La soberbia… y los spots falaces
Francisco Rodríguez martes 27, Ago 2019Índice político
Francisco Rodríguez
Durante una de las comidas en su restaurante preferido de San Ángel, le preguntaron a don Daniel Cosío Villegas cuál era su libro más preciado. Contestó sin chistar: El Eclesiastés. Viniendo de un hombre iconoclasta, le insistieron en saber la razón. Sobre todo, dijo, por las referencias de Salomón a la soberbia, como el vicio más recurrente en la vida pública.
Recordaba con su interlocutor, con emoción, aquellos editoriales que publicó en aquel diario Excélsior, con valor y dureza, contra las acciones del gorilato altanero y las masacres ordenadas por los acomplejados y autoritarios durante las contiendas civiles del ‘68, que fueran reprimidas con la masacre de Tlatelolco.
Faltaban pocos años para que nos dejara, lo que hacía su respuesta más importante. Durante varios minutos abundó sobre el tema de la soberbia, que para entonces tenía relación influyente en los análisis de costumbre. Sorprendía la claridad que desarrolló durante su exposición. Se confirmaba el porqué don Daniel fue un gran maestro.
La soberbia, dijo palabras más o menos, para muchos autores es una virtud elevada, propia de hombres superiores, puede ser la honestidad absoluta, la valentía o superación constante que siempre lo hace sentirse encima de los demás, sobre la honestidad que no se oculta.
Pero cuando la soberbia incita a la persona a sobrevalorarse demasiado, creyéndose capaz de hacer algo mejor que los demás, e incluso de sus propias capacidades, envanece y denota engreimiento, egocentrismo y forzosamente elitismo. El narcisismo es un desorden de la personalidad, argumentó.
Con el tiempo se confirma lo que decía Cosío Villegas, uno de los gigantes de la cosa pública. Y sí, la naturaleza de los soberbios es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad. La soberbia es el enfado ante la contrariedad, la arrogancia ante la impotencia.
“Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría”, dijo Salomón, a quien se atribuye la autoría de El Eclesiastés.
La soberbia es una discapacidad que suele afectar a infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder, dijo el libertador José de San Martín.
Existen características comunes a los soberbios: la mayor parte del tiempo que ocupa hablando se refiere a los éxitos alcanzados y disfruta cuando otras personas, sus adversarios, experimentan el fracaso. Nunca reconoce los errores y en absoluto acepta las críticas.
Tiene una gran dificultad para pedir perdón. Sólo en contadas ocasiones, y porque ya no le queda más remedio, solícita disculpas por actos que haya realizado, y siempre lo hace a través de otros, a quienes atribuye las fallas de la operación de que se trate. Posee una necesidad imperiosa de recibir halagos.
Es una persona que en todo momento necesita tener el control de cualquier situación en la que se encuentre metida. Le molesta el éxito de otras personas. Requiere de quienes lo rodean que siempre estén alabándolo y resaltando todo lo bueno que hace. Es un narcisista político. Nada ni nadie está por encima de su razón.
Entre los spots que se están usando para resaltar el contenido del Primer Informe de Gobierno, destaca uno, impertinente y falaz: “Separamos el poder político del poder económico”, reza. Ubica el objetivo en lugar del procedimiento. Se adelanta al resultado, dando al traste con lo acaso conseguido.
Es imposible no sentir pena ajena. La insistencia en las repeticiones del anuncio lo disminuye frente a las circunstancias y a la realidad de lo que acontece. El retintín, cuando se convierte en obsesión, denota impotencia e impericia. No sabemos hacia dónde vamos y eso es lo único que realmente sabemos, pudiera ser la conclusión.
Está demostrado que la arrogancia se alimenta de los halagos, por lo que estas personas siempre intentarán sacar a colación sus logros, ya sean reales o ficticios. Por eso no les gustan las personas seguras que se muestran indiferentes y no caen rendidas a sus pies, decía Sigmund Freud.
Quizá por ello Winston Churchill sentenciaba que “la política es tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra nos pueden matar una vez, en la política se muere muchas veces al día”. ¡De cuántas almas muertas conocemos en política!
¡Cuántos desatinos se hubieran evitado si los asesores experimentados que rodean al titular del Ejecutivo pudieran opinar, o tuvieran el coraje para expresarle en corto sus posiciones! Porque éste ya no debe seguir siendo el país de un solo hombre y se requiere valor para poner los intereses nacionales por encima de la conservación de los cargos públicos.
Pero no es así. La soberbia, el envanecimiento y la consecuente ignorancia se han ido apoderando de la vida pública. Cada decisión que se toma para combatir la corrupción, borda sobre lo mediático y circunstancial, sobre lo prescindible, y no sobre los asuntos en verdad delicados que agobian al país.
Ni entre los corresponsables del gobierno se comentan estas cuestiones. El miedo a perder el cargo se impone sobre las imperiosas necesidades del sistema para trascender lo vacuo, para superar el inmovilismo, para dejar de rendir culto a las personas y ocuparse del remedio.
Sí fuera en serio la decisión de separar el poder económico del poder político, qué caso tenía retrasar las consultas públicas anunciadas para celebrarse el pasado mes de marzo y poner quietos a los que se oponían a Santa Lucía, a los que tienen secuestrada a la empresa productiva del Estado, a los que tienen en vilo a la opinión pública.
Los mexicanos no tenemos razón alguna para ser felices, así como tampoco queremos un gobierno de proclamas fútiles. Por esta vera ha pasado más de un desclasado que ha hecho de las banderas y las consignas fáciles un estilo de mando y de miseria.
Queremos un Estado serio. Un gobierno decidido a tomar el toro por los cuernos. Si hay que enchiquerar a los indeseables, que lo haga ya. Tiene todo el respaldo para hacerlo. La autocomplacencia y el halago sólo llevan a perpetuar la soberbia, a cultivar la intrascendencia y a empoderar el miedo.
¡Basta de proclamas falaces y de palabras al viento! ¿No cree usted?
Índice Flamígero: El presidente Andrés Manuel López Obrador estrenó su tercer spot con motivo de su primer informe de gobierno donde destaca que en su gobierno se ha separado al “poder económico y político”. AMLO dice en su spot “Doy gracias al pueblo de México por haber decidido por un cambio verdadero, pero también por estarme acompañando (sic) en la transformación pacifica del país que significa separar al poder económico del poder político…”. El presidente López Obrador agrega en el mensaje “… y que el gobierno represente a todos, atienda a todos, respeto a todos, y que se dé preferencia a la gente humilde, por el bien de todos primero los pobres, los compromisos se cumplen”. AMLO inició este domingo 25 de agosto la difusión de sus mensajes promocionales con miras al primer informe de gobierno que entregará al Congreso de la Unión el próximo 1 de septiembre.
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