¿Qué vamos a celebrar?
¬ José Antonio López Sosa jueves 24, Dic 2020Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
Llega la Nochebuena y convergen una serie de fenómenos sociales que parecieran llenarnos la vida de alegrías y felicidad, sí, una felicidad que aún no logro entender en el contexto que los medios masivos de comunicación y el “marketing directo” inculcado desde nuestra infancia por buena parte de las familias mexicanas entorno a la navidad y al fin de año.
Las celebraciones decembrinas, como es conocido, tienen orígenes diversos, es decir, no necesariamente se centran al nacimiento de Jesús que es la razón más conocida o bien, la más popularizada. Existen diversos tipos de celebración entorno a estas fechas que tienen un origen pagano o bien, de otro tipo de creencias que no necesariamente son la cristiana o la católica.
Debemos ser cuidadosos y notar que parte de estas creencias se han convertido en tradiciones añejas, por lo que ahora son cultura partiendo del concepto que la cultura es todo aquello creado por el hombre. Tenemos ejemplos claros que son muy particulares de nuestro país como las “posadas”, los nacimientos, el folclor gastronómico de la época que cuando viaja uno de un país a otro, cambia por completo. Este no resulta un problema de gravedad, al contrario, resulta una tradición cultural más tal como lo es la celebración de los fieles difuntos, donde la exposición mística de nuestros pueblos es el eje central de dichas celebraciones.
Insisto en que convergen una serie de fenómenos porque particularmente la navidad no representa exclusivamente esta celebración mística, en ella intervienen diversos factores que desde mi punto de vista, juegan con las emociones de las personas prácticamente coartando la libertad de pensamiento, insistiendo y convenciendo –que es lo peor—que esta época del año es tiempo de frases tan trilladas como “dar”, “compartir”, “perdonar”, “fraternizar”, “convivir”, entre muchas otras. ¿Por qué necesariamente en esta época del año se insiste en la fraternidad y en el alto sentido humanitario? mientras los demás meses del año nos fomentan rivalidad, odio, revanchismo, es decir, una competitividad mal entendida que busca la lucha sin cuartel de unos contra otros, de pronto el mensaje cambia y después que nos ponen de cabeza a pelearnos entre ciudadanos nos instruyen como un imperativo categórico a exponer nuestros instintos de bondad, o más bien nuestros sentimientos de bondad porque sigo dudando que el ser humano tenga bondad de forma instintiva, más bien resulta de forma aprehendida y no en todos los casos.
La celebración está lista, en casi todas las casas está lista y organizada la “cena de navidad”, en unos casos familias enteras se aglutinarían –ahora no por la pandemia– haciendo de esta celebración una de las únicas fechas en que conviven conocidos que suelen ser desconocidos, en otros casos pequeñas familias celebran por el puro gusto de estar juntos, también existen las personas solitarias que se deprimen por no tener con quien celebrar, esta depresión provocada por el impacto sociológico de que “forzosamente, hay que celebrar algo”, el caso que resulta “más triste” y un ejemplo que siempre ronda en las mesas navideñas, es el de la gente que no tiene recursos ni para hacer una cena, “pobre gente” y lo confirmo, pobre gente no porque no tenga los recursos para su cena, sino porque a pesar que la mismo sociedad en muchos casos los tiene al borde de la miseria, les vendió –y ellos lo adquirieron fácilmente—la idea de que “hay que celebrar”, entonces imaginemos las dimensiones incuantificables de la frustración por no celebrar como todos lo hacen, regalar como todos lo hacen y en muchos casos derrochar como todos lo hacen.
La noche del 24 de diciembre, ¿en realidad sabemos qué celebrar?, ¿a qué asistimos a celebrar?, o ¿a quién celebramos?, ¿a nosotros mismos?, ¿a nuestras olvidadas o queridas familias?, ¿a nuestras alegrías o nuestras tristezas?, ¿a la celebración misma?, ¿verdaderamente el nacimiento que anunció uno de los libros de La Biblia?, ¿por imitación?, ¿por convicción?, ¿por convencimiento o por obligatoriedad?
La mesa está puesta, me quedé impávido pensando en las dudas, debo confesar que sigo sin resolverlas pese a que soy yo mismo el autor de esta crítica, quiero decir, no por hacer una férrea crítica quien redacta estas líneas está fuera de contexto o no se deja convencer por todo lo que supone ser la celebración navideña. Quizás el sentido más importante que hallo es el familiar, aunque muchas veces también tiene un tinte leve o intenso, de hipocresía u obligatoriedad, depende el ser y la circunstancia.
No con estas líneas trato de insultar a todo aquel que da un abrazo virtual de Navidad diciéndole hipócrita, pero en verdad resulta imposible dada la condición humana de un día a otro transformarnos en entes bondadosos y de infinito buena lid hacia todo aquel que se cruza frente a nosotros. ¿Qué nos queda por hacer?, la Navidad es un rasgo más que una festividad religiosa, resulta una condición sociológica y psicológica impulsada sobre todo por un mercantilismo brutal que tiene un supuesto tinte religioso y familiar pero que en el fondo carece de un sentido total. No se trata de clausurar esta tradición de un día a otro, simplemente sirvan este par de entregas para que cada uno de nosotros hagamos una reflexión exhaustiva de qué estamos celebrando, por qué lo estamos celebrando y qué tan cierto o falso es el sentido de esta celebración en la que participamos de forma voluntaria o involuntaria. La felicidad es una condición que debiera desearse a diario y no necesariamente un 24 de diciembre por la noche y más que eso, desearlo no contribuye a nada, lo importante es luchar por todo aquello positivo –donde se incluye la felicidad por supuesto—con acciones y palabras que valen mucho, pero mucho más que los buenos deseos.
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