Males hereditarios
Opinión miércoles 10, Jun 2020Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- Cuando Hereditary llegó a las salas de cine, se le incluyó en múltiples listas de las mejores películas de aquel año, comparándola incluso con clásicos como “El Exorcista” y enfatizando la calidad fílmica con la que Aster había venido a reinventar el género de terror. Esto mientras que su creador se limitaba a llamar al film “una tragedia familiar que cuaja (curdles) en una pesadilla»
Hace algunas semanas dediqué este espacio a Midsommar de Ari Aster, la segunda película en la joven carrera del estadounidense. Como es natural, el encanto que provocó en mí dicho film me llevó a acercarme a la ópera prima del cineasta, Hereditary, con la que he sido capaz de completar el cuadro general del director que hace unos días anunció la próxima llegada de un nuevo trabajo al que describió como “a nightmare comedy” (una pesadilla cómica o una comedia de pesadilla).
Se trata de dos trabajos independientes y muy diferentes entre sí estrenados con sólo un año de diferencia pero que se convierten en la muestra de la versatilidad narrativa de su escritor y director. Uno, como un microcosmos terrorífico a la luz del día y en espacios abiertos y, el otro, como una historia más bien íntima; situada en un hogar y centrada en la dinámica específica de una familia. Ambos como impecables muestras estéticas, de lenguaje cinematográfico y de re-evolución del género de terror con base en los fundamentos clásicos de la tragedia.
No en vano, durante 2018, cuando Hereditary llegó a las salas de cine, se le incluyó en múltiples listas de las mejores películas de aquel año, comparándola incluso con clásicos como El Exorcista y enfatizando la calidad fílmica con la que Aster había venido a reinventar el género de terror. Esto mientras que su creador se limitaba a llamar al film “una tragedia familiar que cuaja (curdles) en una pesadilla”.
Y justamente esta descripción es la que me parece más atinada pues, si bien es cierto que los elementos de terror, tensión, ansiedad, angustia y horror se presentan de manera magistral en esta película, el fondo específico de los hilos que la conducen se sitúan en las interacciones entre cuatro miembros de una familia disfuncional en muchos sentidos a la que sobrevienen factores y misterios de carácter sobrenatural que no hace más que exponenciar los vicios de la dinámicas que ya llevan ahí generaciones.
La película parte de la muerte de la madre de Annie Graham, quien, a su vez, es madre de Peter y Charlie y esposa de Steve Graham. A partir de dicho suceso, y como parte del complejo pesar que genera el luto, una serie de eventos comandados por la iniciativa de Annie se desencadenarán sólo para sumar tragedias a la vida de los Graham quienes buscarán en lo sobrenatural una manera de lidiar con el dolor, con la esperanza de mitigarlo, incluso, de eliminarlo.
La principal virtud de la película, me parece, se encuentra en su capacidad de sorprendernos, de hacer lo inesperado posible. Ventaja desde el punto de vista narrativo en general pero que en el contexto del horror y el terror se convierte en la piedra de toque que hace de esta una película más-que-terrorífica.
Una película estética. Con recursos de edición que se convierten en auténticas ilusiones visuales y con un lenguaje fílmico que no se cansa de reiterarnos que “algo más” nos acompaña mientras vemos esta cinta. Con una narrativa que tanto en lo argumental como en lo visual se encarga de jugar sutilmente con la cuarta pared, de manera que nos involucra en un nivel casi cómplice pero que, al mismo tiempo, no sabe lo que viene después.
Esta característica en específico está provista por el trabajo de Annie, quien se dedica a crear maquetas detalladas que recrean espacios reales y, más intrigante aún, episodios específicos de su vida que de esta manera se nos narran, “con una visión neutral”, como lo dirá el propio personaje en algún momento. Superponiendo, así, la “visión neutral” del espectador a la “visión neutral” de las maquetas de la protagonista de esta historia.
Por si esto fuera poco, cada una de las dinámicas de estos personajes se encuentra muy bien interpretada por sus actores, quienes se encargan de dar vitalidad y pesadez real a las tensiones y confrontaciones entre cada una de sus partes. Destacando especialmente, por supuesto, a Toni Collette; quien, como Annie, adopta, en la justa medida de la reacción emocional, las diferentes “personalidades” que le exigen las constantes sorpresas trágicas que se le presentan.
Al final, ese es el punto central de la película de Ari Aster: el drama familiar. La manera en la que el conglomerado mínimo de la sociedad enfrenta la tragedia, el luto y el dolor. La manera en la que, sobrenatural o no, la familia nos impone un contexto y un horizonte. Nos impone herencias. No siempre positivas. No siempre constructivas. No siempre dadas para nuestra plenitud.
Las dinámicas que nos construimos con nuestros hermanos y nuestros padres y el modo en que esas son la razón de las demás relaciones que construimos (o mal-construimos). El modo en que las decisiones, las creencias o las filiaciones de otro ajeno a nosotros pero con nuestro mismo adn viene a presentarse a nosotros como un destino impuesto. El modo en que la vida de alguien más es hoy el fundamento (consciente o inconsciente) de lo que juzgo como mi autenticidad.
Desde los ojos de Aster, todo parece indicar que no hay nada que pueda librarnos del trágico destino de ser quienes somos. Hijos de quienes somos hijos, nietos de quienes somos nietos, bisnietos de quienes somos bisnietos, tataranietos de quienes somos tataranietos. Ni siquiera, según nos sugiere Hereditary, libres de suscribir esas condiciones predispuestas ante las que no nos queda más que acatar.
Y es cierto, no podemos ser más que lo que somos, no podemos ser más que el producto del conjunto de personas que nos dieron existencia. Pero eso no quiere decir que no haya diferentes maneras de ser lo que somos. No quiere decir que no seamos capaces de comprender, estudiar y reconstruir esos orígenes. Capaces de desapender y deconstruir. Capaces de enfrentarnos a lo que nadie antes en nuestras familias quiso o supo enfrentarse. Capaces de ser libres en esto.
Pero, más que todo, libres al elegir lo que queremos heradar a los que vengan (de nuestra génesis o no). Libres para enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestros principios con ojo crítico y visión esperanzada. Libres de acabar con un círculo vicioso de autoafirmación infundada. Libres para que el único “mal hereditario” que transmitamos sea la capacidad de deconstruirnos, reconstruirnos, criticarnos y evaluarnos. El “mal hereditario” de la libre rebeldía de vivir lo que somos de una manera diferente.
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