Diversión
Espectáculos miércoles 11, Dic 2019Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- En mi cabeza no existía una mejor palabra para describir lo que retrata “Marriage Story” (“Historia de un Matrimonio”) de Noah Baumbach. Una historia protagonizada por Scarlett Johansson y Adam Driver
Como una inflexión del verbo latino clásico “devertere” (ocasionalmente también reportado como “divertere”), la palabra “diversión” se origina del sustantivo “diversio” que no es otra cosa que la acción de apartarse de un camino, desviarse o, simplemente, dirigirse (o dirigir algo) en una dirección distinta a otro objeto (o persona). De ahí que en el español el término haya adoptado el significado de distraerse, alejar la atención de cierta cuestión en específico, o bien, darse un espacio recreativo de cierto contexto o situación. El inglés, por su parte, si bien reconoce el sentido que el español da a la palabra, conserva algo de la noción original que nuestra lengua ha perdido desde el latín: una diversión es también la bifurcación de un camino y, por analogía, de un curso de acción.
Quizá por eso en mi cabeza no existía una mejor palabra para describir lo que retrata Marriage Story (Historia de un Matrimonio) de Noah Baumbach. Una historia que, protagonizada por Scarlett Johansson y Adam Driver, nos muestra paso por paso, detalle a detalle y momento a momento, el distanciamiento entre dos personas que, víctimas del orgullo, el ego, los problemas reales, la confusión, la desesperanza, el tedio y el trecho entre la inmediatez de la emoción y los protocolarios procesos jurídicos, deciden romper con su matrimonio a medida que sus naturalezas humanas bifurcan lentamente sus caminos.
En lo técnico el film es intuitivo, consistente, con un elegante y claro lenguaje visual que nos deja entender el cómo y el qué de cada momento que presenciamos a través de la pantalla viendo a Nicole y Charlie alejarse poco a poco. Encuentra la más pulida, sutil, reluciente y profunda de sus bondades en el guion que la dirige, con descansos cómicos, situaciones incómodas, emotividad, llanto, ira, potencia pero, sobre todo, con el modo en que vuelve a la audiencia testigo del profundo amor que subyace al conflicto que es separar los caminos de dos personas cuando hay un hijo común de por medio. El trazo narrativo de la película es suave, ligero, te va llevando de una manera natural, episódica, común y cotidiana pero, eso sí, no duda en reventar, en romper, en estallar, en elevar su intensidad o bajar sus tonos, adornar sus nostalgias y exhibir sus dolores a través del mero recurso de poner a dos personajes a dialogar frente a la cámara.
Parecerá para algunos una película sin mucho chiste, sin un estridente golpe final; sin embargo, para mí, es ahí donde encuentra su categoría valiosa: en su normalidad. En su retrato concreto de algo que, más allá de matrimonios y divorcios, todos hemos vivido: las separaciones; los distanciamientos; las rupturas.
Del amigo que dejaste de ver porque simplemente las cosas ya no eran iguales, de la persona que amabas y que hoy ya no puedes volver a ver, de lo que te gustaba hacer y hoy encuentras imposible practicar, de lo que esperabas, soñabas y asegurabas que alcanzarías pero que hoy sabes imposible. Porque así es la vida; porque a veces las cosas no son como nos gustaría y no pueden ser de otra manera.
Así, con esta historia atestiguamos la lucha de orgullos (de poderes, de imponer la propia narrativa, la propia versión de los hechos) de Nicole y Charlie. Atestiguamos, con la amargura que provocan las tragedias de la vida, el modo en que cada movimiento que hacen por mejorar las cosas, por hacerlas más llevaderas, sólo empeora la situación concreta de su palpitante diversión.
Dos reflexiones me quedan de esta película. La primera, simple, sencilla y al grano, que, sin demeritar el sustento social y político que respalda a los protocolos jurídicos, a veces no existe mejor solución para los conflictos entre iguales que el diálogo franco, sincero, catártico y humano. ¿Cuántos conflictos civiles no podrían eximirse si tan sólo las partes involucradas fuesen capaces de apartar los orgullos y las cerrazones y abrir la mente, poner los oídos atentos y tratar de construir una solución conjunta donde ambas partes sean capaces de llegar a un acuerdo con base en concesiones hechas de manera recíproca?
La segunda, quizá la más concreta, el modo tan radical, fundamental e identitario en el que nos componemos no sólo de aquello que elegimos cultivar (nuestros intereses, nuestras amistades, nuestros gustos, a quienes consideramos nuestros seres cercanos, etcétera), sino también de todo aquello de lo que decidimos alejarnos. De todos esos eventos, círculos, personas y situaciones de las que, consciente o inconscientemente, tomamos distancia o simplemente nos vamos divergiendo en el curso de la vida.
Por supuesto, acá es fácil y tentador caer en el vicio de asumir (salvo en casos en los que está probado que se encuentran en juego nuestra seguridad propia, salud física, psicológica, dignidad, mental o situaciones similares) que nosotros nos deshacemos de las personas que “nos hacen daño” como si fuésemos únicamente receptores puros de las acciones de otras personas, como si nuestros actos no generaran respuestas y reacciones en nuestros iguales. Es decir, sin hacernos responsables de que las bifurcaciones, las diversiones entre nuestros caminos y los de otras personas no suceden de manera espontánea. Son consecuencias de series de acciones y decisiones, de cadenas de hechos, de círculos viciosos (a veces) o de situaciones fortuitas que coinciden con territorios fértiles (previamente preparados) para el caos.
Es allí, entonces, que me hago consciente de las distancias que hoy me duelen pero que yo provoqué con las decisiones que he tomado. De las distancias que se generaron por el simple andar de la vida pero que encontraron su base en la indecisión, el orgullo, la apatía o, quizá, el miedo que yo no supe vencer.
También de las distancias positivas que voy aprendiendo a generar determinantemente, día a día, con base en esfuerzos y sacrificios, de los círculos viciosos que alguna vez me generé ya que sólo hacían de mi vida algo que no reflejaba quien quiero ser. Hoy asumo que el laberinto de bifurcaciones que es mi vida, tal como lo es la de cualquier persona, es simplemente otro modo de contar mi historia: la historia de lo que no fue, la historia de lo que no es, la historia de lo que no será y, tal vez, la historia de lo que no tenía que ser.
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