Morena ha manchado a los grandes movimientos izquierdistas
Francisco Rodríguez lunes 23, Sep 2019Índice político
Francisco Rodríguez
La imaginación puede concebirse como el tesoro más valioso, el capital indispensable de un político. En ningún lugar se encuentran las fórmulas específicas, las letras precisas para llevar a buen puerto una tarea gubernamental. Quien lo quiera encontrar en un país como México fracasaría sin lugar a duda.
Los regímenes anteriores, al menos en los últimos ochenta años, se dejaron llevar en su actuación pública por la regla suprema de la “debida vaguedad”, como llamaba Daniel Cosío Villegas al arte de la apariencia en el gobierno. En un sistema político de máscaras era ineludible nunca llamar las cosas por su nombre.
Así como jamás enseñar a los gentiles, en caso de que llegaran al poder, un vademécum con las soluciones que sólo el autoritarismo político debía saber. El sistema de gobierno mexicano siempre fue críptico y se llevó a la tumba los secretos que lo hacían infalible, las soluciones emergidas del proteccionismo gringo.
Las claves de la deuda externa, las maletas munificentemente repartidas entre los grupos de apoyo, las decisiones ventajosas para los grupos de interés y de presión, las válvulas esenciales para dar oxígeno a la complacencia y a la complicidad formaron parte inseparable de los intestinos del sistema.
Los movimientos contestatarios, de oposición a los regímenes pripanistas que nos gobernaron, tuvieron siempre la característica de protestar contra esos obstáculos que en muchos casos fueron los diques a las soluciones sencillas para resolver los casos más apremiantes de la sociedad. La imaginación fue desterrada de las prácticas gubernamentales.
Las luchas por las libertades democráticas, los derechos políticos básicos y las reivindicaciones por la igualdad sustancial, sostenidas durante los últimos cincuenta años por lo menos, los planteamientos de los heroicos líderes sociales que acabaron torturados o asesinados en las mazmorras del Estado pasaron a la historia como anécdotas superficiales.
Nunca fue reconocida su aportación al cambio social, el parteaguas que significaron en el largo proceso de transformación de este país. En el mejor de los casos, son recordados como inconformes cándidos e ingenuos, ultimados por un sistema feliz que se negó a cambiar. Y todos tan contentos.
La enorme dosis de imaginación que desplegaron para luchar y para conquistar los espacios de la lucha civil están en el repertorio de lo insensato, cuando la verdad es que este país no puede concebirse sin las aportaciones de ellos.
Cuando llegamos al momento del cambio por la vía electoral, nos hemos dado cuenta de que quienes llegaron, a falta de imaginación, se dejan llevar por las mismas truculencias que los que dicen que se fueron. No hay diferencias entre unos y otros: están hechos de la misma pasta, nacidos e influenciados por el mismo barro.
Se ha llegado al lugar sin límites. Vivimos un espasmo, una parálisis de indecisiones y de conductas erráticas que obligan a muchos seres pensantes de los sectores informados e ilustrados a comparar a los que llegaron con los que dicen que se fueron. Y los resultados no son benéficos para los primeros. Muchos se quedan en la calle.
Para infinidad de personas, las virtudes de los gobernantes anteriores, así hayan sido pésimos, resaltan en estas comparaciones que no han tardado en aparecer. Muchos consideran que pelmazos del tamaño de Fox, Calderón, Zedillo y Peña Nieto se encuentran por encima de la media, si se comparan con los actuales.
Es realmente vergonzoso el reflexionar sobre un dato duro: el movimiento contestatario del partido en el poder heredó las banderas públicas de los acontecimientos enarbolados en el pasado por todos los grandes luchadores de este país. Suena fuerte, y duele mucho más de lo que suena.
Morena y sus líderes pasarán a la historia como todo lo indeseable, aunque sus ancestros políticos se sonrojan de sólo pensarlo. Es la verdad dura, porque en el inconsciente colectivo permanece el recuerdo de las luchas y las identifican necesariamente con sus vástagos, los insensatos en el poder y en la conducción de la vida pública.
El simple hecho de la comparación, lleva a pensar que de haber llegado, los líderes del pasado hubieran tenido un comportamiento similar o idéntico. Y de ninguna manera es así. Los transformadores del pasado tenían otras motivaciones, otras raíces, venían de mundos esencialmente distintos. Jamás serían arrastrados por la corrupción, el desatino y la indolencia que hoy campean.
Afortunadamente para los que nos dejaron antes, ya no atestiguan lo que pasa hoy. Volverían a rebelarse, lucharían con todas sus fuerzas contra la soberbia y las imposturas que caracterizan a esta izquierda de fantoches. Descalificarían de entrada los rasgos y los perfiles que están llevando a México a una tragedia patrimonial, cívica y moral como la que se ha instalado en este país.
