El desmemoriado Labastida
Ramón Zurita Sahagún martes 25, Feb 2020De frente y de perfil
Ramón Zurita Sahagún
Llama la atención la propensión de los políticos por dulcificar su paso por esta azarosa actividad de vida y mostrar un rostro que no concuerda con la carrera desarrollada en varias décadas.
Tratan de enseñar una cara que no encaja en su expediente y se alzan como unos demócratas, transparentes incapaces de aceptar negociaciones que contravengan su límpido perfil.
Se sienten con autoridad moral y cuentan historias que para los desmemoriados son la pura verdad y que chocan estruendosamente con su pasado y que de ninguna forma podrán dar paso a una nueva personalidad o desaparecer un pasado convulso.
Hace unos días, Francisco Labastida Ochoa, ex candidato presidencial, contó en entrevista por televisión a la extraordinaria periodista, Martha Anaya, una serie de datos que se contraponen con lo ocurrido en su actuación en el sexenio presidencial de 1994-2000.
Mostrando su inmaculada imagen, el sinaloense se atrevió a señalar que cuando renunció a la secretaría de Gobernación, no le importaba ser el candidato presidencial del PRI, algo que ya estaba aceitado desde antes de que renunciara a ese cargo.
Cuenta las veces que conversó con Zedillo y le dijo que el PRI estaba en un hoyo financiero, aunque no dice que para financiar su campaña se contó con recursos adicionales del sindicato petrolero, entre otros, que cavaron más la tumba del tricolor.
Dice que una de las razones de que perdiera fue la falta de publicidad durante los meses de noviembre, diciembre y enero de 1999 y 2000, cuando encabezaba las encuestas, aunque no reconoce que era un mal candidato y que constantemente fue vapuleado y vejado por Vicente Fox.
Asegura que su transparencia y coherencia le hicieron rechazar varias ofertas para integrarse al gabinete, cuando aceptó una oferta menor, la dirección de Caminos y Puentes al inicio del sexenio de Ernesto Zedillo.
Francisco Labastida fue un candidato presidencial emergente, ya que Zedillo no tenía otro, pues los candados del PRI se lo impedían. O era Labastida o Madrazo, con quien traía agravios el Presidente de la República.
Esa transparencia de la que hace gala Labastida no le impidió aceptar del Presidente Carlos Salinas (su principal adversario) la Embajada de México en Portugal, ni rechazar la candidatura al gobierno de Sinaloa, de parte del Presidente de la Madrid, lo que lo marginaba de la posibilidad de ser candidato presidencial en 1988. La candidatura la consideró una maniobra marrullera de Carlos Salinas.
Tuvo la oportunidad de rechazar cada una de esas propuestas de cargos públicos, como afirma hizo con José López Portillo y Ernesto Zedillo, quienes supuestamente le ofrecieron la secretaría de Programación y Presupuesto y la de Gobernación, respectivamente. En la de Gobernación estuvo un par de años calentando el espacio a la espera de la candidatura presidencial que sabía no tenía competidor dentro de su partido.
Cuando fue candidato a gobernador en Sinaloa (entidad en la que no tenía presencia), sus adversarios fueron Manuel J. Clouthier que argumentó fraude en la elección y el hoy senador Rubén Rocha, entre otros.
Tres años después en Sinaloa, el transparente gobierno de Labastida se prestó a una de las tantas jugadas del PRI, cuando reconoció el triunfo del panista Humberto Rice en Mazatlán (que no había ganado), para no ceder a la victoria que reclamaba Acción Nacional en la capital del estado, lo que provocó la quema del palacio y la muerte de un trabajador.
Hay historias que no se cuentan o ya no se quieren contar, pero las versiones de Labastida distan mucho de ser las reales.