El poder de la lisonja
Armando Ríos Ruiz miércoles 26, Ago 2020Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
México vive un vacío de poder. La pandemia venció al gobierno mexicano. Todo está a la deriva. No hay timón y al no haber timón, no hay rumbo. Nunca en la historia de México se había vivido en la zozobra que hoy se vislumbra por doquiera, con un gobierno de ineficaces transgresores de la ley y sin autoridad que ponga orden. Los que deben ser juzgados son los juzgadores.
El Presidente prometió al principio de esta fallida gestión, que sería el mejor en la historia. La verdad, no podría compararse siquiera con Pascual Ortiz Rubio. Armaría un gabinete como el de Juárez, como si los hombres de ese tiempo se dieran en maceta. Transcurre en el peor de los anales mexicanos. Su principal bandera: el combate a la corrupción, se ha vuelto contra él. Tendría que incluirse para perseguirse a sí mismo.
No quiere por nada del mundo que se hable de algunos temas, porque lo incomodan demasiado. Dio carpetazo al caso LeBarón, lleno de detenciones arbitrarias, de chivos expiatorios, de delincuentes inventados. Ya puede presumir de su justicia, pero ante los irracionales que le aplauden todo. Puede escupirlos y aun por ello arrancarles aplausos. El número de crímenes es escandalosamente gigante, comparado con los gobiernos neoliberales.
La pandemia es ahora un dolor de cabeza, si es que la tienen, de ambos López. Debería haber nombrado ya secretario de Salud, al subsecretario encargado de informar del mal. Al fin es tan ínfimo en todo, que para él, cualquiera es un genio, un superdotado, aunque éste no evidencie más, que la cabeza sólo le sirve para peinarla. Pero tal vez ni siquiera recordaría que está calvo.
De todas formas, amplió los poderes de un inservible, a quien la justicia debería cobrarle cuentas por estar convertido en un auténtico genocida. La suerte de poder decir a su jefe que su fuerza es moral, no de contagio, le consiguió el manejo de Cofepris, del Centro Nacional para la Prevención, del Control del VIH/SIDA, de la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic).
Falta por enumerar muchos cargos, pero basta con éstos. Así se mide el poder de la lisonja frente a una mente débil, dicen los estudiosos del fenómeno.
Cuando comenzó la alarma por la presencia del coronavirus, López-Gatell desdeñó su poder destructivo, igual que su patrón y comenzó la circulación de disparates ante los mexicanos, con cifras ni siquiera calculadas, sino dichas sólo porque desfilaban por su cabeza. El peor escenario, el catastrófico, sería llegar a 60 mil muertos.
Ahora que alcanzamos oficialmente -no real- esa cifra, no encuentra a quién culpar. A los pobres por ser pobres. A los que comen mal, a la corrupción del pasado, cuando el que manda aseguró en Oaxaca que había de sobra para construir los hospitales necesarios; a los gobernantes, a los necios, a los que comen y a los que no comen, a los feos, y a todo lo que se aparece en su mente.
La escuela de culpar a alguien de todo lo malo que ocurre ahora, impuesta por su jefe, ha servido para que, faltos de ingenio, de inteligencia, todos copien la salida fácil. Deberían de dar gracias a Dios de tener a quién piensa por ellos, aunque de manera corriente, repetitiva, tosca, mentirosa y estulta.
Cualquiera tiene capacidad para ubicar en su lugar exacto al mentiroso incapaz, elevado ahora a otros rangos a manejar múltiples dependencias. No pudo ni puede ni podrá con el cargo de malinformar del virus y ya le multiplicaron el trabajo. Se siente soñado, genial y fuera de serie, que sería capaz de querer vender cara su fisonomía a algún trasnochado hacedor de telenovelas.
Mientras, la realidad dice otra cosa. Mike Ryan, doctor de la Organización Mundial de la Salud, asegura que en México, la pandemia está subestimada. Nuestro Presidente ya volvió a la rifa del avión, sin avión, con tal de distraer a los mexicanos de los problemas torales. Preferible hablar de algo baladí, sin ninguna importancia, mientras los verdaderos conflictos están al acecho, a punto de comenzar su festín de aniquilamiento.