El estado psíquico de AMLO afecta a la 4T
Francisco Rodríguez jueves 21, Nov 2019Índice político
Francisco Rodríguez
No tarda en hacerse pública, a nivel internacional, la conclusión de que los bonos mexicanos han sido calificados como basura. No sólo la deuda de Pemex, sino toda la deuda pública, más los activos depositados en Bolsa, más los déficits acarreados por los negocios que la inversión extranjera tiene en nuestro país, todos serán pasados a cuchillo por los bancos y calificadoras financieras.
Es el último mecate que tenían que jalar para darnos cuenta del aquelarre, más la anunciada tragedia que iban a provocar los aprendices de brujos que estamos padeciendo. La verdad, ya casi no hay para dónde hacerse. Llegamos al lugar sin límites y. A sufrir un capitán que cree que el barco no ha naufragado. ¡Sálvese quien pueda!
Se trata del planteamiento serio sobre la inviabilidad de seguir invirtiendo en este país, así como la recomendación urgente a todos los inversionistas sobre la necesidad inminente de abstenerse de cualquier posible incursión con su capital y sus haberes en el territorio nacional.
Es la estocada definitiva a la economía y al programa general del nuevo régimen. En pocas palabras, el acabose. Devaluación, más inflación, más recesión, más imposibilidad de conseguir alimentos y de asegurar la sobrevivencia. Parece que ahora sí, hasta aquí llegamos. Y no se ve a quien pueda echarnos la mano.
La economía naufraga. Los objetivos del sistema, también. Y no se trata de una invasión externa que reclame posturas progresistas. No. Se trata del simple destape de la terca realidad a la que nos han llevado los empeñados en que sólo sus chicharrones truenen, aunque no truenen. Es la descripción en términos reales de lo que está pasando en México.
Con una economía quebrada, un sistema de seguridad y de justicia inservible, un Estado doblegado por las pandillas de delincuentes apapachados, una casta de protervos y explotadores protegidos por un gobierno al que le importa muy poco el bienestar y la tranquilidad de su población, no se esperaba otra cosa.
Desde hace tiempo usted y yo lo platicamos. El camino elegido, el de la complacencia y la repetición de los errores neoliberales tan criticados durante la campaña, conducía al desastre. Los mexicanos no elegimos a un gobierno que fuera igualito o peor al anterior.
Poseída por el miedo a actuar, por soberbia o por complicidad, la 4T ha tropezado con la misma piedra y ha insistido mendazmente en que los mexicanos somos felices, sin darse cuenta que los agravios han producido no sólo una economía y un sistema de seguridad en bancarrota, sino una población francamente enardecida, mayoritariamente encabronada contra los que se dijeron salvadores de la patria.
En estas condiciones, la Nación exige la verdad, aunque sea por última vez. Ya no es posible seguir tragando ruedas de molino ni promesas de que dentro de un año las cosas van a mejorar. Una vez descubierta la mentira en todos los renglones, el pueblo sólo puede esperar más mentiras, en una cadena que acabe en el peor de los mundos posible.
Cercado por una realidad irrefutable, en medio de desatinos donde hasta las tribus de Morena han optado por el camino de desplazar al dueño del mecate para seguir gozando de las canonjías, frente a una población insatisfecha y extenuada por la crisis económica, política y moral, los dirigentes del país deben tener los pies en la tierra… y el cerebro en sus cabales. Algo ciertamente difícil de pedir.
Falta un cerebro templado para poder navegar entre el caos, para salir de esta vorágine, de esta crisis que consume todos los sectores, desde el social hasta el militar. El fuero ya no es una coraza de impunidad, sólo es un facilitador para ejercer la función sin interrupciones. Cuando no es así, nadie puede brindar impunidad. Trátese de quien se trate.
Desde el oso del culiacanazo viene observándose en los usos del poder una conducta predominantemente amoral y antisocial, caracterizada por acciones impulsivas e irresponsables, encaminadas a satisfacer apetitos narcisistas, sin demostrar culpa ni ansiedad ante el público.
Las asociaciones psiquiátricas refieren que las ansiedades básicas del psicópata son sólo de carácter persecutorio, por lo que alcanzan su intensidad agrediendo a los demás. Es una dolencia del alma. Intolerantes ante la frustración, por lo que una mínima privación en los logros produce intenso sufrimiento.
La inestabilidad en el comportamiento, así como la enorme facilidad de pasar a la acción —aunque cuando se vean las cosas de a de veras se recule— al enfermo, demasiado transparente en su actitud corporal, a leguas exhibe su distorsión. Sobrevalora sus principios y sus ideas y esto lo lleva a adquirir una postura dominante en su pensamiento.
Distorsiona la realidad para adaptarla a su estado psicológico, descalificando los hechos y a quienes los transmiten, periodistas, analistas o científicos. El mito de su propia grandeza es superior a sus fuerzas…y a su comprensión. Son trastornos límite de personalidad. No tarda mucho en hacer notar las diferencias orgánicas.
