Bola de cristal
Opinión miércoles 10, Jul 2019Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- La más reciente entrega de la escuela mercadotécnica, que es el universo cinematográfico de Marvel, Spiderman: Far From Home, lidia con lo sucedido en la trágica Avengers: Endgame y da las primeras pistas de lo que nos espera en el futuro de esta macrohistoria interconectada

No es casualidad que el símbolo distintivo de Mysterio (el gran representante de las apariencias e ilusiones que se hacen pasar por verdades y realidades) sea una bola de cristal.
Quizá la Historia de la Filosofía no es otra cosa que la pregunta por qué es la verdad. Desde los filósofos presocráticos el amante de la sabiduría se ha empeñado en develar lo que hay detrás de la mera percepción para conocer qué es real y qué es apariencia. Para esto la principal herramienta de los pensadores ha sido el llamado pensamiento crítico. La palabra crítico, justamente, tiene su origen en el griego antiguo κριτικός (criticós), emparentada, a su vez, con el vocablo κρίσις (crisis) que refiere a la acción misma de separar algo. De este modo, mientras la crisis es el hecho de distinguir, lo criticós refiere a la ciencia o técnica de discernir, separar o diferenciar entre una cosa y otra.
La más reciente entrega de la escuela mercadotécnica que es el Universo Cinematográfico de Marvel, Spiderman: Far From Home, lidia con lo sucedido en la trágica Avengers: Endgame y da las primeras pistas de lo que nos espera en el futuro de esta macrohistoria interconectada. En esta ocasión, el villano elegido para ser adaptado dentro de este fascinante universo de películas es Mysterio, quien en los cómics se caracteriza por ser un gran mago, hipnotista y generador de ilusiones que tiene el propósito de enaltecer su figura con base en sus complejas manipulaciones.
El modo en que esta película adapta a Quentin Beck es muy ingenioso e inteligente, pues lo moderniza al explicar sus poderes por medio de un uso específico de tecnologías de las que hoy en día echamos mano y conocemos bien. Más allá de poner el acento de su poder villanesco en la magia, lo pone en la ciencia y, específicamente, en su capacidad de manipular la realidad y, con ello, dirigir la opinión pública.
El personaje no podría ser más apropiado para la época en la que vivimos, a la que se le ha llamado la época de la posverdad por el dominio de una realidad distorsionada por los nuevos medios de comunicación con los que vivimos y por la aparente falta de pensamiento crítico en nuestras vidas cotidianas. Claro, puede parecer muy hipócrita de mi parte escribir esto en un periódico o publicarlo por medio de internet y redes sociales (Facebook y Twitter) pues dichas plataformas han sido usadas en algunos casos como medios de “creación de la realidad”, sin embargo, esa es parte de la propuesta que hace Filosofía Millennial: no alimentar los discursos ajenos, sino alimentar los discursos singulares de nuestros lectores por medio de las reflexiones, las dudas, el diálogo y las preguntas que, en última instancia, estimulan el pensamiento crítico.
No es casualidad que el símbolo distintivo de Mysterio (el gran representante de las apariencias e ilusiones que se hacen pasar por verdades y realidades) sea una bola de cristal. Se trata de un símbolo doble: por un lado, el símbolo de la clarividencia, es decir, de la visión diáfana de la realidad e incluso del futuro y, por otro, el símbolo de las esferas de Navidad que son burbujas que encierran realidades completas dentro de sí mismas que, vistas desde dentro, son armónicas y perfectas, pero que vistas desde afuera exhiben sus errores y defectos.
Justo eso son las redes sociales y los medios de comunicación en sus versiones más perversas: una esfera de cristal. Burbujas que hacen parecer al mundo exactamente como tú lo consideras, que te hacen pensar que lo que tú tienes por prioridad es la prioridad de los demás, incluso, que son capaces de describir eventos y personas con sesgos tales que deforman la percepción que tenemos de las cosas e incluso levantan dudas donde no existen bases para ellas.
Exactamente, de ese modo funcionan los algoritmos de las redes sociales más populares: si tu hablas de perros, de pronto todo se plaga de historias, fotos, comentarios y videos de perros; si tú comentas de manera negativa sobre una película, en consecuencia la red te lanza más anuncios de esa película; si te burlas de un tópico, en automático la plataforma te lanzará más información, más memes, más notas sobre aquello que trivializas. Su objetivo es que permanezcas ahí, ineractuando, comentando, compartiendo.
¿Esto quiere decir que hay que dejar las redes sociales y los medios de comunicación? No necesariamente, por dos razones: primero, porque el hecho de que los algoritmos funcionen de tal o cual manera no implica que no contemos con herramientas para no quedar envueltos en ellos y, segundo, porque no son la única dimensiones de nuestras vidas que alimentan esta lógica de apariencia sobre realidad.
Los algoritmos, las ilusiones, tal como Spiderman lo hace en esta película, se rompen con base en los propios sentidos, en la propia facultad de discernimiento, en otras palabras, con pensamiento crítico. Sin embargo, este pensamiento crítico no es un don mágico que se dé espontaneamente, el pensamiento crítico es un trabajo diario. Es el trabajo de informarse, analizar, preguntarse, dudar, ser curioso, dialogar (no quejarse y descalificar sino dialogar con base en escuchar, entender y empatizar con el otro antes de aportar observaciones y críticas) y sobre todo es un trabajo de formar una convicción propia. Construir una concepción del mundo y de la realidad que podamos defender con argumento sólidos y que podamos querer de manera universal (es decir, que podamos querer que se cumpla para todos y cada uno de los individuos que existen en este mundo).
Este pensamiento incluye, y aquí quiero hacer un fuerte énfasis, todas las bolas de cristal en las que podamos quedar atrapados. Tu burbuja puede ser tu propia opinión, tu propia ideología, tu posición política, tus amigos, tu vida de pareja, tu vida de soltero, la vida académica, tus valores familiares, tus valores religiosos, tus valores personales, los filósofos que amas, los filósofos que odias, lo que admiras y lo que detestas, tus prejuicios, tus gustos y un casi infinito etcétera. Tu burbuja puede ser el sitio de internet que administras y la columna que escribes todos los miércoles en un periódico y que difundes en la red.
Hace algunos meses había escrito ya sobre Spiderman, dije que este personaje tiene como identidad la propuesta, muy existencialista, de atreverse a intentar, a dar un salto a ciegas y afirmar la propia libertad en pos de la oportunidad de ser el héroe de tu propia historia de vida. Hoy, más que nunca, hay que considerar la valía que tiene el reto de lanzarse al vacío que puede implicar construir una humanidad personal rica y robusta apoyada en un sólido e inagotable trabajo por construir un pensamiento crítico propio.
Una vez ahí, puede preguntarse, ¿cómo sabre que mi pensamiento crítico no es una burbuja más? La respuesta, me parece, parte de lo que Aristóteles alguna vez apuntaba como la diferencia entre el sofista y el filósofo; el filósofo (el verdadero humano humanista), a diferencia del sofista, hace todo lo que hace con una simple intención: encontrar la verdad.
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