Ni neoliberales ni populistas… sino todo lo contrario
Francisco Rodríguez jueves 12, Sep 2019Índice político
Francisco Rodríguez
Durante siglos, la lucha histórica mexicana ha sido entre conservadores y liberales, entre monárquicos y republicanos y, fundamentalmente, entre federalistas y centralistas. En la pugna por establecer la visión propia sobre el país, sobre las condiciones de existencia de sus habitantes, el modelo sigue siendo el mismo. Con peligrosas y sólidas coincidencias.
La corriente política centralista constituía la visión conservadora más certera para entregar el país y facilitar la absorción de un modelo de desarrollo internacional hecho a la medida de los explotadores de siempre, de todas las épocas. Parece que pusieron la plana.
A mediados del siglo antepasado, el capital de los imperios occidentales y de las monarquías europeas, representantes del mercantilismo individualista, del libre mercado y de la “mano invisible “, llegó a nuestras tierras aceptado con prebendas y privilegios sin límite por centralistas agradecidos.
Vino a construir ferrocarriles, puertos, carreteras, medios de comunicación, servicios públicos y factores de consumo que ayudaran a “modernizar” las estructuras comerciales, financieras, laborales y agro exportadoras que permitieran la perfecta sumisión del país a los designios de la imperial división internacional del trabajo que más les conviniera.
El objetivo era intensificar la especialización productiva que establecía poderosos nexos de subordinación. Justificar las medidas que acentuaran el libre juego de los mecanismos competitivos y de acumulación privada que deberían conducir al “progreso total”, sin la intervención del poder público, porque así lo demandaba un mito extravagante, el laissez faire et laissez passer o dejar hacer y dejar pasar, pábulo de la necesidad histórica del capitalismo industrial moderno, en su periodo formativo.
El centralismo pretendía con esas teorías monárquicas y conservadoras alcanzar sus cometidos a partir de la explotación brutal de las actividades agropecuarias, para concentrarlo todo en beneficio de las factorías urbanas, trasladar indiscriminadamente los recursos del sector tradicional primario y generar los excedentes para el mejoramiento siempre en ascenso de las clases empresariales y financieras.
José Ives Limantour, el financiero del porfiriato, expresó una inquietud generalizada sobre la solidez de los principios del modelo finisecular, con claros perfiles corporativos. Manuel Calero afirmó que el liberalismo de la Reforma juarista “se había transformado” entre los llamados científicos “en una religión sin culto y sin templo”.
Francisco Bulnes en un discurso de 1903 subsanó las antinomias del porfirismo, llamándolo un modelo político que estaba vinculado en cuanto a su futuro a la vida misma del caudillo, a una biología personal ya declinante, a un dictador que encabezaba un gobierno de octogenarios.
Alamán, Bulnes, Gamboa y Vera Estañol se apoyaban en los sucesos de otras latitudes, en el apogeo de la Revolución Industrial y en el florecimiento del despegue económico y político estadounidense, dirigido por generaciones europeas trasplantadas y en la lucha de estos contra los federalistas.
Fueron olvidados los programas económicos de la generación juarista, liberal y federalista, que siempre pugnó por no ajustarse a los procesos del liberalismo monárquico absolutista y que habían diseñado una nueva República, ahí donde sólo había rescoldos de una Colonia.
La generación de la Reforma era altamente sensible a los problemas de empleo, laborales y de miseria extrema de la población. Jamás justificaron las condiciones de vida que la rodeaban, ni las superioridades étnicas que desarrollaban los centros urbanos, sobre las que operaban en el campo.
El centralismo conservador se impuso. Al fin y al cabo, ellos habían recibido para su manejo una nación independiente. Hasta la tercera década del siglo veinte, pasando sobre el triunfo de la Revolución, continuaron desde los cenáculos financieros del sistema haciendo de las suyas y dibujando los perfiles de un país con crecimiento desigual, desproporcionado y desequilibrado, con abismales diferencias sociales.
Nos dejaron un país débil, presa fácil de las ambiciones imperiales. Sin arma alguna, después de los Tratados de Bucareli para perseguir otra cosa que no fuera la dependencia y la sumisión absoluta. Gracias a todos ellos estamos como estamos. Hoy, el sistema económico sigue siendo el mismo, sin variantes significativas.
