Para llorar, los “idiólogos” de la 4T
Francisco Rodríguez miércoles 8, Jul 2020Índice político
Francisco Rodríguez
Como ya se ha comprobado, es demasiado fácil para un público informado, desenmascarar a los instigadores del desastre mexicano, a sus botargas y hasta a los débiles de voluntad… y, claro, de coeficiente intelectual. Todo es cuestión de que se exhiban, de que entren al servicio público, de que se pongan de a pechito. Lo demás es más fácil que la tabla del uno.
Ya apareció hasta el think tank, el búnker desde donde personajes de la talla de John Ackerman, Luciano Concheiro, Epigmenio Ibarra, Paco Ignacio Taibo II, Ramírez Cuéllar y demás pelusa -¡el Instituo de Educación Política de Morena!- arman los rollos intragables que los ciudadanos pacíficos tenemos que fumarnos desde las “mañaneras”. Son los “idiólogos” de la 4T.
Y ya se descubrió por qué los empoderados mandarines tienen el morro de fabricar auto atentados igualitos a aquéllos que montan los que están a punto de perder la popularidad, veneno de los autoritarios. Como el escenificó George Bush Jr. sobre las Torres Gemelas, lo que le valió la reelección después de estar descogotado por la opinión pública de su país.
Todo es una cuestión del coeficiente intelectual, ridiculizado desde aquél video famoso que reveló que, antes de pasar por el pasillo que llevaba al avión, el Caudillo dejó que le tomaran la temperatura corporal: cuando le dijeron que 36°, se ufanó. De inmediato le contestó el encargado del puesto sanitario: no es la temperatura, es el IQ.
¿Y el Leviatán? ¿Y El Ogro Filantrópico?
El asunto del coeficiente intelectual, tan celebrado desde las universidades del “gabacho”, ha tomado carta de naturalización en el país. Después de Watergate se supo que el presidente norteamericano que gozaba de las más altas calificaciones en esa materia era Richard Nixon, el ex abogado de la Pepsi Cola en sus años mozos.
Pero aquí, ya se vio, se utiliza para sustituir la toma de temperatura por la toma del comportamiento cerebral de cualquier individuo. Todo es cuestión de enfoques. El aparato gubernamental, gracias a sus detentadores y a una cauda de farsantes, ha sido rebajado al nivel de la mentira y de la sospecha, dos insignias escalofriantes.
¿Dónde quedó aquél monstruo bíblico, el Leviatán, construido por las ideas de Hobbes, Descartes, Maquiavelo y Gramsci -en sus diferentes épocas y en una misma consonancia de ideas- para legitimar el monopolio legítimo de la violencia y conservar un poder por valores que deberían emanar del conjunto de la sociedad?
¿Dónde quedó aquél Ogro Filantrópico, de Octavio Paz, que retrataba de cuerpo entero a un poder público que servía en su momento para que los regímenes políticos repartieran las prebendas colectivas para desempeñar una misión favorecedora a sus intereses?
Carecen de idea de gobierno o de país
Ni Leviatán, ni Ogro Filantrópico, con “la ciencia del metate” el Estado es sólo un ratón asustado, endeudado hasta el cogote, incapaz para defender la seguridad, la salud y la alimentación, entregado a los intereses imperiales, muerto de miedo ante la avalancha electoral que le va a caer encima. Nunca se ha podido gobernar a contrapelo.
Sin idea de gobierno o de país, sin orientación de líneas ideológicas fundamentales, sin programa y sin propuestas, sin obras y sin empleo, han convertido esto en una fosa inmunda, en una caricatura ridícula de su propia sombra, expuesta para ser engullida de un bocado por otros impostores de la misma ralea.
Fuera de los “moches” de costumbre, aparte de lo cobrado por comisiones de subasta y entrega de la soberanía nacional y de los restos de soberanía popular, los palurdos del sistemita rematan los saldos de esta catástrofe entre mercachifles locales y extranjeros y entre buitres disfrazados de servidores públicos.
