Niños “policías”
Armando Ríos Ruiz lunes 27, Ene 2020Perfiles de México
Armando Ríos Ruiz
Para vergüenzas no ganamos. Cinco días después de que 10 músicos indígenas fueron masacrados e incinerados en las cercanías de Chilapa, Guerrero, hasta quedar irreconocibles, , supuestamente por el grupo delictivo “Los Ardillos”, que han sentado sus reales en esa zona, una veintena de niños de entre seis y 15 años fueron investidos con la orden de policías comunitarios.
Seguramente, por la pobreza en que viven, nunca aprendieron a disparar pistolas de juguete, cuando les apareció la imperiosa necesidad de aprender a usar las que si quitan la vida, pues fueron adiestrados con un curso intensivo para vengar la muerte de sus padres; para defender a sus familiares y sus propias vidas, ante la total ausencia de las autoridades gubernamentales.
El día que emboscaron y asesinaron a los familiares, que regresaban de amenizar una fiesta, confiados y contentos, miembros de la Guardia Nacional fueron avisados inmediatamente, pero se negaron a investigar y a actuar. Seguramente sintieron miedo ante el grupo de forajidos que acecha en las cercanías de Chilapa. Aconsejaron que fueran con el Ministerio Público.
Ese es el flamante músculo que serviría para enfrentar a los delincuentes de todo tipo. El que se anunció innumerables veces con bombo y platillo, algo así como un equipo de élite que acabaría con todo el mal que envuelve a nuestro país y que constantemente se vuelca sobre las vidas de los mexicanos a placer, porque la verdadera ley está en las fuerzas del mal.
Los niños dicen sentirse honrados de servir a su comunidad; de defender a sus compañeros. Están conscientes de que se trata de enfrentar a una agrupación de desalmados que si algo sabe hacer bien, es matar sin misericordia y desaparecer a sus víctimas, como lo hicieron con los músicos, que ni siquiera tenían vela en ningún entierro, como aseguran los lugareños
La Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) condenó el reclutamiento y calificó el hecho como un crimen de lesa humanidad. Pero ellos no viven en Chilapa ni en Alcozacán ni en Mexicaltzingo ni en Olinalá. Ni saben lo que es estar todo el tiempo asediado por los que no tienen miramientos para matar.
Allá pinta la ley del más malo. Éste se sabe respetado por el mismo gobierno y libre de hacer y deshacer a su antojo. Los pueblos otrora tranquilos se convirtieron en gigantescos cementerios, porque muchos llegaron de fuera a imponer el peso de sus acciones.
Chilapa fue siempre modelo de tranquilidad, de paz y de progreso para otros pueblos. Las mejores escuelas del estado aún están allí. Quien quería educarse bien iba a esa población y volvía transformado cuando volvía. Cuando no, era porque sus servicios eran requeridos en la capital del país.
Ahí surgieron hombres trascendentales que participaron en infinidad de actividades, desde las políticas hasta las científicas. Pero un buen día se convirtió en la puerta rumbo a la amapola y se pobló de gente mala, que guarda sus tesoros con cuernos de chivo y que asesina hasta por deporte.
Los indígenas sólo cuentan con su pobreza y con su valor. No con la protección de ningún gobierno, ni el local ni el federal. Están expuestos a que con ellos se practique el tiro al blanco; a servir de carne de cañón, si así lo deciden los que mandan.
Se dijo que la Guardia Nacional arribaría ya, tal vez para buscar a los asesinos de los indígenas. Sólo que si van, deberán permanecer muy buen tiempo en el lugar, hasta que se extirpe el cáncer que allí anida, porque se corre el riesgo de las venganzas y se volvería a lo mismo.
El gobernador del estado, Héctor Astudillo, manifestó que los niños policías deben dejar las armas y volver a la escuela. Seguramente se sentirán felices y tranquilos en un aula, mientras masacran a sus familiares. Mejor debería asegurar la tranquilidad de ellos y de todo el estado.