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Armando Ríos Ruiz miércoles 1, Jul 2020Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
El atentado contra Omar García Harfuch, jefe de la policía capitalina, deja ver un enorme fracaso en la política de combate al crimen que el Presidente está empecinado en continuar sin ninguna modificación; aunque de hecho, no hay rubro que no esté hoy convertido en un fiasco, empezando por el principal objetivo de la 4T, el combate a la corrupción. Hoy, no existe prácticamente institución en donde no se note ese fenómeno, que crece todos los días como maldición.
La misma Presidencia, desde donde se fustiga todas las mañanas a los neoliberales y a los conservadores por corruptos; desde donde se condena el pasado por haber dejado esa herencia –que parece haber aceptado con una sonrisa muy amplia−, autoriza compras multimillonarias sin licitación y soslaya los actos indecentes de los funcionarios, verbigracia, Manuel Bartlett, Irma Eréndira Sandoval y muchos más. Lo que es peor, se perdona a los delincuentes. ¿Combate a la corrupción?
Después del atentado, el Presidente repitió lo de siempre: que su administración seguirá con la estrategia para que haya paz y tranquilidad con justicia en todo el país. También manifestó con frases contradictorias no del todo claras en un mandatario, que no se dejará intimidar. “como todos los seres humanos, tenemos miedo, pero no somos cobardes”.
Acaba de probarse que el crimen se ha fortalecido en lo que va de este sexenio, como nunca, porque no tiene a nadie enfrente que le impida crecer y consolidarse como una fuerza a la par del gobierno, al que acaba de provocar. El atentado significa un reto frontal. Balas calibre 50 que atraviesan cualquier objeto, granadas de fragmentación, armas súper potentes cuentan en el haber de los sicarios. Con ellas se enfrentarán a los abrazos, como seres humanos que son.
La 4T no se dejará intimidar, cuando es lo menos que esperan los gobernados, porque debería ser exactamente al revés: los delincuentes son quienes habrían de intimidarse ante las reacciones del que gobierna. Tal expresión deja un tufo a abandono. Hoy mucha gente pregunta y se pregunta extrañada: “¿qué compromiso hay entre el que manda y el que comete los más atroces delitos?”
Supuestamente, la estrategia quiere apartar del crimen a jóvenes que son atraídos por el dinero aparentemente fácil que allí se consigue, mediante dádivas de más de tres mil pesos bimensuales, que son nada comparado con lo que produce la actividad delictiva. Pocos jóvenes con necesidades apremiantes, sin soluciones, dejan ir una oportunidad de esas, pese a que es una actividad muy peligrosa. Por esa razón, cualquiera se da cuenta de que la dádiva de la 4T, sirve más bien para cultivar los votos más caros en la historia de México.
Si yo fuera narcotraficante, sicario ladrón, asaltante, etc., me mostraría agradecido con un presidente que adoptara como estrategia acabar conmigo con abrazos. Le enviaría un agradecimiento mental, por decir que merezco respeto porque soy un ser humano, mientras clavo mi puñal en el corazón del enemigo.
La terquedad ha sido secundada por los senadores de Morena, seguramente sin que muchos, los que mejor piensan, estén realmente convencidos, sino por la obligación de plegarse al jerarca que se convirtió en el imán que atrajo los votos en 2018, para que llegaran al Congreso de la Unión. Es el jefe y es obligatorio mostrar que son leales a su jerarquía.
Pero resulta hasta ofensiva la declaración de Ricardo Monreal, coordinador de la mayoría de Morena en el senado, cuando estima que “modificar la estrategia a la mitad del camino en materia de seguridad pública no es conveniente, “menos por presiones de grupos criminales”. Una estrategia fallida debe modificarse ahora, porque ha servido más para robustecer a las bandas de criminales que para mantener a salvo a la ciudadanía y a las instituciones.
Estamos al principio del camino y si fuera necesario modificarla durante el último año de mandato porque las circunstancias obligan, como ahora, habría que hacerlo. Y si no es por la presión que hacen los criminales, ¿entonces por qué?