Administrar la incertidumbre
Opinión miércoles 7, Ago 2019Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- Netflix estrenó The Great Hack (o Nada es privado, por su nombre en Latinoamérica), un documental que explora el caso de Facebook y Cambridge Analytica. En específico, el modo en que ambas empresas habrían beneficiado la campaña de Donald Trump a la presidencia (y muchas otras a nivel mundial) con base en los datos que los usuarios compartimos por medio de la red social
Parece que en esta época es imposible no formar parte de, al menos, un bando (movimiento, ideología, convicción). De hecho, la regla es que uno forme parte de múltiples bandos, uno según sea el caso: o provida o proaborto o feminista o antifeminista, o ecologista o incrédulo del calentamiento global, o en favor del matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción homoparental o en favor de la familia, o proinmigrantes o antiinmigrantes, o de derecha o de izquierda. Parece, pues, que todo está dividido en dicotomías en las que se debe decidir por un lado a defender frente al otro como si todo debiera ser blanco o negro, bueno o malo sin más.
El fin de semana pasado Netflix estrenó The Great Hack (o Nada es privado, por su nombre en Latinoamérica), un documental que explora el caso de Facebook y Cambridge Analytica. En específico el modo en que ambas empresas habrían beneficiado la campaña de Donald Trump a la presidencia (y muchas otras a nivel mundial) con base en los datos que los usuarios compartimos por medio de la red social. Habrían, básicamente, vendido el acceso a los datos personales de millones de ciudadanos para influenciar la opinión de los votantes por medio de contenidos creados a la medida con noticias e información falsa para manipular su opinión.
El documental es bueno pero, para mí, falla en crear un perfil con el que uno se pueda relacionar en el caso de Brittany Kaiser, antigua directora de Cambrige Analytica, quien, me parece, realmente no expresa arrepentimiento por todo lo que se ha generado a partir de estas estructuras de manipulación. También, de manera un poco más evidente, falla en ser plenamente objetivo pues indaga específicamente en el caso de los candidatos del Partido Republicano pero en realidad no aventura ni siquiera la pregunta por el modo en que otros partidos, como el Demócrata, o medios e ideologías liberales se han beneficiado de esta herramienta de la política contemporánea. Por lo demás, destaca especialmente para mí el caso de la periodista Carole Cadwalladr, responsable de exponer y evidenciar el reciente escándalo entre Facebook y Cambridge Analytica.
El mecanismo funciona del siguiente modo, a partir de las interacciones que una persona tiene con su dispositivo inteligente (los contenidos que comparte, los que busca, los que lee, los programas que mira, la música que escucha, etcétera), ya sea en la red social, en sitios de internet que visita (aún de manera privada), en servicios de mensajería como WhatsApp o Messenger, interacciones en Instagram y, por supuesto, reacciones en Facebook, se genera una realidad a la medida de quien la percibe. Misma que después es muy simple manipular.
Es decir, las plataformas se encargan de priorizar la atención en aquellos contenidos que alimentan las iras y los miedos de quien las opera, con base en algotitmos diseñados por grupos de programadores, psicólogos y sociólogos. Si le tienes miedo a los criminales, es probable que tu feed de Facebook esté lleno de historias de crimen; si le tienes miedo a estar solo, es probable que te aparezcan memes sobre gente solitaria o anuncios para sitios o aplicaciones de citas; si sientes que no ganas el dinero suficiente, es probable que te aparezcan anuncios de emprendimiento y videos de gente exitosa; si te sientes acomplejado por tu físico, es probable que te aparezcan anuncios sobre rutinas de ejercicio, dietas o productos de belleza y así puede seguir la lista.
Las redes sociales se han transformado no sólo en plataformas de acceso a la información sino también en grandes maquinarias de desinformación y, sobre todo, de marketing. El marketing depende, en última instancia, de quién lo usa. Es, irremediablemente, una estructura a la que cualquier emprendimiento debe sumarse en nuestros tiempos (tal como sucede a esta columna y sitio de internet), sin embargo, hay de propósitos a propósitos. Cuando el interés es hacer llegar un producto a un potencial consumidor de manera que tanto emprendedor como individiduo se vean beneficiados, parece que el cometido se ha logrado de manera positiva. Pero ¿qué pasa cuando el interés no es el beneficio mutuo? ¿qué sucede cuando la consigna no es promover la información y proveer más herramientas al proceso de elección del individuo? ¿qué pasa cuando la intención es manipular la imagen distorsionada de la realidad que el individuo se forja a través de estas redes para capitalizarlo en votos, ganancias: incertidumbre?
