¡A imaginar!
¬ Edgar Gómez Flores martes 26, May 2020Con mi mano izquierda…
Edgar Gómez Flores
Desperté con un poco de temperatura. Justo a las 7:00 a.m. cuando se prende automáticamente mi televisor. Pude identificar a lo lejos este tono sonso de nuestro líder supremo (así le dice un compadre). Todo parecía normal; pero empecé a escuchar repetidamente las palabras “compañero”, “pueblo”, “bienestar”. El tono del sureste era más marcado, como si el hambre de quererse comer a este país, empezara por las letras.
Escuché a muchas personas que él presentaba, como si fuera un programa de entretenimiento. Se escuchaban bullicios y aplausos. Uno a uno desfilaban y yo sin poder abrir los ojos. Tenía el presentimiento de llevar cuarenta y cinco minutos escuchando un plan de gobierno, que lo intuía, más no lo conocía.
Con un tono de militar avejentado escuché a otra persona otorgar el agradecimiento a miembros de la “Policía del Pueblo”, quienes habían ayudado a dar con los corruptos opositores del régimen. Agradecía el mecanismo de comunicación que habían encontrado para desmantelar una red mexicana de cómplices quienes, con sus ideas neoliberales, habían tratado de despretigiar “a los compañeros honestos” de la empresa petrolera; ahora llamada “PEPEMEX” (el Petróleo del Pueblo Mexicano)”. Empezaron a dar información detallada de la ruta cibernética utilizada para su captura y también hicieron énfasis en los reconocimientos que se darían a estos nuevos sargentos de la nación.
Supongo que la temperatura me había rebasado los 39 grados, alcancé a tomar mi inhalador de la cabecera y me arrastré con los brazos hacia una posición más cómoda para poder respirar. Regresé poco a poco a la somnolencia. Cerré los ojos de nuevo para poner atención al murmullo de la televisión. De repente salió un grupo folclórico y de fondo algunas cabezas olmecas que daban un ambiente de programa producido en los años setenta. Mal hecho y con mucho ruido. Inmediatamente, hubo un silencio de veinte segundos. No pude identificar si la pausa la generó un anuncio, un corte en la red eléctrica o simplemente un itinerario mal planeado. Salió un mujer de setenta y cinco años aproximadamente; muy delgada y erguida. Con el ojo izquierdo, el cual apenas sobresalía de la almohada, llegué a pensar que era Elena Poniatowska, pero al escuchar lo chillón de su voz lo descarté y empezó a recitar un himno. La cara se le desfiguraba y los ojos se le empezaron a desorbitar. Mientras tanto, se izaba una bandera, color marrón, con un símbolo en el centro; muy amarillo. Trompetas mal afinadas generaban una especie de ladrido hacia el viento que retumbaban en mi cabeza.
Logré pararme de mi cama, fueron unos dos minutos que tardé en llegar al baño, escupí en la tasa y pude identificar un hilo de sangre. Quise ponerle importancia; pero nuevamente escuché otro ruido estruendoso, ahora de tambores, me hizo recordar el inicio de “Así habló Zaratustra”. Regresé trompicándome con las paredes y vi ahora un telón rojo, de terciopelo; de muy mal gusto. Y salió un hombre gordo, bajito, con bata blanca y parecía que comía algo de la mano izquierda. Apareció un cintillo en la parte inferior izquierda. Entrecerré los ojos y pude leer “Secretario de Salud y Felicidad”. Habló de los últimos casos del Covid- 19 y de cómo el sistema de selección natural de los mexicanos había logrado acabar con más de tres millones de personas en los últimos dos años. Trató de dar una explicación científica de cómo el virus, ahora ser vivo y cuasipensante, identificaba el gen de los hombres y las mujeres no afines a este régimen. Caminó de frente a una de las cámaras que lo enfocaba. Con su mirada fija en el centro de la lente, levantó su mano derecha y, con su dedo índice, señaló y empezó a vociferar algunas condenas. No logré entenderlas, yo escuchaba únicamente balbuceos. Había llegado de nuevo a mi cama. Antes de acostarme, con la mano temblorosa, logré posicionarme el termómetro. Me esperé algunos minutos y caí en un profundo sueño.
Desperté de nuevo, el reloj de la televisión marcaba las 7:03 a.m., me quité el termómetro. Ahora estaba en 39.2. En la televisión, de nuevo, el tonito del Presidente. Hablaba de becas, de una pandemia domada y de la reacción de los consevadores hacia una iniciativa del gobierno de Puebla para mantener el control de las escuelas privadas. Con mi mano izquierda, alcancé un papel que tenía en el mueble de la esquina; era mi cita para hacerme la prueba del coronavirus en diez días.
Espero controlar la temperatura hasta ese día. Empiezo a confundir el presente con el futuro. Y, el dolor con mis miedos, se empiezan a hacer uno.