A mediados del siglo XX los economistas se dividieron forzosamente entre propaladores del crecimiento, aquéllos que seguían a pie juntillas los dictados de los emporios financieros para medir los índices del crecimiento a partir de datos estrafalarios, propios de otros países con distinto nivel de desarrollo y defensores del desarrollo que nunca cuajaron.
Empezaron a hablar y a escribir numerosos libros de corte funcionalista, en los que se aseguraba que el grado de crecimiento de este país debía ser medido por las toneladas de llantas de automóvil que se gastaban, los kilos de carne que se consumían, los litros de gasolina o de turbosina que se empleaban en el transporte y una serie de zarandajas más, sin desagregación ni análisis.
Podía haberse registrado el consumo en mesas selectas o gastarse las llantas y los combustibles en aras de las utilidades de un pequeño grupo, eso no era relevante. Jamás pudieron desagregar las cifras y aplicarlas por nivel de ingresos o por condiciones de vida atrasada. Nunca midieron bien los indicadores de la distribución equitativa del ingreso nacional.
A esa corriente funcionalista del crecimiento se le llamó despectivamente “desarrollista”, pues no explicaba a fondo las variables que debían ser empleadas para medir el auténtico desarrollo, a saber: los niveles de empleo y percepciones dignas, la distribución del ingreso en niveles de salud, educación, vivienda y alimento, el acceso a los bienes de la civilización y la cultura, entre otros muchos.
Es decir, volvió a darse el enfrentamiento secular entre los servidores de los objetivos imperiales y los defensores del desarrollo nacional independiente. Los conservadores contra los liberales, en pocas palabras.
Por eso se habla en México de las grandes dosis de liberalismo social heredadas de la Reforma que urge implementar en nuestro país.
Y es que conservadores y liberales, federalistas y centralistas han vuelto a confundirse entre nosotros, se hallan formados en el mismo flanco, sobre todo después de la última gira del titular a Tabasco. Desafortunadas declaraciones sobre la exoneración de Arturo Núñez Jiménez, sobre los privilegios que se otorgarán dentro del gasto petrolero en favor de los patrones y la tan cacareada felicidad del pueblo sureño. Tabasco, ha dicho el titular, es “un pueblo salado”.
Si a lo anterior se añaden los pingües negocios del gobernador Adán Augusto López con el cacique petrolero Carlos Romero Deschamps, y los cochinitos de Octavio Romero con los amos sindicales, a cambio de absoluta impunidad, cualquier porfirista o monárquico suscribiría esas conductas.
Puede decirse que entre estas posiciones supuestamente liberales y las que pudiera espetar cualquier conservador de medio pelo no hay diferencia alguna. Pero lo que sí puede decirse a voz en cuello es que después de esas desafortunadas declaraciones, después de confirmar en los hechos que nada ha cambiado, Morena ha perdido a Tabasco para siempre.
La gente se pregunta: ¿si conservadores y liberales se tapan con la misma cobija, qué caso tiene seguir votando a favor de lo mismo?
¿Hasta dónde hay que llegar para comprobar que todo es un juego que suma cero? Entonces, el problema no es seguir midiendo igual los índices del crecimiento, sino confirmar que todo ha sido una fantasía histórica, ideológica y política.
El verdadero desarrollo sólo existe cuando se demuestra que el pueblo vive mejor, no cuando se retacan las asambleas de fin de semana con acarreados para la ocasión.
¿Usted qué cree?
Índice Flamígero: “El Paquete Económico 2020 no es populista ni neoliberal, es para todos los mexicanos, afirma el titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), Arturo Herrera Gutiérrez. No será inflacionario porque las actualizaciones de impuestos siguen en términos reales, ni trae gasolinazo, sostiene. “No [no es populista ni neoliberal]. Es un paquete muy pragmático”, asegura en entrevista con El Universal. A dos meses de asumir el manejo de las finanzas públicas y tras entregar al Congreso la Iniciativa de Ley de Ingresos, el Proyecto de Presupuesto de Egresos y la miscelánea fiscal 2020, dice que el paquete hace énfasis en el bienestar…”
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