Contra-absurdo
Opinión miércoles 13, May 2020Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- El estilo del director griego Yorgos Lanthimos está siempre plagado de un espíritu absurdista que suele decantarse en atinados momentos de humor negro
Conocí el cine de Yorgos Lanthimos por primera vez gracias a una antigua compañera de clases que me sugirió The Lobster, trabajo que le valiera al griego una nominación a Mejor Guión Original en los Premios Óscar de la Academia de 2016. De ahí que no me resultara sorpresivo que para 2019 el cineasta reapareciera entre las listas de nominados de la afamada entrega de premios con The Favourite, film al que me acerqué ya con ciertas expectativas y un franco entusiasmo.
El estilo del director griego está siempre plagado de un espíritu absurdista que suele decantarse en atinados momentos de humor negro que destacan por la manera tan aguda e irónica en la que nos revelan el sinsentido de la existencia humana y, más aún, el polo negativo, irrenunciable e irresoluble de las contradicciones que encarnamos como fenómeno viviente.
La Favorita, en consecuencia con dicha descripción, no es ninguna excepción. Sin embargo, como múltiples críticos y aficionados del estilo de Lanthimos han señalado atinadamente, sí marca un viraje del director a un estilo más convencional y digerible para el gran público. Viraje que se marca, en primer lugar, por tratarse de un guión que no es escrito por el propio Lanthimos (a diferencia de casi todos sus trabajos anteriores) sino por la dupla de Deborah Davis y Tony McNamara y, en segundo lugar, por tratarse de una ficción de época que parte de hechos históricos reales para dar vida a un microcosmos reinventado de la Corte de Inglaterra del siglo XVIII.
La historia se sitúa en el reinado de Ana Estuardo (interpretada por Olivia Colman) y sigue la pugna entre dos primas, Sarah (Rachel Weisz) y Abigail (Emma Stone), por ganar el favor de la monarca. Sarah desde una posición consolidada en la Corte y Abigail como una aristócrata venida a menos dispuesta a recobrar su posición social en la nueva oportunidad que representa su reciente llegada al Palacio de una Estuardo decadente, afligida y suspicaz.
En lo cinematográfico la película nos regala auténticos cuadros cuasipictóricos vertidos al movimiento que retratan con mucha fidelidad y cinismo la opulencia desmedida de los miembros de la Corte en contraste con la dolorosa y aguerrida existencia de sus sirvientes y subalternos. Transformándose en consecuencia, en el discurso, en un inmediato comentario y examen del poder como dinámica humana.
Comentario tejido por una historia sorpresiva, poderosa y creciente que pone en el centro de su desarrollo a estas dos primas y sus múltiples recursos (de todas índoles) para hacerse con el cariño, el favor y la predilección de la reina. Personificando, cada una de ellas, un acercamiento distinto a su intimidad: por un lado, el de la adulación seductora y, por el otro, el de la palabra franca, agreste y veraz.
La película pronto confrontará a su espectador revelando las dinámicas de poder, conveniencia, manipulación y oportunismo de sus personajes y planteando de fondo una pregunta sustancial : ¿quién es realmente el afortunado? ¿El que recibe el favor del poder o el que es capaz de escapar de su sofocante dinámica?¿Quien se emancipa en el nombre de la dignidad propia o quien se convierte en un objeto más de las pulsiones de la reina?
Claro, para Lanthimos la respuesta es evidente. En consecuencia con su absurdismo nada escapa del sinsentido de nuestra existencia y de lo defectuoso de nuestras empresas, deseos e ideales que no son más que vanas proyecciones de lo que nos gustaría ser capaces de realizar. De la satisfacción plena que nos gustaría ser capaces de alcanzar en contraste con la limitada realidad que nos compete.
Como he reiterado ya en varios textos, en términos generales yo suscribiría esta opinión un tanto lúgubre pero realista de nuestra existencia. Es cierto, nada parece darnos la pauta de que nuestra existencia tiene algún sentido determinado de suyo. No parece haber ninguna evidencia de que estemos en este mundo para algo en específico.
Sin embargo, desde mi punto de vista, eso no desarticula la posibilidad de dotar de sentido a lo que somos, a lo que hacemos y a lo que deseamos. Mucho más importante aún, eso no desarticula la necesidad que tenemos de tejer dinámicas de relación entre nosotros. Por el contrario, nos vuelca a hacer de éstas intercambios más fructíferos, significativos y perdurables pues esos sí son la única muestra que tenemos de que podemos ser algo más que sólo nosotros mismos.
La muestra de que podemos encontrar en nuestra interaccciones humanas y afectivas virtuosas las herramientas para desprendernos de nuestros egoísmos en pos de una experiencia compartida. De relaciones humanas, realmente humanas. Siempre adornadas por la imperfección y la incompletud pero que, no obstante, funcionan, conectan, nos permiten vernos realmente los unos a los nosotros.
Yo creo que sí tenemos modos de salir del absurdo, de lo imperfecto y de la idealización vana. Yo creo que sí podemos ser algo más que sólo nuestras pretensiones inconclusas. Podemos ser contra-absurdo. Podemos ser conexión, relación, diálogo, entendimiento comunal. Podemos ser empatía y construcción paulatina de mejores dinámicas de poder. Dinámicas de poder exentas de dominio, exentas de imposición, exentas de autoafirmación.
Podemos ser contra-absurdo. Podemos ser como la palabra: francos, agrestes y veraces. Pero sobre todo podemos ser humanos. Creadores de sentido. Creadores de no-absurdo. Creadores de una realidad que nos tiene a nosotros mismos como sus únicos agentes y como sus únicos responsables. Somos absurdo si queremos ser absurdo. Somos humanos si queremos ser humanos. Somos contra-absurdo, ¿sí queremos ser contra-absurdo?
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