Multiverso interior
Opinión miércoles 6, May 2020Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- De acuerdo con Gautama, todo sufrimiento parte del deseo y, como tal, es el deseo el impulso que habríamos de superar para hacernos conscientes del presente
Pocas veces los contenidos de la cultura popular abordan de manera frontal objetos eminentemente filosóficos de la manera en la que lo hace la nueva serie animada de Pendleton Ward (creador de Hora de Aventura) y Duncan Trussel, The Midnight Gospel. En estos casos, usualmente encuentro difícil proponer una reflexión filosófica que no sea sólo reiterativa de lo que ya se aborda por sí mismo en términos que llaman a la introspección y a los cuestionamientos radicales, por lo que, en otro caso, no me sentiría especialmente llamado a repetir lo que me parece que ya está bien dicho.
Sin embargo, me parece que la principal fortaleza filosófica de esta serie animada/podcast o, para ser precisos, “spacecast” (podcast de video en el espacio), al encontrarse enunciada en los términos de la reflexión budista, se puede ver beneficiada por una revisión de sus términos que trate de extraerlos de su origen idiosincrático tan apegado a la mencionada doctrina espiritual en la que se enraizan sus preguntas.
Dicho esto, entonces, habría que partir por destacar el trabajo de Pendleton Ward en lo que toca a las animaciones que complementan estas conversaciones sobre temas trascendentales. En primer lugar, por su excelencia creativa e inventiva que da vida a universos disparatados que, no obstante, son profundamente coherentes consigo mismos a pesar de proponernos lógicas físicas inauditas o simplemente estimulantes. En segundo lugar (y con mayor interés para mí), por el paralelo que cada una de las historias que estas animaciones nos cuentan va construyendo con las conversaciones en las que Clancy Gilroy se envuelve con seres de realidades tan distintas a la suya.
Porque justamente de eso trata The Midnight Gospel, de dialogar, de aprender y de cuestionarnos sobre nuestra existencia en este mundo. Todo mientras nos deleitamos con simpáticas y entrañables animaciones que dan vida a los mútiples mundos que Clancy visita para entrevistarse con alguno o algunos de sus habitantes en busca de respuestas para temas como la muerte, el duelo, el sentido de la existencia, la conciencia plena (mindfulness), la espiritualidad, la magia, el perdón, etcétera.
Mundos que, además, sirven de pretexto para que nuestro guía Duncan Trussel (comediante y podcaster), quien da vida a Clancy, nos comparta algunos de sus talentos musicales (bien representados por algunos mixes que se cuelan a las tramas que nos ofrece esta serie) y, más importante aún, nos comparta algo de su vida, de su corazón, de sus dolores y de su experiencia como inquisidor de la sabiduría budista en particular. Porque justamente de eso trata la filosofía, de dialogar, de aprender y de cuestionarnos sobre nuestra existencia en este mundo. De revelarnos, de inquirir y de emprender un viaje hacia el multiverso que es nuestro interior.
Desde tiempos de Platón hay evidencia de la curiosidad de lo que llamamos “el Mundo Occidental” por lo que llamamos “el Mundo Oriental”. Por los principios de sabidurías “ajenas” que en otros momentos históricos tendrían contactos directos con las bases culturales de lo que hoy es una espiritualidad sólida, independiente y propia como el budismo.
Empero, asumir que todos los budismos son iguales resulta impreciso (tal como decir que todos los cristianismos son iguales) pues las diferentes maneras de acercarse a los principios que establece esta propuesta filosófica y espiritual varían de diversas maneras. Variantes entre las que, no obstante, se mantienen de manera general algunos elementos fundamentales: la superación del sufrimiento, el ciclo de la vida y el renacimiento así como prácticas específicas entre las que destaca principalemente la meditación.
Elementos, todos ellos, que, de manera opuesta al “pensamiento occidental” siempre tendiente a “llenarse” (de dicha, de riquezas, de placeres, de felicidad, etcétera), nos invitan a aprender a “vaciarnos”. A deshacernos de aprensiones vanas, a desenmascarar las ilusiones en las que se erigen nuestros deseos y difuminar el recelo con el que nos tomamos como el centro de un Universo del que, en el mejor de los casos, sólo somos una parte tan importante como cualquier otra de las que compone el todo.
Así, en tal contexto, Duncan Trussel y Pendleton Ward nos invitan a reflexionar. A reflexionar filosóficamente, a reflexionar espiritualmente, pero, sobre todo, a reflexionar con un método que no solemos usar en el vaivén de la Filosofía Occidental canónica: reflexionar desde la nada. Desde el vacío. Desde la contemplación meditabunda.
A recordar que tan filósofo es el Buda Gautama como Aristóteles o Platón y que tan dignas de consideración y práctica son sus reflexiones y métodos filosóficos (al margen de la adscripción de sus convicciones espirituales específicas) como las de los griegos. A atrevernos a indagar en nuestro interior en búsqueda de la ansiada superación del deseo.
El viaje de Clancy a través de su simulador de multiversos no es otra cosa que una alegoría de lo que nosotros somos capaces de hacer cuando nos atrevemos a experimentar la meditación. Ya no desde la distinción de conceptos claros y distintos, o desde la teorización erudita de los principios de la existencia sino desde la afirmación del presente trascendental. La afirmación de la realidad que encontramos cuando nos atrevemos a escuchar el silencio.
De acuerdo con Gautama, todo sufrimiento parte del deseo y, como tal, es el deseo el impulso que habríamos de superar para hacernos conscientes del presente, ya no en términos de lo que queremos, sino en términos trascendentales. En los términos más puros a los que somos capaces de acceder como humanos. En los términos en los que Gautama encontró lo que el llamó “iluminación”.
Iluminación a la que no se accede de manera inmediata ni por simple azar, sino con base en disciplina, en arduo trabajo por años que nos permita aprender a llegar a ese punto en el que nos encontramos con nosotros mismos en nuestro silencio. Cuando encontramos “la calma del mar interior” a través de una contemplación introspectiva resoluta y absoluta que nos permite fundirnos en la nada, sin deseos y sin padecimientos.
Así, en términos absolutos (más allá del budismo como convicción espiritual) la gran propuesta filosófica de The Midnight Gospel no se encuentra tanto en sus contenidos como en su método. Un método que nos invita a preguntarnos preguntándoles a otros, conversando, aprendiendo y abriéndonos a nuestro propio dolor, pero, sobre todo, un método que nos invita a conocernos en el presente trascendental, meditando, buscando nuestra consciencia y tratando de superar nuestros deseos. Un método que nos invita a encontrar, parafraseando las palabras de Gautama, la calma del multiverso interior.
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