Amor del siglo XXI
Opinión miércoles 6, Nov 2019Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- A partir de “Modern Love”, la nueva serie de Amazon Prime Video inspirada en la columna homónima que publica The New York Times, me he cuestionado por la manera en que este nuevo estilo de existir al que nos enfrentamos, impacta en las formas en las que expresamos una de las más multiformes y poderosas experiencias de las que nuestra naturaleza humana es capaz: el amor
Estamos a unos días de terminar el último año de la segunda década del siglo XXI y en estas épocas tantas cosas han cambiado —y se mantienen en constante cambio— que era lógico que nuestras maneras de interactuar se vieran profundamente afectadas. Ya antes he hablado de cómo las redes sociales, que son tan útiles y entretenidas, pueden generar una realidad a modo envolviéndonos en nuestra propia opinión.
Ahora, a partir de Modern Love, la nueva serie de Amazon Prime Video inspirada en la columna homónima que publica The New York Times, me he cuestionado por la manera en que este nuevo estilo de existir al que nos enfrentamos, impacta en las formas en las que expresamos una de las más multiformes y poderosas experiencias de las que nuestra naturaleza humana es capaz: el amor.
La serie, igual que la columna desde la que nace, cuenta diversas historias de amor que tienen lugar en la vida citadina de Nueva York; premisa que, como el amor mismo, no se limita a la versión romántica de este sentimiento, sino que es capaz de explorar los diferentes tipos de amor, de parejas, de amistades y de relaciones humanas filiales que podemos experimentar y que podemos atesorar como significativas en la construcción de quienes somos.
Así, conocemos diferentes historias amorosas: unas de amistad, unas de adopción homoparental, unas de amor romántico, unas de amor propio, unas del amor desde las enfermedades mentales diagnosticadas, unas desde los reencuentros, unas desde la inocencia, unas desde la soledad, unas desde el dolor, unas desde el desencuentro, etcétera.
Mi manera de reflexionar sobre una compleja experiencia sobre la que la humanidad no ha parado de bordar, reinventar, pero más importante aún, experimentar, difícilmente escapa de mi formación filosófica y clasicista. Al fin y al cabo, en la profesión llevo la condena de estar siempre atado al amor; en ese vocablo que precede a σοφία (sofía, que significa sabiduría), proveniente del verbo φιλέω (filéo), amar.
Ya Platón dedicó uno de sus más célebres diálogos, El Banquete, a discutir los diferentes modos que adopta el amor pero, en específico, a dar una especie de ejemplo fundacional para todos aquellos que nos aventuramos a seguir el camino del amor por la sabiduría, el amor por la verdad. Y, claro, aunque ese permanece siendo para mí un referente irremplazable de la búsqueda constante, infinita, ardua y constructora y constructiva que es amar (a alguien o a algo), una versión más pragmática y aterrizada era necesaria para mi torpeza en estas cuestiones: el Ars amatoria de Ovidio.
La obra del poeta latino es una de las más ricas que he leído en mi vida pues, a pesar de que se aleja del territorio de confort que son los vericuetos conceptuales para mí, se convierte en un vívido testimonio de las mañas, argucias y engaños de los que podía ser capaz un conquistador del siglo primero o segundo después de Nuestra Era. Me fascina este libro no por la ambigüedad moral que maneja (aunque no hay que negar que es por momentos atractiva) sino por la nobleza, claridad y simpleza de sus objetivos. Ovidio habla de cómo se ejerce el amor: sin rodeos y con belleza.
Desde ahí, entonces, intento pensar en los diferentes modos en los que el amor puede suceder. En los diversos modos en que, como los primeros hijos culturales del siglo XXI, hemos cuestionado sus alcances, en las restricciones artificiosas que tanto nos dividen, en las banalidades que tanto lo enrarecen y en la inmediatez que tanto lo empaña y que lo han convertido, en ocasiones, en una baratija o en una moneda de cambio que lo mismo compra orgullo pseudomoral que orgullo pseudoirreverente y pseudoirrestricto.
El amor, creo, sin importar entre quiénes se dé ni cómo, tiene un par de notas esenciales que lo hacen verdadero. Primero, que es disruptivo, que cambia, transforma, eleva, radicaliza y evoluciona y, segundo, que construye, respeta, es prudente, escucha y dignifica. Ambas cualidades, opino, surgen entre quienes se ven ligados a través de él y, cuando son auténticas, dejan marcas indelebles.
Algo de eso logra capturar Modern Love, aunque, me parece, si hemos de ser sinceros, lo hace a través de la humanidad de la que es reflejo. Es decir, se convierte en una lupa que magnifica la belleza existencial y el respiro ante la crudeza de la hostil realidad en los que nos envuelve el que, me gusta creer, es el más humano de los sentimientos (aunque no por ello el más fácil de construir ni el más común).
Y sí, lo entiendo, hablar cosas hermosas del amor puede parecer fácil: recordar la chispa, recordar la alegría, recordar el sobresalto, recordar el modo en que te saca de ti mismo para llevarte a una realidad alterna. Pero, por favor, lector, no me malentienda. A donde quiero apuntar es a que toda esa adrenalina, toda esa liberación, toda esa reapropiación y esa disolución del yo que alcanzamos cuando amamos, sólo sucede cuando amamos de verdad, con constancia, con trabajo diario, con paciencia, con intentar, con mejorarnos y mejorar a aquello o a aquellos a quienes amamos.
Yo por eso encuentro en la inmediatez y el egoísmo en que vive nuestra época un enemigo para esa fuerza que nos pide empatizar, comprender, salir de nuestras rutinas con la promesa de construirnos construyendo a otros. Porque amar es eso, hacer más auténticamente “x” a “x” y, en el camino, hacerme más yo a mí mismo. No es buscar mi yo en “x” o imponer mi yo en los demás. Es abrirse a la infinita tarea diaria de comprometerse a buscar más en el otro a través del diálogo entre su ser y el mío, con la consigna de que juntos construimos un mismo momento existencial y que, si somos afortunados, seremos capaces de trascender la incomunicabilidad de la experiencia subjetiva para convertirla en una subjetividad compartida.
Yo no juzgo moralmente los amores que buscan la inmediatez, sólo no me parecen prácticos. Yo prefiero tomarme mi tiempo, saborear las cosas, construir, conocer y dejar que las coincidencias encuentren un entorno adecuado para brotar, o bien, para caer por su propio peso. Hoy no puedo decir que me crea incapaz de amar más, así que sigo en la búsqueda de amar mejor a los míos. Hoy amo el recuerdo de mi madre y de mi abuela, amo a mi núcleo familiar, amo a mi familia alrededor del mundo, amo a mis amigos que, presentes o no, me han construido, amo mis errores, aunque a veces no me los perdone, amo a mi mascota, amo mi trabajo, amo el conocimiento, amo aprender, amo escribir esta columna, amo las historias, amo la filosofía. Hoy amo lo que amo. Hoy me amo a mí y parece suficiente. Con todo, no me atrevo a cerrarte la puerta a ti, que no sé cómo, cuándo ni dónde estés, porque sé que algún día podríamos encontrarnos en el llamado mutuo a construirnos en una subjetividad compartida.
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