¿Libertad de expresión?
Armando Ríos Ruiz viernes 29, May 2020Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Si de algo carece el Presidente, es de sensibilidad, don imprescindible en una persona que gobierna o simplemente, en quien vive de la política. Desgraciadamente, la soberbia, uno de los pecados capitales, es el principal “atributo” y sustituto en estos personajes, que con un poco de poder pierden la dimensión de la realidad por carecer de preparación para ejercerlo.
Prácticamente desde que asumió el cargo, el mandatario comenzó a relegar todas las promesas positivas, usadas para convencer a la ciudadanía que vota y a convertirse en todo lo que criticó. Demandaba acciones en contra del crimen, que de llegar a la Presidencia abatiría en un año. Criticaba al gobierno por un PIB bajo y ahora amenaza con desaparecerlo por su estrepitosa caída.
Dos años antes de asumir la Presidencia citaba a Napoleón: “Si el crimen y los delitos crecen, es evidencia de que la miseria va en aumento y que la sociedad está mal gobernada”. El año en que el tabasqueño comenzó a gobernar ha sido históricamente el peor que hayamos vivido en materia de delincuencia y a estas alturas existe una tendencia clara a aumentar.
Prometió respetar la libertad de expresión y no sólo se trata de una mentira mayúscula, sino que alienta a la sociedad mexicana o a sus fieles seguidores que tienen un mínimo de materia gris, a desdeñarla y a atacarla, durante las cátedras que imparte desde su púlpito mañanero. Le han preguntado en sus conferencias sobre la Prensa y aún insiste en que la respeta.
Mientras, no deja de llamarla enemiga, fifí, servidora del neoliberalismo y de los conservadores, chayotera y con otros calificativos que sus fieles repiten delirantes, en una imitación devota de la voz que los guía, cuando participan en reuniones particulares, como instrumento preventivo de pleitos mayúsculos, como amenaza anticipada de un disgusto superlativo.
Su carencia de sensibilidad no le permite advertir que sus descalificaciones al gremio tienen un peso gigantesco no por él mismo, sino por su investidura presidencial. Es como si el Sol peleara contra la tierra, con 333,000 veces más pesada y un millón 300 mil veces más grande, de acuerdo con la ciencia.
No ha sido capaz de entender el papel de la Prensa, cuyo ingrediente principal es criticar las pésimas acciones de los hombres, principalmente de los que gobiernan, para incidir en un mejor comportamiento. Antonio Ortiz Mena advirtió muchas veces al Presidente Díaz Ordaz sobre el peligro de gastar más de la cuenta y el poblano paraba en seco su proyecto. Escuchaba.
Diferentes y muy importantes diarios del mundo han dado cuenta de esta conducta y por ello se han convertido también en blanco de sus críticas más vehementes. La no existencia de sensibilidad (¿o será cinismo?) no le permite advertir que pone en entredicho a todo nuestro país y su propia personalidad, calificada como una de las peores para dirigir los destinos de un país.
Ana Cristina Ruelas, directora regional para México y Centroamérica de Artículo 19, afirma que el número de ataques a periodistas durante 2019 representa un aumento de casi 100 por ciento, respecto al primer año de Peña Nieto y un incremento de 12 por ciento, de agresiones en 2018. Cualquiera diría que se gobierna denodadamente para retroceder.
En una mañanera, el orador aseguró que Federico Arreola, Enrique Galván y Pedro Miguel son los únicos profesionales del periodismo, sólo porque ensalzan contra viento y marea todo lo que él hace y deshace y porque enmiendan las críticas investigadas y fundadas de otros columnistas. Para el gremio, que consta de miles de escritores pensantes, denigran la profesión.
Se le olvidaron Marco Antonio Olvera, Carlos Pozos, Sandy Aguilera, el bloguero Paul Velázquez, Hans Salazar; dedicados a formular preguntas cómodas en las mañaneras. ¿De gratis? Por qué a ellos no los llama “chayoteros”? Rebajó a los reputados del párrafo anterior al ínfimo nivel de los últimos.