Adiós a Chamín
Armando Ríos Ruiz viernes 17, Ene 2020Perfiles de México
Armando Ríos Ruiz
El 14 de este mes en la noche, el compositor Roberto Belester, autor de la canción “Nunca Voy a Olvidarte”, entre muchas otras exitosas, me llamó para darme la noticia: “hace una hora se fue para siempre nuestro amigo Chamín”. Tenía 90 años y recuerdo que enfermó a los 84. Le ordenaron usar un tanque de oxígeno, que separaba de su cara para darle el golpe al cigarrillo, que jamás dejó.
Un año antes hizo requinto para un disco denominado “Bohemios de Afición”, con la participación de autores que entonaron sus propias canciones; desde luego, de Martín Urieta, de Roberto Belester, de Javier Manríquez y de otros dos.
Tuve la suerte de haber sido llamado para compartir con mi requinto, la mitad de las melodías, mientras la otra la adornaba el legendario Benjamín, revolucionario de ese instrumento junto con Juanito Neri, que lo ejecutaba para Los Tres Ases y con quien también alterné en algunas noches bohemias.
Dos años antes coincidí con el requinto de Los Tres Caballeros, en la casa de Roberto Belester, durante una reunión de bohemios. Se negó a ejecutar el instrumento para dejar que otros lo hiciéramos. Pero le dije que me permitiera hacerle un reto. Le dije que con toda seguridad, ya había olvidado uno de sus requintos más difíciles. “¿Cuál?”, preguntó y le contesté: estoy seguro de que ya se te olvidó el requinto que hiciste para “Abrázame”.
Le presté mi aparato de hacer música y sus finos dedos de desplazaron ágiles por el diapasón para ejecutar las florituras, no sólo en el tono en que las grabó, sino en toda la escala musical, sin faltar un semitono siquiera. Todos quedamos perplejos, mientras él esbozaba su sonrisa tan conocida.
Enseguida me pidió que yo cantara una canción mía y entoné un Bossa Nova que escribí hace muchos años para un tío de nombre José, que tocaba el acordeón y vivía de eso. Me dijo con humildad: “Está muy buena tu canción. Yo aprendí algunas armonías que luego intercalaba en mis requintos”.
Añadió: “Tú vas a ser mi sustituto”. Le contesté con toda sinceridad: “Chamín, tú no tienes sustituto. Podrá haber quien pueda imitarte, pero no quien pueda sustituirte. Tu requinto es único. Es creación tuya. Obedece a tu ingenio, a tu mente inteligente y a tus dedos magistrales
Le dije también, respecto a la armonía, que conocía un sinfín de tonos armónicos. Miles. Además, sabía que algunos hasta pertenecían a su autoría. “Insisto –le repetí-, tú eres insustituible. Cuando naciste se rompió el molde”.
Ese era Chamín: sensible, risueño, humilde. Gran maestro.
En 1985 lo encontré en la Sociedad de Autores y Compositores. Se celebraba El Día del Compositor y estaba en silla de ruedas. Llevaba su ya inseparable tanque de oxígeno y lo ayudaba su hermano Patricio a desplazarse.
Cuando me acerqué a saludarlos le dije a su consanguíneo: “Johny Albino quería imitarte”. Los dos sonrieron de buena gana, por la broma. De inmediato entendieron que hablé al revés. El portorriqueño era mucho más grande y quien aún canta muy parecido a él, era precisamente Patricio, quien inclusive interpretó canciones que ya había grabado Johny, con una precisión brutal.
Con la partida de Chamín, termina para México una época adorable, de poesía, de boleros, de música apasionada, quijotesca, que muchos pudimos aprovechar para llevar serenata a nuestra novia y a las de nuestros amigos, en noches interminables en las que éramos recibidos e invitados a continuar la fiesta, o en las que el padre celoso nos corría furioso, con amenazas.
Termina tal vez la época más romántica que ha vivido este país, en la que, en las noches bohemias, en los intermedios de una canción, cuando precisamente entraba el requinto, alguien comenzaba a recitar un poema de amor, al que inclusive le agregaba el nombre de la novia de algún presente, que evidenciaba el halago con un gesto de aprobación.