Tuvieron a Romero a la mano… ¡y lo dejaron ir!
Francisco Rodríguez jueves 11, Jul 2019Índice político
Francisco Rodríguez
Lo trivial nunca aspira a ser trascendente. Siempre será nimio, accesorio, circunstancial o anecdótico. Pero todo aquello que pretende ser sustancial y acaba siendo fallido, siempre será consi derado camp, el calificativo que impuso la socióloga Susan Sontag al repertorio de lo desastroso, lo irónico, lo exagerado. La política mexicana se resiste a abandonar ese casillero de lo chusco.
Apasionada de la vida del Distrito 6 parisino, asidua visitante, junto a Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre al Café de Flore del Barrio Latino, hasta que sus restos descansaron en el cementerio de Montparnasse, Susan Sontag acuñó el término después de una exhibición cinematográfica en el Teatro Odeón.
Sucede que al acudir a una presentación de una película protagonizada por Marga López y Arturo de Córdoba, en los sesentas del siglo XX, observó cómo los estudiantes latinos gimoteaban en el desarrollo del supuesto drama, mientras que los europeos se reían de los dislates. Su conclusión fue: esto es camp, porque es desastroso.
De inmediato, el término camp, impreso en el libro del mismo nombre le dio la vuelta al mundo. Ridiculizaba las sensibilidades fallidas tratando de hacer prevalecer la ironía sobre la tragedia, destruyendo en el fondo las armonías superficiales.
Algunos de estos bochornos se han convertido en el pan nuestro de una Cuarta Transformación, que se resiste a ser realidad. Ya no se sabe qué puede ser más camp, si los diplomados de la SEIDO sobre el Trabajo Multidisciplinario en las Fosas Clandestinas que otorga a los ministerios públicos de oferta…… o los doctorados en Seguridad que acaba de otorgar la Policía Federal en meses pasados a los destacados estudiosos de una ciencia que en México jamás dejará de ser ficción. Todo forma parte de lo mismo, estamos inmersos en la dulce vida de lo fallido.
El espectáculo registrado en un comedero de lujo en el Paseo de las Palmas de Lomas de Chapultepec es uno de los episodios que llenan de orgullo a la cultura camp. Un montón de policías ministeriales de avanzada entraron con lujo de armas y de fuerza de reacción para detener con lujo de potencia al engominado Juan Collado, un litigante defensor de delincuentes de cuello blanco, mayoritariamente lavadores de dinero mal habido.
Lo ridículo apareció cuando los comensales observaron que los agentes tomaban de ambos brazos al abogado huizachero y a su cliente de turno, el cacique sindical Carlos Romero Deschamps. Todos los presentes constataron que los mastines levantaron a los dos, para llevárselos en el acto rumbo a los separos.
Como la cosa iba en serio, nadie dudó de las intenciones manifiestas del operativo policíaco. Afuera, sobre el Paseo de las Palmas, decenas de patrullas daban el toque solemne a este ataque de la justicia. Pero a los separos sólo llegó Collado. Romero se quedó en la calle, a las puertas del restaurante.
Minutos después de que este escribidor diera la noticia exclusiva en las redes sociales, los puntuales medios de comunicación y los loritos radiofónicos se desgañitaron en dar la noticia leyendo a gritos el boletín expiatorio de la Fiscalía General de la República que hablaba de una detención pulcra, pero que jamás refirió que el delincuente más abigarrado, Romero Deschamps, siquiera hubiera estado ahí.
La Cuarta Transformación, queriendo abarcar su cuota propagandística creyó que el objetivo estaba cumplido. Los medios harían la magia de destacar la detención del mercachifle, en lugar del encubrimiento del verdadero pez gordo, el culpable de las tragedias petroleras de este país.
Y es que, a pesar de que sobre Romero Deschamps existen centenares de denuncias acerca de delitos graves que lastiman el honor y el interés supremo de esta nación, a pesar de que está demostrada hasta la saciedad su culpabilidad en el robo de combustibles y en el de un millón de barriles de crudo diario…… que desaparecen en altamar, en las boyas campechanas que alimentan los buques petroleros extranjeros que trasladan el producto a mercados negros y a puertos de todas latitudes, pero que hacen un hoyo gigantesco en el presupuesto nacional, dejando a este país en necesidad extrema de recursos, el asunto ha sido tapado de la manera más ruin.
