Para gobernar no se puede confiar sólo en la mano alzada
Francisco Rodríguez viernes 5, Jul 2019Índice político
Francisco Rodríguez
En el mundo que nos ha tocado vivir, ningún país está lejos del mundanal ruido. Esto quiere decir que ninguna sociedad actual puede ser analizada sólo a la luz de sus instituciones constitucionales y legales, haciendo de lado el papel primordial que juegan los grupos efectivos de poder y de presión en el proceso político, siempre dialéctico, siempre cambiante.
Ninguna cuestión pública puede ser separada de sus repercusiones económicas y, consecuentemente, ningún asunto económico o social puede ser resuelto sin instrumentos de análisis integral que no tomen en cuenta a los interesados y a los manipuladores de siempre.
Los grupos de presión nacional e internacional constituyen un hecho irrefutable de la biografía política del hombre. Al fin y al cabo, la estructura moderna de los grupos de manipuladores tiene viviendo entre nosotros más de tres siglos, con estructuras aún más fuertes que los partidos políticos o las organizaciones de autodefensa.
Karl Loewenstein lo dijo a principios del siglo XX: “El manipulador de los hilos que entre bastidores mueve las marionetas en el escenario, según su voluntad, es un fenómeno omnipresente del proceso del poder”. Siempre ha estado ahí, desde el Egipto de los faraones, desde Tlacaelel en el Templo Mayor del teocalli…… hasta en los estados islámicos, antes de la restauración japonesa de la dinastía Meiji, y durante el mandarinato en China. Es inútil tratar de negarlo. Nadie puede actuar solo, todos deben someterse a esta lupa gigantesca que abarca todos los confines y todas las épocas.
Un análisis superficial de las dinastías europeas y norteamericanas durante los últimos tres sigloslleva a la conclusión de que la rotación del poder y de la autoridad efectiva se reduce a unos cuantos apellidos que siempre han estado allí, detrás de todo, absolutamente de todo.
Posiblemente ayude a comprender lo anterior el hecho de que, desde que Carlos Marx salió huyendo de Prusia debido a la persecución política y militar en su contra, llegó a Londres a encontrar refugio en la casa mayor de Nathan Mayer Rothschild. ¿Le suena? Son los dueños del actual banco mundial HSBC.
Antes había llegado a esa casona, compelido por razones muy parecidas, un masón británico que llegaría a ser primer ministro de la Commonwealth, Benjamín Disraeli.
El mayor de los banqueros Rothschild, Nathan, pidió como única condición que Marx elaborara, a cambio de su financiamiento y mecenazgo, su obra cumbre, El Capital, a raíz de la explicación al autor sobre el objetivo mayor de la dinastía: la globalización, es decir el gobierno del mundo en un puño, con autoridades a modo. El sueño de siempre.
A Lionel Walter Rothschild, hermano menor, se le atribuyó durante largo tiempo la autoría de Los protocolos de los sabios de Sion la biblia del antisemitismo militante. Pero para mayor comprensión de lo anterior, debe apuntarse que Lionel siempre fie el jefe en la sombra del Partido Comunista, organizador de la Primera Internacional.
La familia Rothschild, aparte de judíos icónicos, eran budistas consumados. La frase que presidía el comedor era “Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado, está fundado en nuestros pensamientos y está sólo hecho de ellos”. (frase indudable de Siddhartha Gautama, Buda).
El poder efectivo desde entonces, hasta hace muy poco, ayer por ejemplo, giró en función de tres apellidos: Rockefeller, Rothschild y Bildberger. Durante dos siglos su influencia se ejerció sobre las más prestigiadas agencias de noticias del mundo. Sólo faltaría añadir el nombre del conglomerado BlackRock, de Larry Fink.
United Press International (UPI); Asociated Press (AP); Reuters; Agencia France Press (AFP) y todas las que usted guste añadir, han estado siempre en las agendas de sus menús políticos.
Así ha sido y es el mundo omnipresente. El grupo original dobla y desdobla apellidos, crea y recrea dinastías, duplica y multiplica necesidades e intereses avocados a satisfacerlas, así sea a través de placebos e instrumentos como las guerras, las vacunas, las drogas, los trasiegos de órganos humanos, la medicina genómica, etc.
La maquinaria del totalitarismo económico y político sigue funcionando, sin reparar en los avatares y en las consecuencias históricas, para arrasar a todo adversario y confinarlo a su mínima expresión. Nadie está a salvo. Nadie tiene con qué defenderse exitosamente frente a esa avalancha.
Esa es la clase de época que nos ha tocado vivir, en donde el firme terreno de nuestras ideas preconcebidas se sacude todos los días bajo nuestros pies. Hemos llegado al fin del ciclo de nuestra supervivencia. Sólo grandes dotes de imaginación y valor pueden subsistir.
Como dijera William Shakespeare en El rey Lear: “…de ser humana la muerte, habría perecido hoy”. El personaje del dramaturgo, adicto a la simulación del poder, muere solitario al no entender el auténtico rostro de Cordelia, representante del aplastamiento inexpresivo.
Nadie está a salvo. Nadie puede gobernar con la displicencia que caracteriza a los frívolos. Todos deben sujetarse a un guión, delineado por los límites de lo que se puede y de lo que se debe hacer. Sin temores ajenos a la naturaleza de su pueblo. Con obstinación, pero sin astucias suicidas.
Nadie está a salvo, como si se tratara de gobernar la ínsula Barataria. Nadie puede gobernar con la simple inspiración, sin el respaldo abrumador de las mayorías y la aceptación y obediencia de las minorías que en esta materia montan tanto como el que más.
A cada paso, debe estar antes la ley. A cada decisión, debe estar antes la disposición de continuar siempre juntos.
Nadie está a salvo. Ningún país está tan lejos del mundanal ruido. Ningún gobernante se manda solo. El que así lo crea puede despertarse un día con la sorpresa de su vida. Para dar y estar en la pelea no se puede confiar tanto en la mano alzada.
Conocer el mundo real y las repercusiones de cada medida es hoy un ejercicio consustancial al poder. Saber dónde se está parado es insustituible. No por temor, sino por supervivencia. El dirigente responde a un pueblo, no sólo a sus caprichos. ¿No cree usted?
Índice Flamígero: La Enciclopedia del Derecho, Historia y las Ciencias Sociales define al voto a mano alzada como un “sistema de votación que se distingue del voto por escrito (o voto secreto) en que los votantes manifiestan su decisión públicamente, mediante el gesto físico de levantar su mano. Aunque la legislación lo prevé de forma expresa, se utiliza con frecuencia para la toma de decisiones en asamblea (que para su validez han de acordarse por mayoría) y para la ratificación de preacuerdos alcanzados. Procedimientos de votación (que podrían efectuarse también mediante voto a mano alzada) se prevén, específicamente, para la designación de los agentes negociadores en los convenios colectivos de trabajo, y para la convocatoria de huelga por parte de los trabajadores”.
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