Ley antimordidas
¬ Augusto Corro viernes 4, Mar 2011Punto por Punto
Augusto Corro
- Castigo a corruptos
- Nunca ha funcionado
- Moral, árbol de moras
La corrupción se combatirá integralmente en la administración pública. Por lo menos así se contempla en la iniciativa de Ley Federal Anticorrupción en Contrataciones Públicas y una reforma a la Ley General de Responsabilidades Administrativas para los Servidores Públicos que Felipe Calderón Hinojosa envió al Congreso de la Unión. No es la primera vez que las autoridades buscan frenar ese delito al que califican como “cáncer social”.
Entre los puntos importantes de iniciativa y reforma se encuentran los siguientes:
-Se trata de castigar no sólo a quien se dejan corromper, sino también a quien corrompe. Serán sancionados con severidad quienes den dinero o dádivas para obtener beneficios indebidos, evadir requisitos para ganar indebidamente una licitación o quienes funcionen como prestanombres de otros que estén impedidos para participar en contrataciones públicas.
-También se establecerán sanciones que representen un verdadero costo para quien corrompa a la autoridad. La multa que contempla la ley podrá alcanzar hasta un 30 por ciento del contrato que se obtuvo de manera irregular.
-Los particulares que violen la ley estarán impedidos para volver a participar en contrataciones públicas por un periodo de hasta ocho años. Si se suman estas medidas a las sanciones de prisión e inhabilitación de los servidores públicos, se contará con un marco mucho más efectivo para combatir la corrupción.
-Y se hará más sensible y segura para los ciudadanos la denuncia de actos de corrupción. La ley define los procedimientos de protección a los denunciantes y prevé un mecanismo de estímulos económicos y reconocimiento a quienes contribuyan a identificar o a acreditar conductas corruptas.
En síntesis, se trata de castigar a las empresas que sobornen a funcionarios públicos o que actúen de forma fraudulenta en licitaciones, así como el pago de recompensas a quienes delaten actos ilícitos que dañen al patrimonio nacional.
México tiene un lugar importante en la lista de países más corruptos. Sin embargo, las autoridades de los diferentes niveles siempre se hicieron de la vista gorda, para permitir que la corruptela siempre estuviera vigente, sin alteraciones, a pesar de los diferentes partidos gobernantes.
La estafeta de los sobornos y cohechos se la pasan de mano en mano, de priístas a perredistas, de panistas a perredistas, y de priístas a panistas. Círculos viciosos que están presentes entre los funcionarios públicos, donde el mencionado delito es uno de los principales estímulos para participar en política. Los grados de corrupción y cinismo variaron.
Hace tiempo, los cochupos entre funcionarios y sociedad se realizaban a escondidas, sigilosamente, después el delito se convirtió en tradición, las actitudes descaradas de quienes corrompían y se dejaban corromper ya no tenían barreras: Te va a costar tanto, lo quieres o lo dejas. O no me importa lo que cueste, arréglamelo. Acciones que se ven a plena luz del día en los lugares donde se ofrecen servicios públicos.
Esos arreglos o untadas de mano (de dinero obviamente) provocaron en la historia de México verdaderas tragedias: una de ellas ocurrió con los miles de edificios colapsados durante el terremoto de 1985. Los permisos o licencias para construir no cumplían con los requisitos y se levantaron inmuebles que se convirtieron en trampas mortales.
Sin embargo, a nivel popular la corrupción forma, tristemente, parte de la conducta cotidiana de cualquier habitante de la ciudad: si quieres una licencia para conducir, en unos cuantos minutos la consigues, previa mordida; si te van a cortar la luz porque no vas al corriente de tus pagos, basta con una corruptela para que el electricista no te prive de ese servicio. Se podría hablar de una corrupción doméstica, dañina, pero que a algunos funcionarios de décimo nivel les sirve para nivelar el gasto familiar. La corrupción viene a resultar como una ayuda mutua entre ciudadanos pobres y funcionarios con sueldos raquíticos. Claro, de ninguna manera es justificable. Se trata de acuerdos en que corrupto y corruptor resultan beneficiados.
Las mordidas gordas, grandes, inmensas, las reciben los funcionarios que manejan los intereses mayúsculos de la nación: los peces gordos; aquellos que no se han cansado de saquear a Petróleos Mexicanos (Pemex), no olvidar el “Pemexgate”; o lo más reciente: los sobornos millonarios a cambio de contratos que recibió Néstor Félix Moreno Díaz, ex director de Operaciones de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), por citar dos casos.
En fin, será muy interesante saber cómo empezarán a combatir a miles de funcionarios que hacen de la deshonestidad un trabajo redituable. Vamos a esperar la aprobación de las nuevas leyes y después estar muy pendientes en el arranque de la temporada de caza o pesca mayor que es la que realmente interesa.
Un poco de historia: cuando llegó al poder Vicente Fox, una de sus promesas consistió en llevar ante la justicia a los peces gordos, es decir, aquellos funcionarios corruptos que saquearon a México. La misión se le encomendó al panista Francisco Barrio Terrazas, en aquel entonces encargado de la Contraloría. No hubo resultados, este último se sumió en la demagogia y al final de cuentas, no logró capturar ni a un charal. Se trató de un fracaso rotundo.
Y en sexenios anteriores, cuando Miguel de la Madrid fue presidente de México se puso de moda la renovación moral que consistía en una ley muy parecida a las enviadas por Calderón Hinojosa al Congreso. Se buscaba honestidad y eficiencia y meter en cintura a los servidores públicos deshonestos. En aquel entonces, De la Madrid solamente logró enviar a la cárcel al ex director de Pemex, Jorge Serrano Díaz, en un hecho que olía más a venganza pura que a un acto justiciero. Las leyes para combatir la corrupción no les sirvieron a los priístas. Fueron parte de la demagogia gubernamental, aunque sí cumplieron con el propósito de darle brillo a los discursos. Don Miguel de la Madrid sí alcanzó a saber muy bien que era la moral: un árbol que daba moras.