Los recuerdos
¬ Sócrates A. Campos Lemus martes 5, May 2020¡Que conste,.. son reflexiones!
Sócrates A. Campos Lemus
MAÑANA 6 DE MAYO SERÁ EL PICO MÁS ALTO DE CONTAGIOS POR EL CORONAVIRUS Y EN EU YA SE APROBÓ UN MEDICAMENTO PARA EL TRATAMIENTO DE LOS CASOS POR COVID-19 Y EN LA CAPITAL, LAS FUNERARIAS YA ESTÁN SATURADAS DE CADÁVERES Y… LA REALIDAD ES QUE HAY UN ENORME MALESTAR SOCIAL POR EL CONFINAMIENTO QUE AFECTA A MUCHAS FAMILIAS…
El gobernador del estado de Oaxaca, Alejandro Murat, anuncia el acuerdo para desarrollar la movilidad comercial entre Veracruz y Oaxaca con el mundo por medio del corredor del ferrocarril interoceánico que se impulsa en el Istmo de Tehuantepec y que será vital para la recuperación económica de la entidad y del país
Felicitamos al profesor Balfre Nava Figueroa por la publicación de “MÉXICO EDUCATIVO”, EN SU NÚMERO CUATRO, es una de las voces de mayor valor de la comunidad politécnica, les recomendamos su lectura y su análisis reflexivo.
En mis tiempos de niño, en una de las vacaciones donde visitábamos a mi abuela Rosalía, a la hora de bañarnos ella nos sorprendió. porque en vez de jabón tradicional, utilizaba un camote que hacía espuma y que se llamaba AMOLE, la limpieza era profunda y se aceptaba bien en la piel, pero sobre todo dejaba muy bien el cabello y entendía que mi abuela conservaba su linda cabellera con este tratamiento. En nuestros pueblos de tradición indígena hay muchas cosas que se van conociendo a lo largo de la convivencia con nuestras raíces.
En su casa de Tianguistengo, Hidalgo, llegaban muchos indígenas que en su lengua se comunicaban con ella y recibían el permiso de acomodarse una noche antes del mercado de los jueves en los pasillos de la casa. Ellos hombres y mujeres agradecidos de muchos pueblos indígenas, en cambio, le permitían comprarles algunos productos o le regalaban algunos, yo me sorprendía por ello y ella mandaba traer pan a la casa y panadería de mi tío Juan para quet. haciendo café, les repartía como una muestra de hospitalidad y agradecimiento por su visita, esos eran los ritos de esos tratos con la abuela Rosalía y más me sorprendía cuando esos visitantes con gran respeto le decían: “mamá” Rosita.
La abuela tenía muchos barajas bajo la manga, por ejemplo, nos sorprendía cuando comenzaba a elaborar el chile que combinaba con la carne que molía en un viejo molino de mano y comenzaba a lavar con mucho cuidado, con los amoles, las tripas que rellenaba para hacer los chorizos, que eran, además de una delicia, demandados por muchos de sus vecinos y gente que le hacían los pedidos especiales. Ella, no paraba, era, como decían, una hormiguita laborando, lo mismo tejía de gancho, se sentaba y tomaba su gancho y sus hilos y comenzaba con enorme paciencia, llevando sus recuerdos en cada puntada y sus ojos viendo hacia la huerta de naranjos, donde se perdía y nadie sabía de sus pensamiento y se le veían los ojos llorosos como si los recuerdos le golpearan y ella seguía moviendo los dedos elaborando los grandes lienzos de los bordados para las cobijas y los manteles que realizaba, ella, no los vendía, los daba con mucho amor a los que quería y en especial le bordaba a mi padre muchos de esos trabajos que por ahí quedaron a lo largo de los años, la vida hilada de mamá Rosita que en cada jalón de las puntadas llenaba de vida cada lienzo que hacía.
Las mañanas eran especiales, porque de pronto comenzaban a cantar diferentes pajarillos que ella sostenía en su jaulas y porque se los reglaban los indígenas que llegaban por su casa y así, cada mañana, ella les cambiaba el agua y les hablaba, les ponía su alpiste o sus elaboradas mezclas de masa con “mosquitos” y ellos, a su vez, como agradeciéndole le cantaban y se llenaba el corredor de revoloteos y ella, encantada, les seguía hablando, no era muy comunicativa, se quedaba mirando y tenía esa mirada hermosa de serenidad y esperanza. En su cuarto existía una solo ropero de madera olorosa y en medio una puertita que tenía un espejo y era lo único con llave, era donde ella guardaba sus dineros y seguramente sus recuerdos, ahí encontré alguna vez la foto de la boda entre mis padres y en el portal de la casa de mamá Rosita se extendía un petate que sostenía la cola del vestido de novia de mi madre Clementina. al lado de mi padre Homero y, curioso, cruzando por el petate, un pollito.
Frente a la puerta de la cocina existía un nopal y ella de vez en cuando cortaba las pencas y las asaba en el comal y les ponía sal de grano de mar. En el pozo, donde se sacaba una agua muy limpia y fresca, en su interior existía sembrada, de algún modo, una planta olorosa que se llama “shala” con lo que se elabora el mole de pepitas de calabaza con shala, con el que se hacen los famosos tamales que son una delicia y que siguen encantando a todos en la casa, y en especial, a mí y a mi hermano.
Ir a esa casa era especial cuando los naranjos florecían, su olor era delicioso y ella recogía las flores caídas y las ponía en una botella con aguardiente, decía que era una buena medicina para los dolores del cuerpo y del alma, al final del terreno, existían unos árboles grandes donde me subía y soñaba, cortaba varas largas y les pelaba la corteza para que quedaran blancas y eran las espadas que servían para soñar las guerras que al paso de los años todos batallamos, algunas perdiendo y en otras ganando, como es la vida y como son los sueños de los que hemos tenido la alegría de andar por esos terrenos que forjaron nuestras esperanzas.