La Virgen de Guadalupe
¬ José Antonio López Sosa jueves 12, Dic 2019Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
Hoy que se conmemora a la Virgen de Guadalupe en México, comparto parte del reportaje que publiqué en la revista Forward Travel en el año 2015 con relación al tema:
Uno de los pueblos más pintorescos en Extremadura es Guadalupe, ahí, entre las montañas, creció alrededor del Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, una construcción gótica impresionante que emerge de las colinas y pareciera una ciudad dentro de un pueblo. Aquí comienza la verdadera controversia con las creencias que nos inculcaron desde hace casi cinco siglos.
Un empresario turístico de la región, José Antonio Montero me guió por el geo parque que comprenden los picos por encima del monasterio y hasta la puerta del gran templo, a partir de ahí sólo los guías autorizados por la orden franciscana encargada del monasterio pueden llevar a los visitantes.
La leyenda dice que San Lucas, uno de los apóstoles –suponiendo sin conceder—que marca el Nuevo Testamento, además de haber conocido personalmente a la Virgen María, talló en madera negra una figura de ella y el niño Jesús, esta imagen rondó por toda Europa hasta llegar aquí a Extremadura, luego entonces cuando los árabes invadieron la península ibérica, un cristiano la escondió a un costado del río Guadiana para que la imagen no tuviera el destino de las representaciones cristianas en manos árabes: la destrucción.
Siglos más tarde, cuando desde Asturias comenzó la reconquista cristiana y los reinos de Castilla y León integraron la España que conocemos y tomaron la tierra de Extremadura, un pastor de nombre Gil Cordero –que otras fuentes históricas aseguran se llamó Gil Santamaría—halló el lugar donde aquella imagen estaba enterrada, ¿cómo?, se le murió una vaca en la ribera del Guadiana y de pronto resucitó –cuenta la leyenda-, llamó al obispo de Cáceres al lugar, cavaron y encontraron la imagen tallada con la virgen a la que llamaron Guadalupe, que en árabe significa “río escondido” (غوادالوبي o Wad Al Luben), precisamente porque estuvo la imagen cientos de años escondida sin ser hallada por los árabes. Ahí comenzó la leyenda.
Se erigió el gran monasterio y fue la orden de los Jerónimos los encargados del sitio, aquí se reunió Cristóbal Colón con los Reyes Católicos para plantearles el viaje a las indias, aquí la nueva hispanidad fundó parte de su nueva creencia cristiana. Tanto Cortés como Pizarro y los cientos de hombres que llegaron a América eran devotos de esta virgen, la virgen morena de Extremadura. En este monasterio se bautizaron a los primeros dos indígenas americanos traídos por Colón como muestra a los Reyes Católicos del nuevo mundo.
Ya hay muchas historias documentadas con relación a la invención que hicieron los evangelizadores en México, cuando crearon el mito de la aparición a Juan Diego en el mismo lugar donde los mexicas adoraban a la Tonantzin, la diosa madre, figura que embonó a la perfección con la deidad mariana del catolicismo. Antes de recorrer el monasterio vi en mi computadora la película que creo yo, mejor documenta esta historia, “El Nuevo Mundo” de Gabriel Retes del año 1978, duramente censurada por la jerarquía católica en México.
En uno de los museos en el pueblo, donde se exhiben los diferentes cultos a la Virgen de Guadalupe en el mundo está la réplica de la imagen que tenemos en el altar de la Basílica del Tepeyac, claramente se cataloga como una obra de arte y se le atribuye –como cuenta la historia—al indígena Marcos Cipaq de Aquino, quien fue obligado por los clérigos a pintar el cuadro inspirándose en la Virgen de la Inmaculada Concepción que está en el Coro del templo de la Virgen de Guadalupe de Extremadura, no en la Guadalupe que ocupa el altar mayor sino en la representación de madera de la Inmaculada que se ubica en el coro de la iglesia, ¿la razón?, los extremeños de aquella época eran muy celosos de su fe y sí creían en la Virgen de Guadalupe, se les hizo un verdadero pecado reproducirla y optaron por mandar pintar la figura de la Inmaculada que está en el coro de la iglesia, solamente que sin niño en los brazos.
En mi recorrido pude conversar con varios padres franciscanos—orden religiosa que hoy día se encarga del monasterio—, los tres coincidieron en que la historia de las apariciones de Juan Diego son una hermosa leyenda carente de toda verdad, incluso reconocen que la imagen que veneran muy posiblemente no fue tallada por San Lucas sino fue obra de un artista sacro de los años mil trecientos, durante el período de defensa de la cristiandad. Me dijeron también que no hay relación alguna con el santuario del Tepeyac en México que adora a la misma virgen, a pesar de los intentos de acercamiento. Los tres me pidieron omitir sus nombres por lo espinoso que resulta el tema, sobre todo para la jerarquía católica mexicana.
Antonio Arévalo, sacerdote encargado de la oficina de información del real monasterio estuvo dispuesto a conversar conmigo del tema en una cita que cuadramos, hasta que supo que mi profesión era periodista, ahí la canceló argumentando que tenía que preparar la misa nocturna. Asistí a la misa, le esperé al término de la misma pero ni una palabra quiso cruzar con este reportero.
Me llamó la atención lo que uno de los franciscanos me dijo, que más allá del mito e incluso la mentira que los evangelizadores españoles usaron para convertir a los indígenas, lo que se debe preservar y rescatar es la fe en la Virgen María, desde su perspectiva suena lógico, no desde la mía que busca la verdad por sobre todas las cosas, pero tomando en cuenta la religiosidad de los nuestros en México (desde épocas prehispánicas), esa fe persiste aunque nada mal haría reconocer las verdades históricas como lo hizo el propio Guillermo Schulenburg, ex abad de la Basílica de Guadalupe quien confirmó que la historia de Juan Diego no existió. “¿Cuánto durará el engaño?” se preguntan los sacerdotes españoles en la película de Retes, “Quizás unos años, quizás siempre, depende de los indios” se respondían.
En el Monasterio de Guadalupe no hay registro alguno de las palabras de Zumárraga –el obispo al que Juan Diego le enseñara el ayate con la virgen—, tampoco en México. Venir hasta aquí más allá de tener un sentido anti religioso, me permitió comprender el origen de los mitos, de las leyendas que con el paso de los siglos se convirtieron en una mística (o mentirosa) verdad, como son las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac.
Actualmente una parte del monasterio se convirtió en un hotel boutique, administrado por los propios franciscanos para albergar a los peregrinos que puedan pagarlo y, como otra forma –supongo yo—de obtener recursos económicos para el monasterio.
www.lopezsosa.com
joseantonio@lopezsosa.com
@joseantonio1977