A los cinco requisitos que estableció Michael Korda para el ejercicio del poder: desearlo, pelearlo, obtenerlo, ejercerlo y disfrutarlo -en el entendido de que si faltaba uno solo, los demás eran insustanciales, o no existían, le faltó uno:
Ahora hay que agregarle un sexto requisito, pa’ acabarla: ejercerlo y disfrutarlo en su sano juicio, por personas equilibradas psicológicamente, sin estupores enfermizos ni erráticas conductas antisociales que sorteen la inestabilidad psicológica y la ansiedad de ejercer desmesuradamente el poder.
No manejarse por instintos primarios básicos de insolencia y avasallamiento económico, no agacharse ante los poderosos y delincuentes como si no tuvieran columna vertebral. No ser empinados, entreguistas e indignos. Castigar la mentira sobre los asuntos graves de la Nación como delitos de lesa majestad.
Porque los mexicanos sabemos por experiencia que las dolencias del alma en los gobernantes les impiden una posición real de defensa del comercio, de la seguridad, de la moneda nacional, de los migrantes, de la economía, repeler los insultos o las befas internacionales.
Sabemos que llegan a sentirse únicos, hechos a mano, preparados anímicamente sólo para pasar a las filas de los héroes inmortales.
Sabemos, en suma, que no queremos volver a vivirlo, ni empezar a ensayar nuevas modalidades, nuevos pasitos de este bailable macabro de ejecuciones, miseria y hambre.
Porque para eso no votó uno de cada tres mexicanos que lo hicieron creyendo en la honestidad valiente.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: “Revolución interrumpida”, según Adolfo Gilly. No concretada, de acuerdo con muchos. La revolución que no fue, dicen otros. Pero año con año recordamos aquí a quien fuera primera víctima de “la aplanadora” del partido oficial –entonces el PNR, “abuelo” de lo que hoy queda de aquel PRI– José Vasconcelos, por su aporte al significado de la revolución. Candidato presidencial “derrotado” en 1929, Vasconcelos tuvo orígenes revolucionarios que él mismo trastocó muchos años después. Oaxaqueño de nacimiento, escribió en 1937 que la “revolución es el recurso colectivo de las armas, para derribar operaciones ilegítimas y reconstruir la sociedad sobre las bases de economía sana y moral elevada.” La de 1910 que aún hoy se recuerda como un acontecimiento lejano y ajeno fue un movimiento armado que, se dice, cobró un millón de víctimas que lucharon contra la reelección ad perpetuam de Porfirio Díaz, primero y por tierra, libertad y justicia social, después. “La fundamental justificación de los sacrificios que demanda una revolución, es que ella sea medio para crear un estado social más justo y más libre que el régimen que ha destruido, o se intenta destruir”, escribía Vasconcelos. Y ante ello cabría preguntar si ese millón de muertos, la destrucción de la incipiente infraestructura y el derrumbe de la economía durante casi diez años, sirvieron para efectivamente crear un estado social más justo que el establecido por Díaz. La respuesta es no. “En las revoluciones verdaderas, la táctica suele ser extremista, pero el objetivo tiene que ser prudente. De otra manera, el abuso provoca la reacción y empeora, a la larga, las cosas, en vez de corregirlas.” La que en los discursos enarbolaron casi todos los presidentes en funciones durante los 70 años que esa revolución duró en el poder, abusó en todo sentido y claro, provocó alzamientos, movimientos obreros, estudiantiles, de profesionistas y claro, guerrillas. “Por eso, toda revolución que lo es de verdad –escribía Vasconcelos, en su texto ¿Qué es la Revolución?–, combate y destruye; pero sólo mientras está en las barricadas.” La etapa “revolucionaria” combatió a ferrocarrileros, médicos, a los jóvenes en fechas fatídicas como el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971; a la guerrilla y al narcotráfico –aunque a partir de los delamadridistas, mejor se aliaron al narcopoder–; y los penúltimos dos presidentes priístas, sin éxito, al EZLN. Todos combatieron y destruyeron. “Desde que se constituye en gobierno, una revolución tiene que volverse creadora y serena, constructiva y justa.” ¿Lo fue la etapa revolucionaria del PRI en el poder? No. Definitivamente, no. Y elementos y argumentos sobran para enumerar. La revolución se interrumpió, escribía a principios de 1970 el historiador Adolfo Gilly, y daba como fecha precisa de la pausa el inicio del gobierno empresarial y corrupto de Miguel Alemán. Otros, desde antes, ya la habían dado por muerta. Y mientras, desde el poder prolongaban la revolución, la hacían permanente, sin saber que en 1937 Vasconcelos había escrito: “La revolución prolongada deja de ser medida de higiene social, para convertirse en desorganización y en decadencia. La revolución permanente no es otra cosa que la confesión del fracaso de quien no supo usar la fuerza, no acertó a organizarla en programa, de acuerdo con la realidad y las circunstancias.” Revolución fracasada, pues. Nada qué festejar. Mucho qué lamentar. ¿Qué celebramos? ¿Sólo el “Buen Fin”?
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