El mal vence al bien
Freddy Sánchez martes 29, Sep 2020Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Un nuevo estilo de hacer política en un futuro próximo o el regreso al pasado procurando recrear lo mejor y no lo peor en el ejercicio político partidista en nuestro país.
Esa parece la disyuntiva que plantea la lucha por el cambio de dirigencia en el Partido del Movimiento de Reconstrucción Nacional (Morena).
Con dos rasgos peculiares en torno a la confrontación de sangre nueva y la vieja prosapia con renovados bríos.
Y es que si bien son muchos los que aspiran a tomar las riendas de Morena, dos prospectos han llamado especialmente la atención.
Uno de ellos, por cierto, que ni de casualidad alguien se habría imaginado que podría proyectarse hasta la cúspide del instituto político en cuestión, proviniendo de las bases de la organización, y por lo tanto, lejos de los reflectores hasta antes de las últimas semanas.
Un aspirante al liderazgo morenista, poco conocido en el medio político y social, pero que inesperadamente se ha colocado por encima de algunos políticos de la izquierda, con largas horas de exposición en público y protagonistas de muchas batallas.
Ese actor novel que tiene posibilidades de convertirse en el dirigente de Morena es Gibrán Ramírez, no únicamente de corta edad con respecto a los demás aspirantes, sino que, en realidad sin blasones que lo distingan en asuntos de la política nacional, a pesar de lo cual, se ha convertido en un contendiente con posibilidades ciertas de ganar.
En ese sentido, una empresa encuestadora lo dio como mejor posicionado que otro aspirante al liderazgo, justamente quien en la contienda representa la vieja guardia política, y por lo mismo, a diferencia de su joven adversario, un auténtico “guerrero de mil batallas”.
De ahí su reputación como una figura relevante en la 4T, siendo un personaje ampliamente experimentado con infinidad de lauros en su haber, en tareas políticas, institucionales e incluso diplomáticas.
Tanto así que bien podría catalogársele como el más reconocido y famoso de los distintos aspirantes a tomar el mando del partido gobernante.
Y en efecto, se trata nada menos que de Porfirio Muñoz Ledo.
Un contendiente para hacerse cargo del mando morenista, que desde que se animó a participar logró múltiples apoyos y simpatías entre un alto número de militantes del partido y funcionarios del gobierno de Andrés Manuel y del mismo modo, en diversos sectores sociales.
La actitud de Porfirio al actuar en diversas situaciones polémicas como crítico de ciertos comportamientos institucionales y partidistas, le han permitido mantener e incluso acrecentar el respeto que su larga trayectoria política le ganó y su paso por varias organizaciones partidistas no le ha hecho perder.
Aquellos métodos de hacer política sin que necesariamente se entre en conflicto y violentas disputas con los adversarios, puesto que una buena capacidad negociadora y de conciliación lo hace innecesario, parece constituir lo que se aprecia como otras de las virtudes de Porfirio.
Y es que entre la usanza antigua del quehacer político y los últimos tiempos de esta práctica entre los políticos, tal parece que se ha suscitado un estilo que complica el entendimiento para el desarrollo de contiendas en buena lid, sin turbiedades, descaros y desenfrenos, que han degradado la calidad de la política nacional.
De modo que un cambio en las tareas políticas vendría bien, mediante un nuevo modelo que privilegie la civilidad o en su defecto para conseguirlo dar la vuelta y retomar lo que en tiempos pasados fue mejor.
Porque la política en México parece estar inmersa en el fragor de una borrascosa competencia en la que por una parte figuran algunos relativamente buenos y otros más bien malos políticos, lo que podría asemejarse a una lucha mitológica de “diablos y demonios”, en que algunas veces el bien vence al mal y más frecuentemente: el mal vence al bien.