¿Quién está detrás?
Armando Ríos Ruiz miércoles 29, Ene 2020Perfiles de México
Armando Ríos Ruiz
Cuando partió la caminata por la paz, de Cuernavaca a la Ciudad de México, había esperanzas de que el jefe del Ejecutivo recibiera una comisión que pediría cuentas sobre desapariciones forzadas, asesinatos impunes, aumento de la delincuencia… y para que recibiera de ésta, sugerencias para mejorar las estrategias de seguridad, que de hecho no existen.
El encuentro se esperaba forzado, dadas las circunstancias que prevalecieron con anterioridad, cuando el Presidente dijo que no recibiría ni a Javier Sicilia ni a los LeBarón, para evitar un show. Aunque la esperanza perviviría hasta el último minuto.
Cuando caminaron de la Estela de Luz a Palacio Nacional, los rostros que empuñaban fotografías de sus seres idos o colgantes de sus cuellos, expresaban un dolor infinito que iluminaba mezquinamente un pequeño rayo de esperanza: quizá escuchar una palabra de aliento del que manda.
Ninguno de los más de mil participantes imaginó que serían recibidos en la Plaza de la Constitución con agresiones y con injurias, con adjetivos de “¡asesinos, ratas, traidores! Y muchos otros y a quienes culparon de sus propias desgracias.
Todo mundo se pregunta: ¿de quién fue semejante idea? ¿Algún grupo de trastocados coincidió en la de agredir a los marchistas que reclaman justicia porque sus hijos fueron asesinados, para quedar bien con el Primer Mandatario? ¿Por qué el mismo Presidente no condenó los hechos y dispuso que se investigaran?
¿Es esto preludio del fin de los derechos de los mexicanos, de exigir que se investigue el daño a un pariente que no ha cometido ningún delito –y aunque lo cometiera- sólo por el atrevimiento de exigirlo? ¿No es un derecho de los familiares de la víctima y una obligación de la autoridad actuar en consecuencia y explicar pormenorizadamente?
El persistente silencio por no recriminar las acciones del domingo evidencia una aceptación tácita de las mismas.
Ya no será sorpresa que en una futura congregación, de las que se hacen en el Ángel de la Independencia para exigir la renuncia del Primer Mandatario, aparezcan personas armadas a lanzar ofensas y hasta a agredir físicamente. Tal vez esa es la verdadera intención: asomar al tigre que se lleva por dentro.
Está más que visto que los calificativos usados una y otra vez, sin cansancio, han logrado su objetivo: polarizar a los mexicanos a linderos que ya anuncian peligro. Separar a familiares y hasta matrimonios con frases cultivadas en las matutinas, que han desembocado en injurias y que mantienen en guardia a las parejas.
Muchos mexicanos no votaron por eso. Votaron por el hartazgo y por el cambio prometido que no llega y a este paso, no llegará jamás. Sólo en materia de seguridad, tal vez tengamos que esperar un milloncito de años, -si los aguantamos- para ver que los malosos atienden el regaño de sus madrecitas y responden, como se espera, a los abrazos, no balazos.
La caravana de los LeBarón y Javier Sicilia, tenía el propósito, entre otros, de hacer una aportación de ideas sobre la forma de frenar en lo posible la ola delictiva que crece como un tsunami. No fueron recibidos, menos escuchados quienes han vivido en carne propia la situación más dolorosa que un ser humano pueda experimentar: la muerte de un hijo.
Está más que visto que quien piensa diferente es enemigo, “fifí”, conservador, neoliberal. Lo repiten como autómatas en las discusiones, quienes están a favor.
¿Lo que ocurrió el domingo, será acaso un asomo de lo que será el fin de las libertades de los mexicanos, que a pesar de los pesares, hemos vivido más de 100 años inmersos en una paz social envidiable?