Plasticidad cultural
Opinión miércoles 2, Sep 2020Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- La cultura hip hop y su música rap, nos deja ver “Hip Hop Evolution”, apenas empieza su camino. Está viva porque se mueve. Porque cambia. Porque alcanza nuevos territorios
Hace algunos días escuchaba a alguien decir: “el rap es como un lenguaje que no se puede apreciar si no lo hablas”. De inmediato la aseveración me hizo preguntarme por mi gusto por este ritmo, por la cultura que lo acoge y por los alcances de mi apreciación de este género musical.
Me encontré con varios factores: primero, mi edad, coincidente con la gran explosión en la cultura popular del rap y el hip hop traídas por el Nuevo Milenio. Segundo, mi afición por el basketball profesional estadounidense, que ha tenido a muchas de sus estrellas como raperos (aficionados o profesionales) y que siempre ha ligado el aspecto urbano del deporte (mayormente practicado por afroestadounidenses) a la cultura hip hop y a los géneros y subgéneros del rap. Y, tercero, la plasticidad de la cultura y la música para encontrar nuevas y renovadas maneras de hacer llegar los mensajes que guardan con un vínculo nuevo cada día (el rap clásico, el rap de protesta, el rap de la cultura popular, el rap fusión la cultura hip hop, el trap, las batallas de rap de improvisación, etcétera).
Escribí ya alguna vez sobre esta cultura a propósito de una competencia de freestyle en habla hispana a la que asistí hace algunos meses. En aquella ocasión traía a colación las ideas del filósofo mexicano Samuel Ramos y el modo en que podrían rastrearse en los modos específicos de expresión del rap (de las batallas de rap). Hablaba sobre la lamentable reputación que suele identificarla con la violencia. Pero, más que todo, intentaba rescatar el valor de la noción de hermandad o brotherhood que sustenta a su mensaje fundamental.
Pero esa iteración (la del rap de improvisación contemporáneo) es ya un derivado tardío de una cultura mucho más antigua. En ciernes desde los años 70s, con un primer apogeo en los 80s y 90s y con un esplendor que hoy ve a su música y sus maneras influir en muchos de los productos más populares del momento (desde los soundtracks de películas y videojuegos, hasta las vestimentas, actitudes, frases y sonidos replicados por artistas puramente pop).
Una cultura nacida en Nueva York, que más tarde vería la confrontación de una Costa Este y una Costa Oeste y que, eventualmente, daría la victoria a un rap sureño que, al menos hoy en día, domina la escena mundial con el inmediato clic que sus sonidos depurados y reformados hacen con generaciones como la centennial y las posteriores.
Una cultura que he podido conocer mejor desde la serie documental canadiense Hip Hop Evolution. Lanzada originalmente por HBO en 2016 y continuada por Netflix hasta la fecha. Ganadora de un Premio Peabody y acreedora también de un Emmy Internacional por Mejor Programa Artístico. Conducida por un curioso, franco y ávido fanático y heredero de la cultura hip hop y creador de música rap y sus derivados: Shad.
La serie se convierte en un recorrido detallado, puntual, flexible y sin prejuicios sobre la identidad del movimiento hip hop pero, en específico, sobre las múltiples ramificaciones de sus expresiones y su música. De los múltiples modos en que sus ritmos y sus nuevas exploraciones se transforman en las manos de nuevos contextos. De situaciones diferentes. De problemátcas diferentes. De culturas distintas. De nuevos modos de serle fiel a una cultura. Pero, eso sí, de un mismo mensaje: el mensaje de innovación, realidad, alegría, irreverencia y denuncia de la injusticia social que, aún hoy, cargan las mejores expresiones de este género. Un reconocimiento milticultural, multiforme y multiepocal de la premisa “lo que rapeo es mi realidad; si no te gusta, ayúdame a cambiarla”.