Como nunca se siente en la Nación la influencia generosa de los movimientos contestatarios y auténticos de los líderes que contribuyeron con su sacrificio a construir lo que tenemos, incluyendo el respeto al voto que, hoy distorsionado, obliga a aceptar a los ciudadanos que el triunfo de Morena fue producto de un pacto de impunidad.
Nadie se lo explica de otra forma. La inmunidad de los grandes delincuentes de la patria, por encima de cualquier sospecha no deja lugar a duda. El poder, a cambio de la protección a los enemigos del pueblo y de su historia. El poder político, a cambio del poder de matar. Es inaudito y francamente repulsivo.
Nadie se explica de otra forma el abandono al campo, la cacería fiscal de brujas, el empoderamiento de los violentos de la CNTE, el desplazamiento voluntario de médicos y medicinas insustituibles, el entreguismo absoluto al gabacho para inyectar banderas políticas a la reelección de un dictador de caricatura como Donald Trump.
Nadie se explica de otra forma la complicidad manifiesta con los grupos empresariales del neoliberalismo, la entrega en charola de plata de la economía nacional a las compañías de Slim – Salinas, el recule ante las embestidas de los facinerosos. El miedo pavoroso a recluir a los peores del panorama.
Y a falta de imaginación política, ocurrencias y explicaciones ñoñas a cualquier acto de sumisión y obediencia. Hemos dejado pasar las grandes oportunidades que nos ofreció el mundo emergente, por sustentar a los viejos verdugos de la vida nacional.
El gobierno de Morena ha manchado y desprestigiado para siempre a los grandes movimientos izquierdistas de oposición. Y eso no se lava ni con toda el agua de los océanos.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Para entender el fondo de la polémica desatada por Pedro Salmerón, quien se desempeñaba como director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), tras calificar a los asesinos del empresario Eugenio Garza Sada como “valientes jóvenes de la Liga Comunista 23 de septiembre”, habría que remitirse al ensayo de Héctor Daniel Torres Martínez, publicado por la Universidad de Guadalajara, bajo el título La influencia jesuita en la conformación de la Liga Comunista 23 de Septiembre durante la década de los setentas del siglo XX en México.
Tras exponer los fines de la creación en 1943 del Tecnológico de Monterrey por el propio Garza Sada y otros empresarios afines – contar “[…] con personas capacitadas técnica y profesionalmente para hacer frente a los requerimientos de la reciente industrialización y bonanza económica”— ahí se lee que “… a inicios de la década de los sesentas se integraron al ITESM algunos jesuitas progresistas influidos por la Teología de la Liberación quienes ‘[…] a la luz del Concilio Vaticano II, promovieron la formación de Centros de Información y Acción Social’. Los informes de inteligencia mexicana señalan al respecto que estos sacerdotes estaban de acuerdo con ‘la nueva línea mesiánica de la ´JUSTA VIOLENCIA’.
Mencionan además que ‘[…] los principales promotores de esta situación son los jesuitas Salvador Rábago y Xavier de Obeso, […] que están de acuerdo en que utilicen la justa violencia, los oprimidos, que se ven obligados a recurrir a la misma para lograr su liberación’. Incluso el mismo documento afirma que los jesuitas ‘llegaron con una consigna a Monterrey dirigida por el máximo jerarca de su orden, el padre Carlos Arrupe: tratar de experimentar un cambio social que se expresaba en el abismo que media entre pobres y ricos.’ Sin embargo a pesar de ser un reporte de investigación policial, que si bien exagera la postura de los clérigos hacia violencia justificada ya que ninguno de ellos asumió o participó en el movimiento armado, la información acerca de la consigna parece ser plausible en tanto que de acuerdo con Dolores García ‘a partir de 1966 por orden de la dirigencia de la Compañía, se hizo un llamado a sus miembros a realizar cambios estructurales en la orientación de su apostolado’.
Cabe mencionar que para 1965 a pesar del considerable desarrollo industrial que había adquirido Monterrey (y que la había posicionado como una de las tres principales ciudades de México) ‘todavía el 67% del total de la población se encontraba en condición de pobreza’. Incluso tanto la distribución del ingreso y el bienestar en el área metropolitana de Monterrey, a partir de este momento, experimentó una curva descendente que se tornó más desigual en décadas posteriores. Por último, un dato interesante en el mismo informe refiere que antes de la aparición de los curas progresistas ‘los clérigos adoctrinaban a los estudiantes en principios sociales cristianos, se les hablaba de pecado y matrimonio; tras la incorporación de los jesuitas, la directriz de la explicación de la doctrina cristiana cambió radicalmente […] los jóvenes eran adoctrinados en una mentalidad progresista dentro del ramo del cristianismo’. Esta información es plausible en tanto que la línea de acción de estos sacerdotes estaba en correspondencia con los diálogos e inquietudes latinoamericanas…”
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