El Estado tiene el monopolio de la violencia
Un aparato que ha retornado a la caverna de las manos de la derecha más retrógrada, que ha reducido y suprimido la protección de las garantías individuales y sociales. Que ha zapado bajo el signo de la derrota y de la claudicación frente a los clanes delincuenciales, que quiere vaciar a la democracia de contenido.
Aquél que prometió que “desde el primer día de mi gobierno, no al mes, desde el primer día, los narcos cambiarán las armas por tractores y se convertirán en gente de bien, se los juro”. Las redes inteligentes le contestan: “Le tengo noticias, Presidente, la guerra ya se la declararon a usted…
… Le recuerdo que el Estado tiene el monopolio de la fuerza pública y el uso legítimo de la violencia. Ahora bien, si no se siente cómodo, renuncie, para que pongamos a alguien que sí sepa asumir la responsabilidad”. Y es que siete de cada diez declaraciones en el gabinete de seguridad no tienen sustento oficial.
En la Cámaras se iban a agandallar
Hasta para alcanzar una mayoría calificada sufren. Algo huele mal en Dinamarca, porque creíamos que la tenían de entrada. Pero se impone el rechazo opositor, simplemente porque en la convocatoria los adalides de la Cuarta Decepción no sólo quieren legislar sobre las normas del T-MEC…
… sino también para abordar “otros temas”, en donde va la mano del gato para pasarse por alto los obstáculos a nombramientos de consejeros a modo en el Instituto Nacional Electoral.
Todo resulta ser una emboscada, y en el fondo una mentira ramplona. Todo se ha ido por la borda, hasta la confianza inicial de algunos miembros de Morena, de esos de hueso aparentemente colorado. Ya no creen en nada.
Hasta aquí llegaron… todos al matadero
Y la noche avanza, para caer inexorable sobre el circo de las fechas electorales. Mientras, una caterva de improvisados, confiados en que los elegirá un solo dedo, se inscriben en las infames listas de Morena, para ser postulados a las gubernaturas. La misma especie de políticos improvisados de costumbre.
Piensan que se repetirá, fácilmente, el fenómeno de aquella famosa tómbola en donde se seccionaron por sorteo los candidatos a las diputaciones y senadurías. Siento decirles que ya no es así. En poco tiempo, los tiempos cambiaron. La ciudadanía no quiere chuparse más el dedo.
Hasta aquí llegaron. Ninguno de los mencionados tiene el empaque para remontar esta decepción nacional. Todos para abajo. Enfilados al matadero.
Si no lo creen, pregunten en sus estados, circunscripciones, distritos, municipios y alcaldías. Ya nada será igual. Abjuraron de la Nación, ahora toca a ésta prescindir de ellos.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: A mediados de marzo de 2019, el presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó que en su gobierno no habrá intelectuales orgánicos: “Lo que estamos buscando es que el Estado ya no proteja escritores… Si los conservadores quieren tener ideólogos, que ellos los financien”, sentenció. Sin embargo, la realidad es distinta. La Cuarta Decepción también tiene a sus propios intelectuales orgánicos. Para comprobarlo, vamos al origen del concepto. El término “intelectual orgánico” fue acuñado por el filósofo italiano Antonio Gramsci, quien distinguió a los intelectuales de acuerdo con su función y su relación con la estructura social, política y económica. Para Gramsci -de formación marxista- cada clase “crea junto a ella y forma en su desarrollo progresivo” a intelectuales orgánicos, entendidos como “empleados del grupo dominante para el ejercicio de funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político”. Lo anterior significa a grandes rasgos que los intelectuales orgánicos son quienes articulan y difunden la ideología conveniente a los intereses del grupo en el poder. Algunos ejemplos, son los colaboradores del periódico La Jornada, John Ackerman y Rafael Barajas El Fisgón, quienes a su vez dirigen la Escuela de Cuadros de Morena. También está el caso del historiador Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica; el del ex director del diario Regeneración y actual vocero presidencial, Jesús Ramírez; y el del titular del Sistema Público de Radiodifusión, Jenaro Villamil, periodista surgido del semanario Proceso. Los casos anteriores son ideales para demostrar que además de contar con intelectuales orgánicos, el nuevo régimen también ostenta el control de los Aparatos Ideológicos del Estado (AIE).
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