La ley a secas
Freddy Sánchez martes 13, Ago 2019Precios y desprecios
Freddy Sánchez
“Mátalo y luego averiguamos” o “es preferible un culpable libre que un inocente preso”.
Puestas así las cosas, obviamente, el más elemental sentido de humanidad obliga a elegir lo segundo.
Pero, si de anhelar fervientemente la pronta restitución de la seguridad, el orden y la paz social se trata, es imperativo demandar la más estricta e implacable aplicación de la ley hasta lograr el justo castigo que se merecen los responsables de haber perturbado la tranquilidad y armonía ciudadana, debido al desbordamiento descarado y sin escrúpulos de su corrupción y delincuencial.
Por eso es que, el poder oficial no se debe permitir más tibiezas en el combate a las mafias delictivas y tiene que poner “la mira” de la justicia en los asociados y protectores de delincuentes, que falseando una decencia que no tienen, se ufanan de ser “distinguidos” representantes sociales en altas esferas públicas o privadas, siendo que un reducto carcelario debería ser su morada para ver si así, logran expiar sus culpas.
Expuesto de otro modo para que no quede duda: toca la hora de los malandrines de postín y sus esbirros y prestanombres, a fin de que se haga una realidad aquello de devolverle al pueblo lo robado.
Un enunciado que para muchos es pura demagogia, lo que seguramente, no lo será más incluso para los más escépticos, en cuanto la aplicación de la nueva ley de extinción de dominio surta sus efectos a plenitud hurgando en los escondrijos más profundos para detectar y decomisar bienes mal habidos, a causa de conductas de corrupción y delincuencia de las que conforme a las disposiciones legales en vigor ameritan el decomiso y remate de bienes en posesión de sujetos a proceso penal.
Por supuesto, que en ese aspecto, es indispensable que no se cometan excesos ni abusos y en caso de ocurrir, que de inmediato se enmienden los errores, ya que sería inaceptable despojar de sus bienes a quienes, por azares del destino hayan cruzado sus vidas con declarados maleantes, sin tener una relación efectiva y directa con la comisión de los delitos de aquellos.
La misma prudencia y consideración requiere el tratamiento con familiares, amigos y conocidos de las personas que sean sometidas a enjuiciamiento judicial, como parte de un proceso acusatorio por haber incurrido en presuntos actos delictivos.
Y es que si alguien cercano a un político, funcionario o empresario de primer nivel, por cuestiones de confianza y afecto, comprometió su nombre figurando como propietario de un bien adquirido con dinero de la corrupción o la delincuencia, justo es concederle el beneficio de la duda, eximiéndolo de responsabilidad alguna, si al no poder demostrar que esos bienes los adquirió de su peculio, accede de manera voluntaria a entregarlos para su respectiva y legal expropiación.
El propósito institucional de recuperar propiedades y dineros, cuya legítima procedencia no sea acreditada debidamente, requiere indagar cómo es que personas conectadas con presuntos responsables de delito, de la noche a la mañana se convirtieron en acaudalados poseedores patrimoniales con amplios recursos financieros en cuentas bancarias a su nombre, sin poder explicar la procedencia legal de sus riquezas y entonces sí, sin escusa ni pretexto que valga, proceder al decomiso y el remate público de esos bienes.
Antes de lo cual, naturalmente, lo deseable es que las autoridades se conduzcan con mesura, averiguando lo suficiente para no cometer atropellos inmorales contra gente ajena al delito o el encubrimiento de actos delictivos. Y es que, muchas historias de abusos de autoridad en la aplicación de la ley en este país, se pueden contar y lamentar.
En ese tenor, no queda más remedio que machacar en que lo apropiado es que haya mano firme para el decomiso de propiedades de la corrupción y delincuencia, pero sin abusos en la persecución de estos delitos, puesto que de ninguna manera se justificaría aquella prédica atribuida al juarismo en el sentido de que “a mis amigos justicia y gracia y a los enemigos la ley a secas”.
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