Con amor, “mi sonrisa y mi nariz”
Opinión lunes 2, Sep 2019De la carpa a las letras
Arturo Arellano
Se piensa demasiado cuando del amor hay que escribir, si de entre la tristeza, la crisis, la violencia, es prudente hablar de lo que para la mayoría, hoy en día es una utopía, un sueño lejano, una fantasía… y que de encontrarlo no se quiere presumir, se guarda, se protege, se aleja con miedo de la envidia, los gritos, la penumbra de aquellos que no se han atrevido a verlo de frente y amar hasta que no duela. ¡Sí! Hasta que no duela, porque el amor no duele, sana, alimenta, se construye, brilla.
¿Qué tiene que ver esto con el circo? Tal vez nada, o tal vez mucho. Vamos a ver… He sentido una fascinación por el circo desde que tengo memoria, principalmente por los payasos, que han marcado parte de mi vida, mi padre incluso se vestía como uno de melena larga y nariz roja, al más puro estilo de Emmet Kelly, un vagabundo auténtico y decadente. Nos hacía reír con sus ocurrencias en cada cumpleaños, fuera de mis hermanas, de mis primos o mío, el payaso estaba ahí, mientras mi madre le ajustaba la corbata y el pañuelo en su cabeza.
Crecí y me empapé de circo, malabares, un poco de acrobacia, pantomima, pero no es el punto, sino el día en que mi nariz, roja, brillante, llena de amor, se apagó… de tristeza, frustración, impotencia, desamor. No voy a hacer drama, simplemente pasó y hoy lo escribo, porque entiendo que soy el único responsable de lo que pasa con mi vida. El problema fue que cuando pasó, no quería saber nada más del circo, menos de mi nariz y tuve que aprender a vivir con mi faro rojo fundido.
Sin darme cuenta caminaba en una cuerda floja, entre la tristeza y la resignación, hacía malabares con lo que sentía, para no sentirlo tanto, era parte de un circo gris y clausurado, un circo interior con la carpa empolvada, las butacas rotas y las luces apagadas. Pero… como suele suceder todo lo inesperado, “de sopetón”, perdí el equilibro y me caí. Gracias a Dios que me caí, porque de no haberlo hecho, no habría corrido hacia mí, un ratón de entre los escombros, aparentemente frágil, pero ahora sé que es más fuerte que cualquier animalito del circo. “Estoy bien, no te acerques” le grité; y aunque asustado, el ratón no detuvo su andar y me dijo “Me dan miedo los payasos…”. No podía entender, por qué entonces se me acercaba, así que le respondí “me dan miedo los ratones”. Él replicó “Me dan miedo los payasos, pero tú me pareces diferente…”, entonces creo que sonrió, no podía distinguirlo bien en la oscuridad.
Me levanté y el ratón no dejaba de observarme, sus ojos grandes y penetrantes, esos sí que se podrían ver hasta en el lugar más oscuro y recóndito del planeta. Así que caminé discretamente para alejarme, no me siguió. Pasaron los días y el ratón salía siempre de su madriguera cuando me veía llegar, se nos hizo un hábito, incluso cuando estaba, yo hacía un poco de ruido para que se diera cuenta de mi presencia y saliera a platicar.
Una vez más sin darme cuenta, ya éramos los mejores amigos, por cierto para este punto había notado que no era un ratón, sino una pequeña y hermosa rata de campo… “¿A quién le dices rata de campo? Payaso horroroso” me gritó con vehemencia… No pude más que soltar una carcajada, reí como hace mucho no lo hacía… Y algo increíble sucedió, el faro de mi nariz roja parpadeaba, su luz era más intensa, deslumbrante, iluminaba cada rincón del circo, ahí estaba todo de nuevo, el domador, el hombre bala, los malabaristas, la música, la alegría… Y cómo olvidar a la niña rata…
“¿Ratón? ¿Ratoncita, dónde te metiste? Tienes que venir a ver esto, mi nariz brilla de nuevo, todos regresaron ¿Dónde estás?”. No la veía por ninguna parte, entré en pánico, “me estoy volviendo loco” pensé. “Pibito estoy aquí”, dijo Missi, la contorsionista del circo. “Missi ayúdame a buscar a la ratoncita, creo que ya la aplasté” dije angustiado… Pero ella con paciencia llevó mis manos a sus orejas de felpa en la diadema del disfraz y con dulzura dijo: “Soy yo”. La miré a los ojos, efectivamente era ella… no había podido reconocerla, porque la conocí en medio de mi oscuridad, pero hoy estoy seguro de que fue quien me ayudó de nuevo a brillar… “Me esperas de gris, casi medio siglo en un cajón, y aunque le costó, nuestra historia se coló, se abrió paso entre mi Alzheimer y yo…”. Sí, el amor tiene mucho que ver con el circo, donde los riesgos se corren sin miedo, esperando que el acto final te sorprenda, te haga feliz. Ella le perdió el miedo a los payasos y yo perdí el miedo a los ratones… Cest’Fini.