Recientemente se ha acuñado esta idea en el mundo de la empresa: la administración de la incertidumbre. Concepto que inicialmente refería al caos, a las variables que no se pueden controlar en un cierto sistema de oferta-demanda y al modo en que se debe trabajar para minimizar su efecto en los planes de desarrollo de un emprendimiento. Hoy, de la mano de las redes sociales, el concepto ha mutado y, me parece, se ha pervertido. Se ha convertido en la búsqueda por capitalizar sobre ese caos. Ya no sólo considerarlo y restringir sus efectos, sino sacar ganancias de él. De ahí que el modelo de marketing contemporáneo tienda a las polémicas, a dividir opiniones. De ahí que el marketing político actual (desde los gobiernos como desde las oposiciones por igual) haya dado el paso a crear esos enfrentamientos de opiniones por medio de la manipulación que puede generarse a través de las redes sociales para sacar ganancias (electorales, ideológicas, políticas) de ellas.
Cada vez que se enfrente, querido lector, a una confrontación de opiniones provocada por una noticia o un comentario generado a través de redes sociales, pregúntese ¿quién podría estarse beneficiando de esto? Le aseguro que el resultado a esas preguntas es impresionante pues encuentran respuesta con mayor frecuencia de la que uno esperaría. Mientras más cerca se encuentre su opinión de A y más lejana de B, más sencillo será usar esta herramienta en su contra. Por ello, quizá, la búsqueda debería ser que nuestras opiniones no quepan plenamente en A o en B, sino que podamos articularlas hasta asumirlas en su real complejidad reconociendo las ventajas y desventajas tanto de A como de B.
No es mi interés generar paranoia con esto, ni siquiera asumo que esto implique que debamos renunciar a las redes sociales y los dispositivos electrónicos, simplemente creo que hay que hacernos conscientes del influjo que tienen en nuestras vidas para evitar que se conviertan en herramientas de manipulación que nos perjudiquen a nosotros mismos.
En textos anteriores he hablado ya de la importancia del pensamiento crítico, de romper con las burbujas en las que estamos encerrados, a veces de manera inconsciente. Dije que para ello es importante fomentar el diálogo, atreverse a escuchar al que piensa lo contrario que uno (pero de verdad escuchar antes de irrumpir con insultos o críticas no empáticas); que el pensamiento crítico no es algo que sucede espontáneamente sino que es un trabajo diario (uno de lectura, diálogo, interpretación, crítica, reflexión, cuestionar lo que se cree conocido). Recordé que para Aristóteles la única diferencia entre un filósofo (cualquier humanista que busca la verdad) y un sofista (cualquiera que busca hacer reinar su opinión) es que el filósofo tiene la genuina intención de encontrar la verdad.
Por eso, creo que debemos reformular el concepto de “administrar la incertidumbre”. Ya no bajo el deshonesto propósito de la desinformación, ni siquiera como su eficiente sentido empresarial originario. Administrar la incertidumbre debería ser la conciencia de que como humanos lo único que tenemos por seguro es el caos, lo inesperado, lo desconocido. Administrar la incertidumbre debería ser la conciencia de que es más lo que ignoramos que lo que conocemos. Reconocer que son más las limitantes que tiene nuestro entendimiento ante la verdad que las probabilidades que tenemos de alcanzarla por nuestros propios medios y sin salir de nuestras propias formas de pensar. Administrar la incertidumbre debería ser el compromiso con la responsabilidad, que es sólo nuestra, de aprender, dialogar y criticar las propias convicciones. Abriendo nuestros aparatos cognitivos y emotivos a otros modo de ver la realidad. Administrar la incertidumbre debería ser la tarea que hace mucho Sócrates le legó a la humanidad. Administrar la incertidumbre debería ser reconocerse y reafirmarse con la más profunda convicción: “yo sólo sé que no sé nada”.
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