La caza y la luz
Opinión miércoles 8, Ene 2020Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- “El Faro” de Robert Eggers me ha resultado especialmente compleja y rica en su puesta en escena, en su realización
Ayer por la tarde tuve el gusto de ver una de las películas que más esperé durante 2019. Por las buenas críticas que leí al respecto, por lo intrigante de su premisa y por el genuino interés de acercarme a un tipo de cine que no sabía qué tanto podría disfrutar o comprender. El resultado, afortunadamente, fue una experiencia estética bien lograda: tensa de principio a fin, disfrutable y, sobre todo, retadora (que te lleva a pensar fuera de lo que se convierte en común).
Así, El Faro de Robert Eggers me ha resultado especialmente compleja y rica en su puesta en escena, en su realización. En el compromiso de su director para ambientar minuciosamente esta película en el siglo XIX incluyendo muebles, platos, vasijas y todo tipo de artículos de la época para darle la consistencia adecuada a este complejo film.
Protagonizada por Robert Pattinson y Willem Dafoe, ambos logrando potentes momentos actorales durante este trabajo, The Ligthouse nos cuenta la historia de dos cuidadores de faro (uno experimentado y otro aprendiz) que ven retada su cordura a partir de la convivencia limitada por los confines del breve islote que habitan, por una poderosa tormenta que azota su pequeño pueblo de dos hombres y por los propios demonios que encontrarán en dichas circunstancias un terreno fértil para la expiación.
Tensa desde el primer momento, la película es un curso rápido de terror psicológico, generado desde su formato visual 1.19:1 que constriñe la imagen a un cuadro en la pantalla que, desde lo meramente visual, genera ya esa sensación de enclaustramiento que después la cinta se encargará de desarrollar y explorar por diferentes causes.
El uso del plano corto y del plano a detalle se convierten aquí en herramientas elementales para acercar al espectador a la creciente tensión entre los personajes principales de esta obra que por momentos se torna metafórica y simbólica alcanzando, incluso, momentos dignos de compararse a los clásicos artes pictóricos.
En lo argumental, por su parte, la película se presenta simple en su estructura pero compleja en sus momentos, siempre tendientes entre el hacinamiento que construye la dualidad en un espacio cerrado y el solipsismo de un aire compartido (por momento, quizá, hasta de una mente compartida).
En otras palabras, la historia se resuelve en dos principales puntos que, metafóricamente, he decidido llamar: la luz y la caza. La luz, como es claro, refiere a la del faro en el que se lleva a cabo esta trama, misma que adquiere cierto significado simbólico de libertad y esperanza conforme avanza la cinta y que remata con una hermosa alegoría final. La caza, como un juego fonético con “la casa”, segundo componente de la palabra inglesa “lighthouse” que da título a esta película en su idioma original; porque aquí la casa del faro (compartida por nuestros protagonistas) se convierte en la incesante caza, en la incesante tensión interna de ponerse a prueba contra uno mismo (“uno mismo” reflejado en el otro): la caza del perro que se muerde la cola en la que, malsanos, se tornan nuestros laberintos psicológicos internos.
Así, esta película se ve marcada por la luz y la caza en la que se diluye el enclaustramiento para cualquier ser humano. Quizá porque no existe nada más natural (y luego nada más evitable e inconsciente) que el propio pensamiento, que el andar de las propias ideas y el propio razonamiento automático que, más pronto que tarde, va construyendo trenes de ideas que poco a poco van oxidando sus vías y que terminan por convertirse en los leitmotivs de nuestro día a día.
Leitmotivs que a veces nos engrandecen (sin sentido), leitmotivs que a veces nos empequeñecen (sin sentido), leitmotivs que nos celebran (¿sin sentido?), leitmotivs que nos culpan (¿sin sentido?). Leitmotivs que nos encierran; en nuestra propia cabeza, en la mente compartida a través del diálogo insistente con las mismas personas, los mismos círculos y sobre los mismos asuntos y en la opinión que nos generamos sobre nosotros mismos y los otros a través de nuestra incapacidad de salir al mundo a contrastar nuestros puntos de vista.
La diferencia, relajante y sublimadora, entre nosotros y esta experiencia estética es que, en contraste con este par de cuidadores de faro, nosotros sí somos capaces de compartir nuestra opinión con quienes no piensan lo mismo que nosotros más allá del diálogo fusionado. Más allá de los ecos de lo que creemos saber, de lo que creemos que tenemos por cierto. Nosotros tenemos la esperanza luminosa de la crítica. La esperanza luminosa de cazar, más allá de nuestra casa, más allá de nosotros; de cazar el conocimiento, el aprendizaje constante y la construcción de opiniones con ayuda de los otros diferentes a nosotros.
Lamentablemente, por su parte, nuestros protagonistas no tienen la misma suerte y acarrean, por lo tanto, con las consecuencias de su lucha interna y su lucha de poderes (por dominio, autoafirmación e imposición). No cuentan con otra cosa que la estremecedora y terrible semilla psicológica de la luz y la caza. La casa que es la caza de uno mismo volcada al otro como proyección de las inconformidades personales y la luz de la esperanza convertida en la materialización de lo que se cree merecido.
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