La enfermedad de Estados Unidos
¬ Mauro Benites G. jueves 12, Sep 2019Municiones
Mauro Benites G.
Definitivamente, “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”, lo confirman para Estados Unidos los atentados colectivos frecuentes, generalmente por jóvenes enfermos contagiados del odio y la violencia de su presidente Trump. Y es que el pueblo de EU está enfermo y no supera el síndrome de Vietnam, la humillación sufrida por la injusta guerra de Vietnam, donde el heroico pueblo dio una lección al imperio.
Voy a tratar de explicar cuál es la enfermedad de ese gran país suicida. Pero quisiera, antes de ofrecer mi propia versión, dar a conocer al lector el juicio que su propia patria merece al célebre escritor Henry Miller, tristemente famoso y conocido por sus “Trópicos”, pero no comprendido en su talento, en su profunda ternura revestida —pura defensa de brutalidad. Miller, hijo de inmigrantes de origen alemán y judío, vivió en Nueva York una niñez y una juventud verdaderamente típicas: hijo de un sastre, con enormes inquietudes que no lograba canalizar, aunque sabía que un día se pondría a escribir, conoció los bajos fondos, la mentira, la miseria de la libertad norteamericana. Un día, casi enloquecido por el hambre, un hambre doble, más del alma que del cuerpo, y asqueado de la vida mecánica de los yanquis, se fue a Europa, vivió en París, mucho más pobre que en Nueva York, al grado de que pasó más de sus días sin comer, y sin embargo fue en Francia que encontró la vida que había sospechado, la existencia humana, el trato verdadero entre los hombres, la dignidad que anida lo mismo en un rico que en un pordiosero. Se enriqueció espiritualmente y lo primero que hizo fue escribir su “Trópico de cáncer”, un libro monstruoso por su pornográfica brutalidad. La gente no lo ha entendido: se estaba limpiando, purgando, de su experiencia norteamericana. Después, ya célebre, con posibilidades económicas, volvió a los Estados Unidos, Seguramente pensó que su anterior miseria le había hecho exagerar lo malo de su país. Y he aquí lo que escribe de su nueva experiencia norteamericana —el libro se llama “Un domingo después de la guerra”—.
“Me siento deprimido; no tengo palabras para describir esta depresión, si me quedase en esta habitación más de un día me volvería loco, o me suicidaría; el espíritu del lugar, el espíritu de los hombres que hicieron de ésta la espantosa ciudad que es, trasuda por las paredes. Hay homicidio en el aire. Una de las cosas curiosas que tenían estos progenitores nuestros es que, aunque declaraban buscar paz, felicidad y libertad religiosa y política, lo primero que hicieron fue despojar, envenenar y matar, exterminando casi la raza a la cual pertenecía este vasto continente. Más tarde, cuando vino la fiebre del oro, hicieron a los mexicanos lo mismo que habían hecho a los indios. Y cuando surgieron los mormones practicaron las mismas crueldades, la misma intolerancia y la misma persecución contra sus propios hermanos blancos.
¿Creen ustedes que sería fácil persuadir a este indio, para que cambiara su condición por la de uno de nuestros trabajadores? ¿Cómo convencerlo? ¿Cómo proponerle en estos tiempos algo realmente seductor? ¿Un automóvil usado para dirigirse al trabajo? ¿Una choza de tablas que, si él fuese lo suficientemente ignorante, podría llamar casa? ¿Una educación para sus hijos, que los saque del vicio, la ignorancia y la superstición, pero que a pesar de todo los mantenga en la esclavitud? ¿Una vida limpia y sana en medio de la pobreza, la delincuencia, la inmundicia, las enfermedades y el miedo? ¿Sueldos que a duras penas alcanzan para mantener la cabeza sobre el agua, y muchas veces no? ¿radio, teléfono, cine, diarios, revistas ilustradas, lapiceros fuente, relojes de pulsera, aspiradoras eléctricas y otros adminículos ‘ad infinitum’? ¿Acaso estas chucherías hacen que valga la pena vivir la vida? ¿Acaso esto nos hace felices, desaprensivos, generosos, simpáticos, afables, pacíficos y bondadosos? ¿Adónde nos conduce esta frenética actividad que, a todos nosotros, ricos y pobres, débiles y poderosos, nos tiene atrapados en sus garras? En la vida hay dos cosas, en mi entender, que todos quieren muy pocos obtienen (Porque ambas pertenecen a los dominios de lo espiritual): esas dos cosas son salud y libertad.
Desgarrados hace unos ochenta años por la más sangrienta guerra civil en la historia del hombre, y sin embargo hasta ahora incapaces de convencer de la corrección de nuestra causa al sector derrotado, incapaces, como liberadores y emancipadores de esclavos, de darles auténtica libertad e igualdad, los hospitales, los manicomios y las cárceles desbordan de gente. Un hombre rodeado de todos los lujos y sin embargo, paralizado de miedo y de ansiedad, fiscaliza las vidas y destinos de millares de hombres y mujeres a los cuales nunca ha visto, a los cuales jamás querría y cuya suerte no tiene el más mínimo interés. A esto se le llama progreso en los Estados Unidos”….Hasta aquí Henry Miller.
Estados Unidos creó su independencia para no pagar un impuesto. Es decir que la más sagrada de las causas de un pueblo obedeció simplemente a razones mercantiles. Creó la primera Constitución democrática moderna: Todos los hombres son iguales, debería decir: Todos los hombres blancos que piensan como nosotros, porque esa constitución es una burla. Y su economía se basa en la guerra y se confirma su política expansionaría como un imperio que es. He aquí su enfermedad.