De pandemias, encierros y números
¬ Edgar Gómez Flores jueves 11, Jun 2020Con mi mano izquierda…
Edgar Gómez Flores
La cuarentena me ha vuelto a algunos recuerdos y a algunas viviencias dentro de mi enciclopedia mental que empieza cuando tenía cuatro años de edad (desde esa edad tengo recuerdos que puedo asociarlos a la realidad) y concluye con mi vida actual o quizás con mis fantasías sobre el futuro.
En esta dinámica de recuerdos, pensé en dos canciones que escuchaba de niño. Una era de Joaquín Sabina “Y nos dieron las diez” y la otra era una canción de Roberto Carlos; el canta autor brasileño, “120…, 150…, 200 km por hora”. En ambas, sus letras concluyen en una tragedia. Sin embargo, me quedé pensando en la infinitud de los números. En el caso de Sabina los números se refieren a las horas marcadas por el reloj. Después de un torrido romance pasajero, de su personaje, le dieron las “10 y las 11, las 12, la 1 y las 2 y las 3…”. En el caso de Roberto Carlos habla sobre un hombre que huye de una persona en un auto y maneja a una velocidad moderada, hasta que la desesperación le hace subir la velocidad a 120, 150, 200 kilómetros por hora. De esa canción destaca una frase que dice: “a veces siento que el mundo se olvidó de mí”. Así, por momentos me siento. Pero veo a mi alrededor y parece somos varios los que sentimos lo mismo. Entonces el monopolio de la tragedia lo veo compartido.
Me dan vuelta los números y encuentro el infinito hasta en espacios finitos. Además analizo de nuevo las canciones y los números, que me parecían diluirse entre las 11 y las 12 horas; o los 180 y 200 kilómetros por hora. En realidad se encontraban en ciclos o en límites naturales. En el primer caso, se confinaban en 24 horas y en el segundo en el tablero del automóvil. Así, entre el recuerdo y el tarareo del estribillo de las canciones, me siento frente al televisor y lo enciendo. Veo las noticias de contagios del día de hoy y la proyección de muertos. Escucho a un periodista hacer parodia de la predicción del encargado de la pandemia en el país. Serán 6,000; 8,000; 12;000, 25,000; 30,000 o 60,000. Mientras enfatiza que el MIT (el Tecnológico de Massachusetts) pronostica más de 100,000. De nuevo viene a mi mente la idea de que los números son infinitos; pero me protejo buscando la confinación de estas cifras. Para este caso, el límite en México podrían ser los 125 millones de habitantes o en el mundo los 7,500 millones de personas. Me espanto de pensarlo. Abro mi celular y reviso la cifra del día: 14 mil. Me viene a la mente un estadio de futbol de segunda división o el Auditorio Nacional, con todo y el tráfico del Paseo de la Reforma. Me sudan las manos y recuerdo sobre lo trágico de las canciones anteriores. Empiezo a ponerle melodía a esta nueva tragedia; pero no encuentro algo fúnebre que me atraiga.
De nuevo pienso que el mundo se olvido de mí. Pero a diferencia de la frase, empiezo a sentir que el mundo se olvido de mí. Llega a mi mente un sonido de trompetas que puedo sincronizar con el crecimiento de la cifra de muertos de la gráfica. Me concentró en el colofón de la sinfonía; pero al revisar la tendencia de muertos en México; me parece más a un alegre Huapango de Moncayo. Eso me alivia un poco.
Más que una marcha fúnebre, leer la tendencia de la curva entre violines y el arpa me hace pensar en un adios más “a la mexicana”.
Tengo la reflexión de la muerte, pienso en mi muerte. Cuando ésta llegue, habré alcanzado mis 200 kilómetros por hora, mis tres de la mañana o seré el fin de la humanidad. Cada muerte es un universo que deja de existir. Con esta idea me acerco a mi librero y tomo “Historia de la Eternidad”, de Jorge Luis Borges, para encontrar un paleativo contra la angustia de la espera. También recuerdo a Henry, en “El Lobo Estepario” quien pensó en suicidarse a los 50 años para poder aguantar el dolor de la existencia. Ahora me sostengo del Huapango de Moncayo y me monto a la curva. Pienso que todos llegaremos aquí y yo decidí cuando y cómo llegar. Estornudo sobre mi brazo y me recargo en el sillón. Como en la montaña rusa esperaré cuando la curva baje para levantar mis brazos. Desvanecerme a mi manera me hace convertirme en un número más y perderme en la eternidad.