A pesar de que detrás de todos los entrambuliques de los negocios petroleros en paraísos fiscales y en concesiones de rapiña está la mano del poderoso charro mexicano, del esquirol histórico de las luchas en favor del patrimonio público está la mano de ese nefasto, el brazo de la justicia lo tuvo… ¡y lo dejó ir!
Ningún mexicano puede tragarse esa rueda de molino. Ya es demasiado lo que pasa cotidianamente para dejar de apreciar lo ridículo de aprehender al huizachero, quizá por revanchismo, por el ardor molesto de albergar en una fiesta faraónica a lo peor del catálogo delincuencial de este país, en lugar de atrapar, de echarle el guante a los verdaderos responsables, a los instigadores del desastre económico, político, social y cultural que nos atosiga. A menos, claro, que Collado sea la punta de la madeja en la que están enredados, no sólo Romero Deschamps, también Carlos Salinas de Gortari, Enrique Peña Nieto, Francisco Gil Díaz y otros presuntos delincuentes de la misma calaña, a quienes el propio AMLO motejó como “la mafia del poder”.
Todos estábamos esperando que ahora sí, el brazo de la ley había decidido, en aras de defender lo nuestro, llegar hasta las últimas consecuencias, poner tras las rejas a los indeseables. Pero no. La Cuarta Transformación vuelve a vestirse de samaritana y perdona la vida de Romero Deschamps, protagonizando un ridículo que habla otra vez muy mal del mar de fondo de la corrupción endémica.
Nadie exculpa los oficios de Juan Collado, un abogado de los favoritos del corrupto sistema pripanista. Él podrá alegar en su favor que desarrolla actividades de ejercicio libre de profesión, cubiertas por el ropaje constitucional, aunque sus procedimientos sean impúdicos. Pero esa es otra historia. No es por eso. Está bajo resguardo en el capitalino Reclusorio Norte por sus actividades en la cuestionada —y siempre protegida— Caja Libertad: delincuencia organizada y lavado de dinero. Ni más. Ni menos.
Y es posible, muy posible, que en base a los argumentos exculpatorios y a los retintines de honestidad que serán apoyados sin duda por la caterva judicial imperante —impuesta en su mayoría por el sedicente abogado Humberto Castillejos—, Collado será declarado absuelto. Son demasiados los compromiso$ que están de por medio. De eso pocos tienen duda.
Una absolución tramposa que cumplirá con el objetivo de cubrir de inmunidad a todos los clientes. México está en el camp. Nunca se irá. Salvados todos los obstáculos de delincuencia organizada, lavado y las demás jerigonzas que no sirven ni para un barrido, ni para un trapeado.
A menos que…
Mientras, la sospecha vuelve a caer sobre un régimen político que no alcanza a legitimarse. La dilación, la denegación de justicia pronta y expedita arroja un manto execrable sobre las buenas intenciones del equipo de inservibles y maniatados que rodea al titular del Ejecutivo, echando por la borda un bono de confianza que a partir de hoy está casi liquidado.
¿Quién puede creer en la fortaleza del estado de Derecho infinidad de veces pregonado? ¿Quién puede confiar en los aparatos judiciales que caen sobre los hilos más delgados y exoneran de facto a los culpables? ¿Cuáles son esos poderes extralegales que liberan a quienes han causado tanto daño a la nación?
A partir de hoy, quién apostará en contra de las razones de Urzúa y a favor de las intenciones del nuevo Chespirito hacendario? ¿Quién apostará al régimen de la Cuarta Transformación que insiste en el ridículo contumaz? ¿En lo camp? ¿Siempre en lo camp? ¿Usted qué cree?
Índice Flamígero: Versión oficiosa: que no, que al momento en que irrumpieron los agentes federales al restaurante donde Carlos Romero Deschamps comía con Juan Collado, el cacique sindical no se orinó, sino que “uno de los agentes que detuvieron al abogado, con la punta de su metralleta accidentalmente golpeó la copa de whiskey y ésta cayó en el pantalón del líder petrolero. El agente se disculpó, el petrolero sonrió.” Jajajajaja. + + + Y es en ciertos medios de comunicación donde Romero tiene más fans, seguidore$ o como guste usted llamarlos. Algunos de ellos llamaron al escribidor para corroborar si era cierta la versión de su detención. No daban crédito. ¿Cómo? ¡No es posible! Cuando la Fiscala General de la República soltó la versión oficial, respiraron de alivio. Romero no estaba detenido. El embute, las prebendas siguen. ¡Enhorabuena, coleguitas!
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