Entre la política y la administración pública
¬ Edgar Gómez Flores miércoles 9, Sep 2020Con mi mano izquierda…
Edgar Gómez Flores
En cualquier trabajo, los reclutadores de recursos humanos batallan por encontrar un perfil 100% acorde a las necesidades de un puesto. Sin embargo, en política nos encontramos con una disyuntiva mayor. Ésta se refiere a optar por un político en toda la extensión de la palabra o un administrador público eficiente. En el primer caso, el político es un experto en administrador del poder y en la generación de incentivos que permita a la sociedad y a los agentes económicos moverse hacia su rumbo, su ideología y sus intereses. Por otro lado, el administrador público es un hombre eficiente; es experto en planificación, en ejecución y en el logro de resultados.
Es muy difícil que una persona encarne ambos perfiles. Esto por su origen. El político desde muy joven está involucrado en los movimientos sociales de su comunidad. Participa en mítines, platica con la gente, escucha propuestas y empieza a generar una visión de su entorno, de la solución de problemas y de la proyección de cambio. Es el político la persona que persuade al hablar y también logra negociar con eficacia sus intereses y los colectivos. El problema del político es que ha creado una visión binomial de su propia persona. O gana o pierde. Esta competencia constante por acceder al poder le hace esconder su incapacidad natural “debajo del tapete”. El político común resaltará sus logros y minimizará sus errores, al grado de en verdad creer que éstos son culpa de sus opositores.
Por otro lado, el administrador público es una persona que, desde muy joven, se persuadió por el funcionamiento del Estado, tomó libros de sociología, filosofía y política desde su educación básica y accedió a una universidad que le permitió reforzar su interés y su técnica. Es experto en economía, en salud pública, en infraestructura, en formación y transformación de instituciones. Sin embargo, tiene una desconexión natural, por su perfil de académico, con la gente.
Mientras el político recorre las calles, el administrador público recorre los libros; mientras el político platica con la gente, el administrador público debate con sus pares y mientras el político adquiere poder, el administrador público asciende a los puestos del gobierno. Es por esto que cumplir con el perfil del puesto de mandatario de un país se complica. Sin embargo, sería fácil complementarlo si la soberbia de estos personajes pudieran permitir ser complementados con personas que cubran su incompetencia natural.
En el caso del continente americano, tenemos el caso del presidente Trump en Estados Unidos de América, Bolsonaro en Brasil y López Obrador en México; los tres persuadieron a la mayoría del electorado de sus países con discursos antisistémicos, crearon la expectativa de una realidad distinta. Pero, al tratar de dar soluciones prácticas, como la atención de la pandemia del Covid19, su discurso se ahogo en sus palabras y han hundido a sus países en el contagio y la mortalidad de este virus.
Por todo esto, las elecciones de las primeras magistraturas en el mundo deben contar con una sociedad que deje de ver a sus mandatarios como hombres “sabelotodo” que pueden persuadir y planificar, que pueden negociar y ejecutar. Es importante que los ciudadanos exijamos el plan de gobierno y las personas que los complementarán. Así como en México no se elige a una alcalde sino a un cabildo (presidente municipal, regidores y síndicos); así el presidente de la república debería presentar a su gabinete con anticipación. Con esto, podríamos conocer, en el caso mexicano, que el Secretario del Bienestar sólo cuenta con la educación preparatoria, que el Secretario de Comunicaciones y Transportes cuenta con un conflicto de interés documentado, que la Secretaria de la Función Pública no tienen autoridad moral para afrontar una lucha anticorrupción o que a PEMEX llegaría un experto en campos, pero no petroleros, sino agrícolas.
Con menos soberbia y mayor transparencia los electores podremos tomar la mejor decisión y reducir la incapacidad de nuestros gobernantes.