Un México convulsionado
Alberto Vieyra G. viernes 30, Oct 2020De pe a pa
Alberto Vieyra G.
El 14 de febrero de 1824, mediante un histórico plebiscito, Chiapas se anexo formalmente a México después de formar por 3 siglos parte de los estados centroamericanos, pero en particular bajo el predominio militar de Guatemala. Desde 1821 y durante el imperio de Agustín de Iturbide, Chiapas se mantuvo prácticamente como una flor al viento; ni era de México, ni era de Guatemala.
Lo curioso de dicho plebiscito es que mientras el congreso mexicano ya había autorizado la anexión de Chiapas a la nación azteca, en territorio chiapaneco se celebraba apenas la consulta popular y de las 25 provincias que integraban el estado de Chiapas, 13 de ellas votaron por la anexión a la naciente República Mexicana. El voto número trece correspondió a Simojovel y con ello el estado de Chiapas volvió al redil mexicano, por un voto.
El 4 de marzo de 1840, y ante el desasosiego político que prevalencia en la naciente República Federal Mexicana, el estado de Yucatán decidió poner su mundo aparte independizándose de México, principalmente por la visión centralista y autoritaria de Antonio López de Santa Anna, tan parecida como la que hoy ejerce Andrés Manuel López Obrador, quien ha vuelto a convertir a México en el país de un solo hombre y con un divisionismo que amenaza con el colapso del federalismo.
Esta semana, 10 gobernadores que conforman la llamada Alianza Federalista lanzaron un ultimátum a AMLO para que los escuche o de lo contrario amenazaron con poner su mundo aparte y hacer que México se convierta en una nueva Rusia y haga volar en pedazos el federalismo que dio origen al México post-independiente.
El amago de los 10 gobernadores que están en pie de guerra aceptaron el reto de López Obrador de someter a consultas populares la permanencia o no, de los estados inconformes y el pasado martes 27 de octubre, los mandatarios de Jalisco, Enrique Alfaro Ramírez; Silvano Aureoles Conejo, de Michoacán; y Jaime Rodríguez Calderón. de Nuevo León, pusieron manos a la obra y la respuesta de los ciudadanos es abrumadoramente en favor de poner fin al ponzoñoso presidencialismo centralista que encabeza López Obrador, pues consideran que estamos ante “un gobierno grosero, insensible, inequitativo en el reparto presupuestal y autoritario”.
El asunto es muy delicado, pues no sólo se trata de un asunto económico, sino principalmente político porque, aunque los “gobernadores rebeldes” amenazan salirse del Pacto Fiscal Federal, automáticamente se trastocaría el Pacto Federal que dio origen en 1824 y ratificado en la Constitución de 1857 de una República Federal y para ello, tendría que llevarse a cabo una reforma constitucional que provocaría un monumental desgaste político y emocional de los mexicanos y todo a raíz de una visión torpe y miope de AMLO por mantener dividida y enfrentada a la sociedad mexicana.
De darse una ruptura de tal naturaleza, serían los estados libres y soberanos los que cobrarían a sus ciudadanos el pago de impuestos y las oficinas federales de Hacienda serían cerradas o bien, pasarían a ser administradas por los gobiernos de los estados que trastocarían el Pacto Federal, que daría origen a la conformación de una nueva República o varias repúblicas dentro de México y todo porque el señor Presidente se pone fúrico cuando los gobernadores le piden dialogar para que la Federación les otorgue a sus estados los presupuestos a que tienen derecho, pues lo que ellos recaudan, el gobierno federal se los regresa con chiquitolina o rabones.
AMLO aduce que “no hay materia para el diálogo” y que “se pone en peligro su investidura presidencial”. ¡Hágame el recanijo favor! Al Presidente le importa más la pinche investidura presidencial antes que la unidad de todos los mexicanos.
Recordaré al ilustre Nelson Mandela cuando decía: “Las mentes que buscan venganza destruyen a los estados, mientras que las que buscan la reconciliación construyen naciones”.