La persecución
Armando Ríos Ruiz viernes 28, Ago 2020Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Seguramente, la mayoría de los habitantes de este país, hemos soñado alguna vez con un poder capaz de llevar a juicio a un ex presidente de la República, para que dé cuenta de sus abusos y de sus saqueos y para que la justicia le haga pagar por ellos. Es como un sueño que incita a la novela, que describe un lugar diferente, porque sólo en otro sitio podría ser posible.
Hoy que está en juego un evento electoral, el más importante de que se tenga memoria, que se celebrará en junio del año entrante, en el que serán electos 15 gobernadores, la Cámara de Diputados federal, 30 congresos locales y casi 2,000 ayuntamientos y que significa de manera muy preocupada el futuro real de nuestro destino, el Presidente deja ver que alista desde ahora, el mazo que comienza a barajar y que habrá de sostener en sus manos hasta esas fechas.
Para sus verdaderos propósitos, hizo traer a Emilio Lozoya, para que hable sobre lo ocurrido durante su gestión en Pemex, en el gobierno más corrupto de la historia mexicana. Importa mucho a un hombre que tiene dificultades para ocultar que lo único que le importa es convertirse en dictador, que lo que en realidad busca es lo que le puede reportar este asunto en simpatías electorales.
Los únicos que creen que estas linduras son derechas, que son parte de su intención de acabar con la corrupción del pasado -no de su gobierno-, son sus seguidores a ultranza. Los que no cambiarían de manera de pensar por nada, porque están seguros de manera definitiva, de ser agraciados por ser gobernados por un dios de carne y hueso, a quien algún día podrán extenderle la mano para no volver a lavarla nunca.
¿Por qué buscar, de manera vergonzosa, ridícula y cobarde, el enjuiciamiento de ex presidentes, a través de la consulta pública, por consenso de los legisladores o por decisión suya? ¿Propuesta en la que por anticipado se disculpa, con el argumento grotesco y absurdo de que eso no es lo suyo? ¿No hay acaso autoridades que sin necesidad de esas disculpas irracionales se hagan cargo del asunto? ¿Delitos…? ¡Delitos que perseguir, sobran!
Pero parece que intenta hacer ver que si su decisión dice que hay que enjuiciarlos, es como faltar al respeto a algo sagrado. Eso no es lo del él. Pero al final del túnel -como le gusta citar-, los hombres más perspicaces de este país vislumbran la verdadera luz, la que ilumina la auténtica intención, que en realidad consiste, no en enjuiciar a Salinas ni a Peña Nieto, sino a Felipe Calderón, con quien contrajo un pleito que ni Dios Padre podría calmar.
Otra intención sería no fallar en el convenio no firmado con Peña Nieto, de permitir a cambio de permitir. Uno permitiría, allanaría la llegada y otro permitiría la partida, la huida sin problema para las partes.
Su fuerte no es la venganza ni ser verdugo. Dice. Parece más una excusa para lavarse las manos como Pitágoras. Ni siquiera como Pilatos. ¿Por qué no mejor hacer una denuncia ante las autoridades judiciales, con aportación de pruebas como en todo juicio conforme a Derecho y dejarse de rodeos, de pretextos que sólo exhiben que desea a toda costa que, quien tome la iniciativa, sea otra instancia?
Obviamente, todo este circo huele penetrantemente a campaña. Eso de “primero los pobres”; “hasta el Papa dice que la ayuda a este sector no es socialismo” y cosas por el estilo, tiene, sin lugar a equivocaciones, tufo a campaña muy anticipada. Al fin no sabe hacer otra cosa.
La realidad, de la que sus seguidores no se darán cuenta nunca, es que desea con vehemencia perpetuarse. Los hay tan ciegos que han escrito en las redes sociales cosas tan ofensivas como: “si es necesario que se convierta en un dictador, entonces que sea un dictador”. Esto no calienta. Alienta. Más a quien siente que hay quien no protestaría ni por sus desgracias a causa suya.
Les sienta al dedo el refrán que dice: “el que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe”. O el otro: “el que por su gusto es buey, hasta la coyunda lame”.