Deconstrucción familiar
Opinión miércoles 5, Ago 2020Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- Con la segunda temporada de “The Umbrella Academy” considero que el tema central de esta nueva entrega es la deconstrucción familiar y la pregunta por la identidad
Hace casi un año y medio dediqué mi séptima columna editorial a una serie que me intrigó por varios elementos y que no esperaba se convirtiera en el éxito que es hoy: The Umbrella Academy. Por entonces hablaba del modo en que su ciencia ficción medular se convertía en un reflejo de las proporciones cósmicas de la incertidumbre que vive una generación que se enfrenta a la fantasía (y realidad al menos teórica) de los viajes en el tiempo y los multiversos.
Hoy, para la número ochenta y tres, quiero revisitar este show a la luz de los cambios que ofrece su segunda temporada y, en específico, desde el que considero el tema central de esta nueva entrega: la deconstrucción familiar y la pregunta por la identidad.
Buena parte de los elementos entrañables de esta serie logran darse cita de nuevo para la segunda temporada del programa de TV web basado en los cómics de Gerard Way ( también vocalista del recién reunido My Chemical Romance) y el ilustrador Gabriel Bá. Destacando, cada vez más, la voz propia con la que Steve Blackman ha sabido alejarse de la idea original de Way y Bá para encaminar esta historia hacia un nuevo horizonte y hacia el análisis alternativo de sus personajes que propicia la narrativa televisiva.
Hay, en especial, una sensata adaptación de la naturaleza irrestricta de estos personajes en su versión de historieta a un relato coherente, disparatado y de una verosímil hondura y consistencia psicológica. Profundidad que en la primer entrega de The Umbrella Academy se virtió en un tono un tanto oscuro y grávido que se convirtió en el centro de las principales críticas que recibieron aquellos primeros capítulos señalados por su “inaccesibilidad”.
En consecuencia, la nueva colección de episodios del programa resulta una versión atenuada de la serie con una disposición más afable y pronta a la comedia ligera. Asunto que, a mi parecer, resta un poco de poder a la atmósfera lúgubre que envuelve a esta historia, pero que, considerado desde un punto de vista optimista, se tranforma en el vehículo de una narrativa fácil de seguir que encontrará su mejor momento en los últimos minutos de su desarrollo.
Por lo demás, la sigular sensibilidad musical del show de TV web, su particular estilo visual y estético y sus cautivadores personajes vuelven a relucir en esta segunda temporada, quizá, incluso con una mejor atención a cada uno de sus siete protagonistas. Misma que favorece interacciones novedosas, naturales y esclarecedoras que servirán, dentro de esta entrega, para dar pie a nuevos conceptos que prometen ser explorados en el futuro de la serie.
Así, el tema central de la temporada se revela en la pregunta por la propia identidad encarnada con mayor claridad por Vanya pero, a su manera, expresada en la reinvensión del propósito de Luther, la fijación de Diego con el heroismo, la coyuntura socio-histórica que enfrentará Allison, la férrea voluntad de hacerse presente de Ben, la revaloración del ego de Klaus y, por supuesto, la responsabilidad (quizá sobreextendida) de Número Cinco para mantener a este grupo de individuos disparejos en la misma sintonía.
Lo interesante de este núcleo temático es que como consecuencia lógica traerá una pregunta por los principios que hacen posibles los superpoderes de estos personajes, algo que podría pasar perfectamente inadvertido en la primer temporada; con ello, pondrá en tela de juicio también los lazos que los unen. Las bases atípicas desde las cuales estos personajes se conciben como una familia y las improbables razones por las cuales se siguen aferrando a estar unidos. En otras palabras, el concepto de familia de los Hargreeves se deconstruye en esta segunda temporada.
En este contexto, entiendo por deconstrucción (siguiendo la pista del filósofo francés del siglo XX Jaques Derrida) a la descomposición conceptual de las estructuras típicas de la familia heróica en favor de la consistencia y solidez del perfil psicológico de cada uno de los individuos que la componen. No una destrucción del concepto de la familia de héroes, sino una construcción inversa de sus términos.
Es decir, que lo que permite que esta grupo de personajes se mantenga unido no es un absoluto y ciego amor por el bien, el honor y los valores familiares; sino, por el contrario, un sólido, justificado y por propio derecho egoísmo humano que, no obstante, se doblega ante el trascendental llamado de la sangre (aunque en este caso nuestra familia no esté compuesta por hermanos biológicos).
En mi primer texto sobre esta serie concluía que estos personajes aspiran a una felicidad colectiva, egoísta en lo fundamental pues parte de cada uno de ellos. Ahora, a la luz de la segunda entrega de The Umbrella Academy puedo afinar la idea hacia un escenario poco más pesimista pero mucho más heróico.
Los Hargreeves, todo parece indicar, ya no están movidos siquiera por un ideal clásico de felicidad sino por una necesidad aún más patética (una necesidad más vehemente del propio ánimo y más pasional): la necesidad de identidad. De reconocerse quienes siempre han creído ser, de reconocerse con importancia en un multiverso multitemporal en el que la individualidad se antoja un capricho.
Ante la aterradora incertidumbre de los infinitos mundos posibles en infinitos escenarios espacio-temporales existentes y probables; Luther, Diego, Allison, Klaus, Five, Ben y Vanya deciden enfrentar la cósmica duda existencial de quiénes son con la voluntaria y voluntarista convicción de que lo que sea que sean, lo son en familia.
Y es que sólo así es posible una familia realmente sólida: deconstruyéndose. Desarmando y rearmando cada uno de los conceptos que nos convierten en quienes creemos que somos personalmente y colectivamente. Sí, por una búsqueda individual y egoísta. Pero no sólo por una búsqueda egoísta, sino por la búsqueda de la identidad propia que se pone al servicio de una identidad compartida. La identidad de una familia a la que pertenecemos y queremos, por propia voluntad, pertenecer. El heroímos de enfrentarse al vasto mundo de cosas que ignoramos con la valiente convicción de sabernos eternamente ligados a los que consideramos como los nuestros.
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