Antidemocracia yanqui
Freddy Sánchez martes 10, Nov 2020Precios y desprecios
Freddy Sánchez
En estos temibles tiempos de contagio mundial (con la enfermedad de Covid-19 en implacable expansión y recrudeciéndose) es de desear que lo mismo no suceda en materia política electoral como funestamente ocurre actualmente en la Unión Americana.
Que la prepotencia y altanería del señor Trump (el mal perdedor en los comicios para el cambio presidencial en los Estados Unidos) no se convierta en una epidemia mundial llevando su fatal contagio en aquellos lugares donde deban de realizarse elecciones democráticas para nombrar encargados en funciones de gobierno y legislativas.
Porque resultaría tanto o más funesto que una pandemia en materia de salud, que distintas naciones del orbe comenzaran a contagiarse de afanes contrarios al respeto de la voluntad popular que surja del uso de las urnas.
Y es que bien que mal, la democracia electoral por más defectos que se le quieran ver y se le pudieran encontrar, es y seguirá siendo la mejor manera de que los ciudadanos de cualquier parte del planeta con civilidad y en el marco de las disposiciones legales en vigor, gocen de libertad para expresar su preferencia a favor de quienes deban hacerse cargo del mando gubernamental y legislativo.
Lo cual en Estados Unidos, por lo que concierne a la presidencia, continúa supeditado a los que se resuelva en las instancias legales a las que se remitió el derrotado Donald Trump, quien en una actitud rijosa rechazó el veredicto de las urnas que emitió un fallo democrático en favor de su adversario Biden.
De tal suerte que el jefe máximo del gobierno norteamericano, con su bien ganada fama de atrabiliario, no haya querido aceptar que perdió y pretenda mantenerse en el poder presidencial por sus pistolas, hace temer que actitudes semejantes pudieran ocurrir en otros países.
Cabe aclarar, naturalmente, que como parte de la democracia electoral existen y son perfectamente legales los derechos de impugnación respecto a manejos presumiblemente ilegales en torno a las competencias en las que se decidirán los cargos de elección popular.
Y por la misma razón, nadie debería alarmarse ante el ejercicio de ese derecho por parte del presidente en funciones del gobierno de los Estados Unidos, ya que si en efecto pudieran haber ocurrido anomalías y hay elementos probatorios que lo demuestren, es imperativo aguardar a que los órganos de justicia se pronuncien y digan si hubo o no tales irregularidades electorales.
Aunque, más que evidente ha resultado que la inconformidad manifiesta del señor Trump, una vez que se conoció su derrota en las urnas, parece lo que se podría llamar como una crónica anunciada.
Porque meses atrás se dedicó a desacreditar la legitimidad de los votos emitidos por correo, anticipando que ésta vía electoral se prestaría a un manejo fraudulento, lo que sus adversarios estarían prestos a utilizar en su contra, que es justamente lo que ahora alega.
De ahí que su demanda de alegatos de inconformidad contra los comicios habidos en territorio norteamericano, se base primordialmente en tildar de ilegales los sufragios a favor de Biden que se recibieron por correo.
Sin más prueba que su dicho y el afán soterrado o declaradamente abierto de que sus seguidores secunden sus iracundas acusaciones de que le ganaron a la mala, Trump se queja de un atraco electoral.
Algo que inevitablemente ha creado un clima de alto riesgo para la estabilidad y la concordia entre los norteamericanos que acudieron a las urnas, puesto que si bien una suficiente mayoría le dio el triunfo al señor Biden, el hecho de que millones de seguidores de Trump sean azuzados por el supuesto de que hubo un engaño, pone bajo sospecha la legitimidad de la elección. Y lo que es más grave: la validez de la democracia como herramienta confiable en asuntos electorales, apenas surja en el futuro un aspirante a dictador que se niegue a dejar el poder, imitando descaradamente la intentona de antidemocracia yanqui.