Así, se dan cita en este estudio fílimico-documental los primeros DJs y beatmakers de los 70s (DJ Kool Herc, Afrika Bambaataa, Grandmaster Flash), las primeras estrellas del movimiento (Sugarhill Gang, Run-DMC, Marley Marl, Rakim, Public Enemy), el nacimiento del gangster rap californiano (Ice-T, N.W.A., Dr. Dre), los primeros sonidos sureños (2 Live Crew, The Geto Boys, UGK), las revelaciones ochenteras y de principio de los noventas (MC Hammer, Tupac), las experimentaciones jazzeras y de base africana del género (A Tribe Called Quest, De La Soul), la crudeza neyorkina noventera (Nas, Wu-Tang Clan, Notoriuous B.I.G.). La rivalidad de las dos costas y sus fatídicas y lamentables consecuencias.
La herencia musical y cultural recogida por las expresiones de los 2000 (Puff Daddy, Jay-Z), el apogeo del freestyle estadounidense y su más reluciente joya (Eminem). El nacimiento del sonido del futuro (TLC, Kris Kross, Goodie Mob, DJ Screw, Three 6 Mafia, 50 Cent). La era de los súper productores (The Neptunes de Pharrel Williams y Chad Hugo, Timbaland, Missy Elliot y Kanye West). El nacimiento del trap (Outkast, Lil Wayne, T.I.).
Un recorrido complejo, completo y atento de ya 50 años de música. De una expresión nacida en los barrios afroestadounidenses que, al igual que el rock en los años 50s, se convirtió en el ritmo que décadas más tarde cantaría y replicaría toda la humanidad. La música popular que hoy se aleja de la interpretación analógica y camina hacia la interpretación performativa: estridente, dura, contundente, impactante. El poder detrás de una línea que puede quedarse marcada en la personalidad.
La expresión de fuerza, lucha y conciencia que puede traernos el rap. Y también la irreverencia lúdica, la ostentación frívola, el poder del éxito fugaz, material y abrupto. La realidad de la necesidad, la violencia y la fría mano de la vida urbana. Una realidad que canta, grita y se expresa en beats y barras, en boom bap y líneas, en hi hats saturados y doble tempos.
Una cultura plástica, no por artificial o artificiosa (al menos no en el seno de la cultura hip hop). Una cultura plástica por transformable. Por adaptar su forma a las necesidades de quien encuentra en ella la voz de un sentimiento íntimo. De una realidad pujante. De un mundo que se ve a la cara. Plástica por evolutiva, por innovadora. Por formadora de condiciones que, a su vez, se reforman por las realidades que sus nuevos actores viven.
La cultura hip hop y su música rap, nos deja ver Hip Hop Evolution, apenas empieza su camino. Está viva porque se mueve. Porque cambia. Porque alcanza nuevos territorios. Alcanza a jóvenes que logran dejar atrás una vida de penares y lucha constante, violencia y necesidad, para sumergirlos en un mundo artístico. Para convertir los golpes en barras, los balazos en beats y el ruido en melodía atípica.
La cultura hip hop, lo he dicho antes, podrá ser criticable; como cualquiera. Pero descansa sus principios en la hermandad (brotherhood), la denuncia de la desigualdad y la expresión de millones de vidas que se identifican en ella. Descansa en todos aquellos que encuentran un mensaje que les habla de tú a tú en sus expresiones. Una cultura que proclama que todos deberíamos aprender a cuidarnos los unos a los otros, entendernos los unos a los otros, a pesar de vivir realidades diametralmente distintas.
Una cultura que, en consecuencia, se ha volcado a una evolución que hoy podría parecer joven. Una evolución que, al menos por unas horas, detiene la violencia y la necesidad que viven algunos. Una evolución que es plasticidad cultural. Adaptabilidad. Que es el reconocimiento de la hermandad universal que se expresa en un lenguaje musical subjetivo, contextual; incomprensible para muchos pero franco, real y que atestigua la existencia de otros. Una cultura que revela su vitalidad en su evolución. Una evolución que hace mucho dejó de ser el futuro. Una evolución que es el presente.
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