El control demográfico, válvula de escape de la Cuarta Transformación
Francisco Rodríguez viernes 30, Ago 2019Índice político
Francisco Rodríguez
Cuando un país se inmoviliza es porque ya perdió los reflejos de respuesta rápidos. Se rigidiza porque sus órganos básicos han extraviado el sentido de reconocer los estímulos fundamentales. Se pierde en la complacencia, se regodea en supuestos logros que normalmente sólo son aparentes. Expectora hacia afuera, pero está paralizado hacia adentro.
Muchas veces, lo que le pasa es que no sabe lo que le pasa. Cree estar en la recuperación correcta y pierde los deseos de la rehabilitación básica. Piensa que con el gasto improductivo, con los retintines de sus objetivos y, a lo mejor, con buena fe puede lograr las metas que se propuso. Se engaña a sí mismo.
El estado catatónico es fácilmente identificable. No responde a sus necesidades básicas, es candil de la calle y oscuridad de su casa. Porque llega a tener algún apoyo popular, siempre decreciente, siente que ya brincó las varas, ya tocó las dianas, ya no es necesario un esfuerzo adicional.
Un país como el nuestro, con un crecimiento cero, con el aparato agropecuario abandonado, la inversión estancada por incertidumbres propias del rumbo, la justicia esencial en condición latente, los sectores estratégicos en manos de los ladrones, la economía popular seca…
… las oportunidades internacionales desperdiciadas, debe pensar de inmediato en la solución que urge: un modelo demográfico. Detener a toda costa la abrupta diferencia de cuatro puntos entre el producto nacional bruto y el incremento acelerado del crecimiento poblacional. Ésa es nuestra actual condición estructural.
Pareciera que las amenazas de estanflación que se avizoran en el panorama nos van a pegar en la línea de flotación. En todo el mundo desarrollado el crecimiento de los próximos años apunta por encima del tres por ciento, hasta en el África subsahariana. Ya no se diga en Europa, Asia y Oriente.
En México podía haber sido así, pero por lo que se ve, ya no. Imposible subirse a esa locomotora si estamos paralizados por el miedo y la incertidumbre. Hay que actuar en base a lo que se tiene. Lo demás son las campanadas de la procesión, el tren ya se nos fue, por la insistencia en estar atados al imposible furgón estadounidense.
Desde hace un año debimos haber tomado decisiones improrrogables: sanear la industria petrolera, avocarse al desarrollo del campo, centrarse en la creación de empleos, aplicar el aparato de la justicia a los peces realmente gordos, convocar a los sectores a un proceso confiable, serio, consistente.
Pero creo que así ya no se puede. Se agotaron muy temprano los bonos de credibilidad, de gobernabilidad y de confianza en el nuevo régimen. Llegamos a donde a lo mejor hubiéramos llegado hasta dentro de cinco años, cuando ya no se presentasen estos conflictos. Los operadores del sistema fallaron a las expectativas y han causado decepción casi general.
Entonces, el Estado catatónico está obligado, mínimo a adoptar medidas tan impopulares en México como la planeación y el control demográfico, vale insistir. Ya no hay para dónde hacerse, excepto parar la reproducción poblacional indiscriminada, antes de llegar al páramo de la miseria.
Suena fuerte, pero desafortunadamente así es. A falta de producción, debemos dejar de crecer inconteniblemente en los ritmos demográficos actuales, repensar las soluciones, sacar fuerzas de flaqueza y aprovechar hasta donde podamos la buena suerte que aún nos favorece con su paciencia inaudita y generosa.
Aunque sabemos de antemano que hay grupos políticos e inteletuales –por cuales— que, en su intento de ser progres o astutos pueden considerar que este asunto no es otra cosa que una maniobra de distracción que trata de alejar la opinión pública de los verdaderos problemas.
Sin embargo, una medida de supervivencia exige que se atienda con valentía y con rigor un problema cargado de resonancias políticas, religiosas, sociológicas y económicas enraizadas en la idiosincrasia de los países marginados y de sus expertos locales en anticolonialismo. Ese debate puede quedar para después.
Para su sorpresa, política y demografía no es un tema propuesto por casas imperiales, como pretende insinuar una izquierda vocinglera. El pensamiento político mozárabe se adelantó siete siglos a los halcones del Pentágono que, en la voz del general William H. Draper, propusieron en 1974 el absurdo de una tasa de crecimiento cero de la población en los países en vías de desarrollo.
O que, en la cima de la borrachera bélica anunciaran: “ es mejor matar a los guerrilleros en el seno de la madre, reduciendo la fecundidad, que tener que hacerlo en las calles”. Sólo les faltó decir que la inversión era menor y hubieran juntado entonces el cinismo con los negocios.
Desde una construcción ideológica se afirma que la planeación familiar es un instrumento imperialista; que el crecimiento de la población constituye una amenaza latente de sublevación y genera un caldo de cultivo donde las ideas revolucionarias tienen desarrollos naturales.
Sin embargo, zonas casi desérticas como el Magreb africano generaron movimientos revolucionarios que marcaron el curso de una ancha franja del Planeta, sin que éstos se hayan debido a fermentos de cantidad o densidad demográfica. Las guerrillas latinoamericanas se han engendrado en regiones selváticas o en zonas despobladas en donde antes sólo pululaba el paludismo.
En el mundo de hoy, una mayor población es necesaria en casos específicos para la búsqueda de mejores condiciones, de mayores recursos. El caso chino, que busca mayor crecimiento demográfico es un indicador elemental, exigen a sus mujeres que reflexionen sobre la causa estatal de tener un solo hijo. Su patria requiere más.
Cada país debe adecuar su modelo a las condiciones existentes y a las que plantea el futuro inmediato, dejando a salvo las pautas morales y poblacionales y vigilando las libertades individuales para que nada ni nadie atente contra ellas.
Los pueblos, en defensa de su soberanía, sólo cuentan con sus hombres e ideas y están prácticamente solos, permanente acechados. En México la cuestión demográfica ha tomado una relevancia que no debe ser postergada. Sería una de las pocas decisiones que en verdad serían bien recordadas.
Si no se toma ahora, bueno, podemos esperar para antes de pasado mañana.
Así es que ¿quién será el presidenciable elegido para que se aviente este trompo a la uña?
¿Quién podrá ser?
Índice Flamígero: En 1960 el número de mexicanos fue de 37 millones 771 mil 859. Al finalizar 2018 se contabilizaron 124 millones 738 mil habitantes, un aumento de 1 millón 220 mil personas, 707 mil747 mujeres y 705 mil 717 hombres respecto al año anterior, cuando la población fue de 123 millones 518 mil personas. México está entre los países con más población del mundo, dentro del ranking de 196 estados que componen la tabla de población mundial de datosmacro.com. Tan solo el 0,99% de la población de México son inmigrantes, según indican los últimos datos de inmigración publicados por la ONU. México es el 156 país del mundo por porcentaje de inmigración. En 2018, la población femenina fue mayoritaria, con 63 millones 356 mil 944 mujeres, lo que supone el 50.21% del total, frente a los 62 millones 833 mil 844 hombres que son el 49,79%.
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