Perfecto adulto
Opinión jueves 30, Jul 2020Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- La película “Vivarium”, de Lorcan Finnegan, ha sido recibida con críticas generalmente favorables que han destacado las fibras del sci-fi clásico que se reconocen en su historia, así como un logrado sentido de suspenso e, incluso, de horror
El suspenso y la ciencia ficción tienen la estimulante cualidad de sacar al cerebro de nociones preconcebidas para mostrarnos realidades inverosímiles e intrigantes. Las mejores de sus historias, por si fuera poco, logran colar una crítica al mundo real. Tal es el caso de Vivarium de Lorcan Finnegan.
La cinta es una producción compartida entre Dinamarca, Bélgica e Irlanda y es protagonizada por Imogen Poots y Jesse Eisenberg, quienes también compartieron créditos recientemente en El Arte de Defenderse (film al que dediqué un texto hace ya algunos meses). Se estrenó como parte del Festival de Cine de Cannes en 2019 y recientemente llegó a los servicios de venta y renta on demand.
La película ha sido recibida con críticas generalmente favorables que han destacado las fibras del sci-fi clásico que se reconocen en su historia, así como un logrado sentido de suspenso e, incluso, de horror. Todo ello con una estética atractiva, bien imaginada y, sobre todo, con actuaciones convincentes y apelativas que se vierten en un humor ácido y sarcástico pero no escandaloso.
La historia sigue a una pareja de novios, Gemma y Tom, que se encuentran en busca de un nuevo hogar. Su interés los llevará a visitar la agencia de un nuevo complejo habitacional llamado Yonder en el que muy pronto las cosas empezarán a dar un giro misterioso y oscuro. Atrapándolos y atándolos a la tarea de criar a un bebé de origen desconocido.
La base narrativa de esta historia evoca en la naturaleza de sus acontecimientos a los episodios de la clásica Dimensión Desconocida donde lo inverosímil y lo cotidiano se cruzaban de una manera elegante y llena de suspenso. Quizá el mayor desatino en este aspecto por parte de Vivarium sea el férreo compromiso con sus términos que podría parecer extendido de sobremanera para algunos gustos.
En lo visual la película cuenta con recursos suficientes para darle vida a su mundo misterioso y a un complejo suburbano de miles y miles de casas aparentemente perfectas que, con el efecto de la repetición, logran ahogar a los protagonistas de la historia y enfatizar la angustia de su soledad entre tanto vacío multiplicado.
El lenguaje cinematográfico resulta convencional en sus encuadres aunque lúcido y adecuado. Destaca en especial por lo significativo de sus metáforas. Por ejemplo, la analogía inicial que la cinta teje con los cucúlidos (especie de aves conocida por aprovecharse de los nidos de otras aves para plantar sus huevos; de los que nacerán “hijos adoptivos” que después terminarán por devorar incluso a su madre subrogada).
Ya desde esta secuencia de entrada Vivarium nos anuncia el conflicto que explora y la crítica absurdista que nos propone a la parasitaria estructura del modelo de la clásica familia perfecta. En especial, la naturaleza parasitaria de la dinámica perfeccionista de la maternidad y la paternidad. Acentuada, en este caso, por la ciencia ficción de una intriga inter-especie y por una paternidad y una maternidad tajantemente impuestas y obligadas.
Dicho de otro modo, la cinta de Finnegan explora el sinsentido relativo en el que se ha convertido el modelo clásico de la joven familia que se muda a los suburbios para criar a sus hijos para los adultos contemporáneos. Extendiendo la crítica, en consecuencia, al modelo del perfecto adulto de épocas pasadas que hoy en día resulta, acaso, inalcanzable e indeseable.
La crítica fundamental de la cinta se dirige al papel coercitivo que tiene la perfección en el mundo actual. Frente a la vida creada por los modelos sociales, televisivos y comerciales de la familia perfecta; Vivarium opone la libertad de la imperfección y el gozo de la diversidad y la diferencia. El potencial de realización que ofrece una vida libre y sujeta al cambio, al error y al defecto en franca oposición con la inhibidora monotonía de la mismidad, la multiplicación vacía (repetitiva, duplicadora) y la sofocante imposición de un molde para la excelencia.
Como se ve, el ideario de Finnegan para esta película se mueve en las directrices de un absurdismo mediado por el suspenso y la ciencia ficción. Un absurdismo que se pregunta por el valor de lo que hemos erigido como “una vida deseable” frente a la cruda variabilidad de la realidad. Un absurdismo que recuerda que, antes de pensar en vidas perfectas, quizá debamos aprender a ser libres en nuestra imperfección. Quizá debamos aprender a valorar la forma que podemos inventarle a las nubes imperfectas de nuestro firmamento y no esperar tener una vista llena de repeticiones infinitas de la misma nube perfecta.
Aprender a voltear con un espíritu crítico, formado y en constante aprendizaje, hacia los modelos de vida con los que hemos crecido. A los modelos de excelencia, perfección y felicidad que hemos adoptado como propios pero que, quizá, nunca hemos deseado personalmente, íntimamente. Preguntarnos por el sustento de aquello que decimos que deseamos. Preguntarnos por las raíces de nuestros deseos. Preguntarnos si es realmente nuestro o si simplemente nos ha sido implantado.
Gemma y Tom serán víctimas de una inocente aspiración. Víctimas de la búsqueda del hogar anhelado. ¿Nosotros de qué deseo modélico seremos víctima?¿De qué perfección, de qué ideal, de qué convicción, de qué ilusión de realización, felicidad o goce?¿De quién serán los huevos del nido que protejo?¿Cuándo vendrá el cúculo ajeno a devorarme?
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