Ad astra per aspera
Opinión miércoles 25, Sep 2019Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- No es una mala historia, no es una mala película, simplemente es, en el hecho, menos de lo que me parece que pudo ser
Muchas veces he descrito este proyecto a mis famliares y amigos comparándolo con los SETI (Search For Extraterrestrial Intelligence), los numerosos proyectos, serios, científicos y académicos, que buscan encontrar alguna forma de vida inteligente en otro planeta. Mi idea es que así como nuestra comunidad científica envía señales para saber si existe vida en otro planeta, yo escribo mis textos y los lanzo a la web esperando encontrar del otro lado a alguien que conecte con ellos, que igual que yo sienta ganas de dialogar, de aprender, que se haga las mismas o mejores preguntas que las me surgen cuando disfruto la música, las series o películas que todos vemos o escuchamos.
Así, la premisa central de Ad Astra de James Gray viene muy al caso con esta inquietud porque precisamente explora esta cuestión que ha fascinado a muchos y aterrorizado a muchos otros desde tiempos antiguos. Ya los griegos se preguntaban si existían otros mundos, los medievales, hasta el propio Tomás de Aquino, lo discutían; así que era lógico que en cuanto tuvimos la oportunidad de llegar a las estrellas el siguiente paso era preguntarse si existe alguien más en su vasta inmensidad.
La película de Gray, protagonizada por Brad Pitt y Tommy Lee Jones, resulta una perspectiva incisiva y realista sobre lo que sería un futuro en el que existiera una comunicación regular con planetas y astros como la Luna o Marte. La realización de la película es exquisita en tanto que da una patencia y concreción a las superficies y entornos en los que se desarrolla que es ciertamente impactante y cautivadora; lo mismo se podría decir del sonido que acompaña el camino narrativo de su historia con una precisa oportunidad y realmente moviendo al espectador.
El problema, el gran problema para mí, es su narrativa que, si bien hace introspectivos, emotivos y existencialistas sus desarrollos, carece de cierto dinamismo y claridad que luego intenta recobrar con la mención inoportuna y repetitiva de algunos de sus puntos narrativos. No es una mala historia, no es una mala película, simplemente es, en el hecho, menos de lo que me parece que pudo ser.
Siendo consecuente con su argumento, la cinta descansa su argumento en la llamada ecuación de Drake, una fórmula desarrollada por el astrónomo estadounidense Frank Drake que busca calcular el número de civilizaciones que serían capaces de conocer la comunicación radiofónica. Como es obvio, la gran debilidad de la propuesta (pero también quizá su gran virtud) es la inmesidad de variables desconocidas que deberían formar parte de su cálculo como para determinar que es una ecuación precisa. Su valor ha sido rescatado, más bien, como un planteamiento teórico, dada la inquietud tan natural a la que le da un primer acercamiento físico-matemático, pero también resulta altamente impráctica pues, hasta hoy, no genera resultados conclusivos y contundentes sobre su objeto de estudio.
Así, en el contexto de esta incertidumbre, la preocupación central que entraña la cinta resulta muy lúcida: ¿será tan urgente encontrar vida inteligente en otros planetas como solemos creer cuando parecemos aún incapaces de vivir armónicamente en nuestra Tierra?¿Será que los impulsos por conectar con “algo más” que volcamos al espacio podríamos saciarlos en nuestro propio planeta si tuvieramos el genuino interés de conectar? ¿No será que si no solucionamos los problemas que tenemos en nuestra Tierra acabaremos sólo replicándolos y transportándolos a nuestro sistema solar entero o a otras civilizaciones cuando tengamos la capacidad de subsistir en o coexistir con ellos?
De ahí que el título del film haga una clara referencia a la frase del filósofo romano del siglo IV a.C Lucio Anneo Séneca “Non est ad astra mollis e terris via” (“No existe camino sencillo hacia las estrellas desde la Tierra”) que más tarde se simplificaría en las formas “Ad astra per aspera” o “Per aspera ad astra” (“Hacia las estrellas a través de las dificultades”). Es decir, que sólo se llega al éxito (las estrellas) a través de un camino difícil, áspero y complicado (es decir, con base en el trabajo árduo y el enfrentar las adversidades que tienen lugar en el camino).
Claro, esa es la lectura convencional y tradicional del pasaje, sin embargo, me parece que la película abre la posibilidad a una lectura distinta aplicada a nuestra época que está en los albores de conocer cada vez más y más el espacio profundo visitándolo, cosa que para un romano del siglo IV a.C. era una diparatada fantasía.
Me parece, pues, que la nueva lectura que propone Gray con su cinta busca enfatizar que no se puede llegar a conocer lo que está allá afuera (las estrellas, ad astra) sin antes enfrentar los problemas y dificultades que ya tenemos en casa, en nuestro agonizante planeta (per aspera).
Nuestra Tierra, más allá de sus condiciones ecológicas y climáticas alarmantes, vive también atada a vicios humanos de los que todos formamos parte: los consumismos, los ideologismos, las negligencias sociales, los distingos infundados y una infinidad de dificultades más que quizá deberíamos preocuparnos por atender antes de salir a “contagiárselas” a otros potenciales modos de inteligencia.
Pero esto no quiere decir que debamos frenar el avance de nuestro conocimiento, por el contrario, debemos aprender a hacer un uso más responsable de él. Si bien es importante distinguir entre un cierto deber ético, el de comprendernos y mejorarnos como humanidad, y un impulso instintivo humano, el sano, bello e inagotable deseo de conocer, no debemos pretender que ambas esferas se excluyan mutuamente. Las dos deben permanecer y seguir su crecimiento pues ambas constituyen lo que somos como especie humana; ambas, creo, deben colaborar, dialogar y construir en conjunto para llevar nuestra navegación por este aún muy desconocido e intrigante cosmos a buen puerto.
Ahora bien, respecto a si estamos solos en este Universo o no, encuentro en la incertidumbre científica y matemática de los intentos académicos por demostrar que existe vida inteligente en otros planetas o sistemas solares, los programas SETI, la mayor de las esperanzas por darle una respuesta definitiva a la cuestión (si es que la tiene). Aunque es imposible saber cuántos años, meses o siglos más nos costará encontrar una respuesta de lo que sí estamos seguros es que nos tenemos a nosotros, a nuestros congéneres humanos y los vastos, variados e intrigantes modos de inteligencia humana que cada una de nuestras culturas, sociedades, contextos y personalidades implican.
Visto así, no hace falta salir de nuestro planeta para encontrar esa conexión humana que tanto anhelamos y que podría romper con esa soledad existencial que todos hemos sentido y que en ocasiones se torna amarga. Basta con mandar señales de vida (auténticas, sinceras, propias) y esperar a que alguien allá afuera las intercepte, las comprenda y quiera responder a ellas. Yo por eso escribo esta columna, porque me niego a la ególatra creencia de que sólo yo pienso como pienso y que sólo yo tengo estas inquietudes.
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