Entre dos guerras
Opinión miércoles 30, Sep 2020Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- “El diablo a todas horas” es, desde mis ojos, una historia de múltiples significados, de trama intrigante, dignamente un thriller psicológico. Una historia de secretos
No resulta sencillo imaginar las múltiples consecuencias emocionales, psicológicas o las preguntas existenciales que un individuo debe experimentar después de formar parte de un evento tan inconmensurable y traumático como el que debe ser una guerra; un campo de batalla. El terror, el dolor, la muerte vuelta cotidianidad y los motores ilusorios y disuasivos que vuelcan a un joven a jugarse la existencia en nombre de un ideal (en el mejor de los casos) o de una mera manipulación ideológica (en el peor de los escenarios). El diablo a todas horas nos da un vistazo a esta experiencia y al alcance de sus secuelas.
Situada en la época intermedia entre la Segunda Guerra Mundial y extendiendo sus ramas narrativas hasta los albores de la Guerra de Vietnam, la historia medular de lo que hoy es una película protagonizada por Tom Holland, Sebastian Stan, Robert Pattinson y Bill Skarsgård fue originalmente presentada por Donald Ray Pollock (quien funge como el narrador en la cinta distribuida por Netflix) como su novela debut.
Aclamada por la crítica literaria y acreedora a múltiples reconocimientos alrededor del mundo, The Devil All The Time recibe ahora una consistente adaptación fílmica a cargo del director estadounidense de ascendencia brasileña Antonio Campos. Con críticas mixtas aunque en general positivas, el film preserva la oscuridad, la perversión, la degradación y la patente crítica a los valores clásicos de las modestas comunidades no citadinas como la mayor fortaleza de este trabajo cinematográfico que encuentra en su sólido y talentoso cast un buen punto de apoyo para mantenerse a flote.
Una historia compuesta de historias que revelarán poco a poco sus puntos de cruce y sus cercanías (tanto temáticas, como materiales y alegóricas). Cinco historias de secretos, de perversidad y de apariencias públicas refiguradas en el fuero privado. Cinco historias bien vertidas al medio audiovisual con una intrigante trama que va jalando poco a poco cada uno de sus hilos con la finalidad de mantener el suspenso psicológico vivo. Manteniendo viva la pregunta por lo que vendrá después y alimentando el interés por la próxima cualidad horrorífica que nos descubrirán sus personajes.
Una historia que inicia con Willard Russel, un soldado que vuelve de la Segunda Guerra Mundial. Que vuelve con un remordimiento a cuestas que sólo logra hallar significado y consuelo en una intensa y aferrada pasión religiosa. Pasión religiosa que marcará su destino y, sin saberlo ni esperarlo, el de su propio hijo, un grupo de personas y un par de pueblos en Ohio y West Virginia.
La historia de una mente que debe subsistir a los tormentosos recuerdos de la guerra, a los terrores revividos; una mente desesperada por hallar sentido en un ideario religioso personalizado. En conexiones ultrahumanas enraizadas en el delirio, en la ilusión, en el espejismo de una significación religiosa privada (no canónica, no especialmente comunitaria; simplemente funcional, privadamente funcional).
“Delusions”, como serán llamadas estas experiencias espirituales durante el film. Creencias e impresiones mantenidas como verdades absolutas a pesar de ser contradictorias con los hechos, con la realidad, con alguna sensatez. Enraizadas en fanatismos privados, nacidos de la desesperación del desconsuelo del mundo entre dos guerras.
Dos guerras que de manera cronológica refieren, por supuesto, a la Segunda Guerra Mundial (principio del arma y herramienta que guiará materialmente a esta historia de historias) y a la Guerra de Vietnam (como el potencial páramo de una conciencia afligida desde antes de nacer; una conciencia que hereda temor y trauma de posguerra; la conciencia de un padre vertida en un hijo).
Dos guerras que, metafóricamente, pueden referir también a la pugna entre la defensa propia y la realidad y al conflicto entre el fuero privado y el fuero público. La defensa propia que durante la cinta toma su forma física (como defensa ante las agresiones y hostilidades de otros) pero que también está presente en forma psicológica, en forma de las propias creencias y los propios vicios (como defensa emocional ante el trauma de la guerra, como defensa ante el trauma de la muerte, como afirmación del propio poder al erigirse como el protector de la familia, como afirmación del propio poder en la muerte de otros, como afirmación del propio poder en la dominación e imposición sobre otros, como fanatismo religioso que trata de dar sentido al brutal sinsentido de la muerte industrializada por las armas). La defensa propia que busca sobrevivir en un mundo desesperanzado, oscuro, perverso, carente de empatías, manipulador, agreste, árido, vicioso.
Y del otro lado (la otra guerra), el conflicto entre lo que se representa, lo que se supone que se es y lo que realmente se es. Entre la prístina moralidad aparente de un predicador y sus íntimas falencias y malsanas debilidades. Entre la aparente honorabilidad de un veterano de guerra y la corrosiva sensación de vacío, de arrepentimiento (de pecado). Entre la bella fachada de una pareja amorosa y amable y un cruento modus operandi. Entre la simbólica autoridad moral de un servidor público y sus verdaderos manejos corruptos. Entre la apariencia de un frío joven cualquiera de un pueblo cualquiera y el heredero de una consigna del subconsciente materializada en el frío metal de un arma.
El diablo a todas horas es, desde mis ojos, una historia de múltiples significados, de trama intrigante, dignamente un thriller psicológico. Una historia de secretos. Pero, sobre todo, es una historia entre dos guerras que de manera implícita establece la pregunta por el verdadero final de un evento tan desastroso, pernicioso y corrosivo como lo es una Guerra Mundial (y cualquier guerra para tal caso).
¿Dónde termina el arrepentimiento que carga un hombre obligado a luchar por su supervivencia? ¿Desaparece con él o se hereda a los suyos? ¿Y qué queda para estas generaciones hijas de la posguerra?¿Más guerras?¿La turbulenta moralidad de un mundo plagado de muertes justificadas en el nombre de delirios, ilusiones, espejismos; “delusions”?¿La posibilidad de hallar consuelo y significado para el sinsentido que se encarna en una nueva Guerra?
Para Arvin, hijo de Willard, queda una vida entre dos Guerras y entre dos guerras. Una vida que busca sobrevivir en la eterna tensión entre la vida privada (lo que se es; lo que se ha heredado ser) y la vida pública (lo que se aparenta; lo que aparentan nuestras “sanas” comunidades); una vida que busca sobrevivir en la tensión entre un mundo hostil de suyo y una existencia en defensa propia. Una vida que, quizá, no tiene otra opción que dejarse llevar por la ensoñación del próximo campo de batalla que se le ofrezca.
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