Es la prevención el leitmotiv de las fuerzas del orden. Sólo los representantes de la ley pueden combatir a los grupos delincuenciales y contener las protestas sociales. Recordemos que se reserva para el Estado el uso legítimo de la fuerza y nadie puede aplicar la justicia por propia mano. Además, las inconformidades sociales, cada vez más violentas, deben ser encauzadas y contenidas por la policía.
Más allá de que la política criminal en México atraviese por una profunda crisis en la contención del ilícito, la policía todavía conserva estándares aceptables de productividad y se reconoce su labor en las calles.
Pero, las movilizaciones ciudadanas y la política gubernamental de “dejar hacer, dejar pasar” han puesto en riesgo la paz social, exhiben a la fuerza pública como ineficiente y alientan el resentimiento social contra los uniformados.
Mientras en el mundo la policía, aunque represora, es respetada por la ciudadanía -más allá de que cometan excesos con los manifestantes, como sucede en Estados Unidos, Francia o España-, en México ocurre todo lo contrario. Esta administración ha querido borrar los episodios de represión desde 1968 y en aras de presentarse como paladín de las libertades, ha atado de manos y dejado en estado de indefensión a la policía frente al vandalismo y la anarquía que privan en las protestas, las cuales atentan incluso contra el patrimonio de particulares y los monumentos históricos.
Aun bajo las banderas más nobles como puede ser la protesta contra la violencia, el crimen y la violencia misma contra las mujeres, sus expresiones han sido furibundas y no se justifica esa agresividad.
Así, una policía sin toletes ni armas letales, sólo con escudos, tiene que soportar por horas insultos, golpes y linchamientos de “pacifistas” violentas, anárquicas y anónimas que no solo van contra la policía, sino sobre inmuebles y mobiliario urbano.
Con esa equivocada política gubernamental, la policía ha retrocedido años en la aplicación de la ley. En Estados Unidos han reprimido y encarcelado a legisladores que tomaron un puente en Nueva York o detenido a los protestantes que asaltaron el Congreso norteamericano; los chalecos amarillos han sufrido en carne propia la represión de sus manifestaciones, no muy pacíficas, por el alza en los combustibles, la injusticia fiscal y la globalización; los “sin casa” de España también fueron sometidos, luego de disturbios y protestas violentas. Muchos han parado en la prisión.
Los antimotines van perfectamente equipados, tolete en mano, gases, armas no letales pero paralizantes, toda una estrategia para contener violentas protestas sociales e imponer o restablecer el orden público. La ley es la ley y aunque sean legítimos los reclamos, no puede ser la violencia su expresión, y por eso son detenidos y cumplen arrestos.
En México pasa todo lo contrario; lo laxo de las nuevas disposiciones gubernamentales ha generado una tensión social mayor y las expresiones ciudadanas se han radicalizado a sabiendas de que no intervendrá la policía o no habrá consecuencias penales.
Las fallidas políticas públicas son un caldo de cultivo para la violenta protesta social, sabedora de la inacción policiaca, inhibida por equivocados esquemas de libertad.
Estamos despertando a un México bronco que va a requerir de un aparato represor eficiente que contenga el desorden y restablezca la paz social. Si el propio gobierno minimiza y desdeña la función policial, cómo quiere mantener el Estado de Derecho. Así empiezan los Estados fallidos, no confundan libertad con libertinaje, no conculquen la función policial ni alienten el rechazo social al uniformado.