Así eran los informes presidenciales
Ramón Zurita Sahagún jueves 27, Ago 2020De frente y de perfil
Ramón Zurita Sahagún
La discusión sobre los videos y la pandemia son los temas que atraen reflectores y la atención general, mientras el país camina a paso lento en muchos sentidos.
Inversión y obra se encuentran detenidos, en gran parte por la contingencia sanitaria, donde solamente las obras monumentales de la 4T son las que parecen marchar a buen ritmo.
Por lo demás, aunque la industria entró en su etapa de reintegración dentro de la nueva normalidad, el turismo camina al igual que restaurantes, cines y otras actividades se van recuperando con la atención de las restricciones marcadas por las autoridades sanitarias.
Se advierte mayor movimiento en las calles de las ciudades, donde el transporte colectivo mueve un mayor número de pasajeros, en los aeropuertos, en las terminales de autobuses, en los comercios, aunque en algunos sitios se nota un mayor relajamiento, olvidando las medidas sanitarias dictadas.
Sin embargo, en el pasado la llegada del noveno mes del año es fecha icónica ya que los Presidentes de la República rinden, por ley, su Informe de Gobierno, el que hasta finales del siglo pasado era esperado por muchos para saber el rumbo del país y si el contenido del mismo traería noticias alentadoras para algunos.
El Informe de Gobierno era la fiesta del presidente hasta los primeros años de la década de los 80 del siglo pasado, ya que al Ejecutivo en turno se le rendía pleitesía y los pocos canales de televisión dedicaban gran parte de su tiempo a transmitir los detalles de las actividades del mandatario en turno.
Muchos no lo vivieron y otros tantos, tal vez, no lo recuerdan, pero la actividad iniciaba con las estrellas de los noticiarios acudiendo a Los Pinos para esperar que el Presidente saliera y nos contara cómo había dormido, cómo se sentía y que había desayunado, que coincidentemente eran huevos revueltos con nopal, para mostrar su mexicanidad.
Después de eso, el mandatario subía a un vehículo que lo llevaba directo a Palacio Nacional, donde el Ejecutivo federal se calzaba la Banda Presidencial y cambiaba a un automóvil descubierto, el que recorría en forma lenta el trayecto hacia el sitio en el que se rendiría el Informe. En ocasiones en Bellas Artes, otras más en el Auditorio, habilitadas como sedes y la mayoría de ellas en el recinto de la Cámara de Diputados.
Durante todo ese recorrido, las cámaras de televisión y los conductores iban detallando cada momento, los saludos que partían del vehículo que lo transportaba, la escolta del Estado Mayor Presidencial que mostraba su buena condición física caminando y corriendo todo el trayecto recorrido.
El Presidente se veía radiante, sonriente, feliz, por la convivencia con el pueblo y eso hacían notar los comentaristas, que eran relevados por otros contingente de ellos que esperaban al mandatario desde su arribo a la sede legislativa y destacaban el recibimiento espontáneo de diputados, senadores, gabinete, gobernadores, empresarios y demás invitados especiales que llenaban el recinto de marras y se encontraban listos para aplaudir a rabiar a cada instante.
La ceremonia protocolaria del Informe duraba un aproximado de tres horas, aunque existió algún Presidente que la alargó a casi siete horas.
Con la satisfacción del deber cumplido, el Presiente escuchaba las loas a su gran gestión de boca del diputado que respondía al Informe y que sabía que tendría una gran recompensa por ello, que podría ser invitación al gabinete, candidatura al Senado, al gobierno de su estado o cuando menos una presidencia municipal.
Después de ello, se procedía al llamado besamanos, que consistía en que todo el que quisiera, pero principalmente los invitados especiales, acudían a Palacio Nacional, hacían largas filas, para felicitarlo por su patriotismo y buena guía para el país, sin importar que en lapso de ese año hubiesen pasado grandes desgracias o incluso devaluaciones.
Los burócratas recibían el día de asueto, con la consigan de escuchar el informe y formar parte de las vallas que vitoreaban al mandatario en su trayecto.
En las escuelas se recomendaba que los niños lo escucharan, por formar de las actividades de Civismo y hasta se pedía un comentario del mismo.
Esa fiesta, con el mencionado protocolo imperó en el país, con mínimas inconveniencias, hasta que la Cámara de Diputados se convirtió en un centro de la disputa por el poder y los reclamos hacia el mandatario en turno se hicieron cada vez más fuertes.