Policías buenos que después fueron malos
Armando Ríos Ruiz lunes 16, Dic 2019Perfiles de México
Armando Ríos Ruiz
Hace muchos años, un genial amigo se propuso hacer dinero con la esperanza de los mexicanos, siempre tan generosa, que convierte en verdaderos ídolos, a quienes escoge para que sean sus dioses. Hoy vivimos el momento en que esa expresión es una realidad.
Hizo elaborar una especie de moneda de acero inoxidable, más o menos del tamaño de una genuina de plata, ley 07.20, que contenía signos raros para atraer la suerte, como los del Zodiaco, entre otros y unos más que si se miraban con ánimo de descubrir qué querían decir, podía leerse en ellos la palabra “Jesús”.
Publicaba la medalla en revistas. Decía que aquél que quisiera atraer la suerte, debía llevar consigo la pieza, traída por fin a México de allende los mares, de sitios místicos ubicados en tierras lejanas. El Rabí Moshe Goldman, al fin había decidido obsequiarla al mundo para que todos tuvieran la misma oportunidad de correr bienaventuranzas con sólo pagar poco más de 300 pesos.
¡Hágase rico de inmediato! –Anunciaba-. ¡Obtenga con facilidad lo que siempre ha anhelado con sólo adquirir la medalla Goldman! Aparecía un hombre barbado, bien parecido, con los ojos sombreados y grandes, que contenían los más recónditos misterios.
El pedido era enviado en una cajita de cartón con algunas instrucciones que decían, más o menos: “Activarla para comenzar a usar. Colóquese diariamente debajo de la llave de agua durante 30 segundos. Póngala al sol otros 30 segundos. Después colóquela en la mano y repita: “Insignia de poder: deseo vehementemente que toda tu fuerza sea transmitida a mi ser”. Era todo.
También aconsejaba pintar en el suelo un círculo de cierto tamaño y realizar adentro de él algunas suertes acrobáticas. Yo le dije que era demasiado y me contestó: “Por hacerse rica, la gente es capaz de pararse de cabeza”.
Los pedidos se multiplicaron. Seguro él fue el único que ganó
Al memorable Jacobo Zabludovsky, le preguntaron en Las Vegas: “¿quieres ganar en un casino?” Contestó de inmediato, como para conocer la fórmula: “¡Claro!” Le respondieron rápidamente: “pon uno. Es la única manera”.
Cuentan que en esas casas de juego ubicadas en el desierto de nevada, los dueños ganan un porcentaje arriba del que permiten ganar a los apostadores, pero se respeta cabalmente. Constantemente, agentes del gobierno las visitan y certifican que están en regla. De no ser así, las multas son muy elevadas.
En México fueron permitidas hace relativamente poco y la mayoría se llena de visitantes que apelan a su buena estrella para arrancar algún premio. Si éste no llega, entonces hacen plegarias internas para salir siquiera a mano. Sin embargo, a veces sólo se escuchan mentadas de madre para el casino y para los propietarios a quienes ni siquiera conocen.
Algunos se atreven a decir que aquí, las casas de juego permiten apenas 10 por ciento de ganancias a los apostadores, mientras que la casa se queda con el resto. Los mismos empleados de la Secretaría de Gobernación afirman que no existe una vigilancia, ya no estricta, sino regular y por ello, las ganancias para los dueños son extraordinarias.
Se anunció un impuesto para el próximo año de 10 por ciento de la apuesta, con el argumento de que es para acabar con la ludopatía. Quién sabe quién se descerebró para ayudar a los mexicanos a curarse ese mal, que es incurable para quienes lo padecen, porque es algo que se trae desde que se nace.
¿Por qué no inventan mejor un sistema de vigilancia estricta y eficaz, que obligue a esos lugares a dar el porcentaje en premios que corresponde, para que quienes se divierten con la apuesta tengan opciones reales de ganar? Todos los jugadores saben que es más factible perder que ganar. Pero apostar y siempre perder, ya no tiene lógica.