Un dilema para el cambio
¬ Armando Sepúlveda Ibarra martes 18, Jun 2019Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
Bajo la hostil mira de la saliente (y todavía cercana y viva) mafia del poder, herida en sus intereses aviesos que crearon cuando sus miembros fueron parte o vivieron en amasiato con los nefastos gobiernos del pasado y, con la avidez de usurero o dueño de banco, amasaron fortunas inauditas a la sombra de la corrupción, el régimen del cambio pisa algunos callos y titubea cauteloso ante ciertos poderosos y, al parecer, va por otros intocables y por un país más justo y, con algunos errores y novatadas y también caprichos, tantea sus pasos en el fragor de tormentas mediáticas por sobre una cuerda riesgosa para cruzar las grandes aguas, como el equilibrista de Zaratustra, asediado incluso por chiflados domésticos estilo Fox y foráneos de la calaña de Trump, para verlo rendirse a los deseos de los enemigos y sus pajes y precipitarse al fracaso, entre la ansiedad de los nostálgicos por volver a los tiempos del saqueo y la impunidad y la rapacidad de las camadas de los nuevos ricos debutantes en las listas de Forbes al final de cada sexenio.
Para evitarle a este volatinero soñador, esperanza de muchos y blanco de ataques de otros, que caiga al vacío por un traspiés como el desafortunado personaje de Nietzsche, ante la insidia de los opuestos y el golpeteo incesante de los perdedores y tantos frentes abiertos sin necesidad al calor de las conferencias mañaneras y su enjundia por distinguirse de los demás protagonistas de la historia política del país, hace falta que el presidente Andrés Manuel López Obrador valore los aciertos y las fallas, los avances y retrocesos, todo lo bueno y lo malo de su incipiente gobierno y, con la humildad propia de los grandes, retome las enseñanzas, consolide logros y corrija desatinos de alguien que aspira a una transformación profunda con mucha voluntad y apoyo ciudadano y escasos recursos y férrea oposición de los damnificados de la política y, a veces, con visión corta o aldeana de sus gentes e influencia negativa de algunos actores de su gabinete de lujo incapaces; sin embargo, para enfrentarse a los problemas por su grandiosa medianía, como si compitieran con los zafios de los clanes de Foxes y Peñas, líderes entre los más mediocres.
Todo mundo afín a la lucha y proyecto del fundador de Morena, entre quienes sobresalen los desposeídos y marginados de siempre y los sectores de la sociedad hartos de las inmoralidades de los gobiernos priístas y panistas, espera con impaciente ilusión resultados a corto plazo en beneficio del pueblo antes de sentir decepción por un eventual fracaso, mientras que las familias de la aún vigorosa mafia del poder (todavía con un pie dentro) y sus serviciales peones de pluma y micrófono acuartelados en medios periodísticos que agasajaron su codicia con dineros públicos disfrazados de publicidad, a cambio de solapar a los corruptos y esconder sus fechorías, apuestan su resto a que se derrumbe la cuarta transformación, aunque así arrastre a México por sendas aciagas como las devaluaciones en los sexenios de López Portillo-De la Madrid y Salinas-Zedillo, cuando la economía vino por los suelos y empobreció a buena parte de los mexicanos, enriqueció a unos cuantos amigos y cómplices y condenó a generaciones de mexicanos a la ruina, o por la alegre corrupción, impunidad, saqueo, desplome del peso y violencia incontenible de los sexenios de los panistas Fox y Calderón y del nuevo PRI de Peña y su pandilla, iguales de siniestros.
A López Obrador le llegó la hora de ajustar sus ideas y estrategias a la realidad del país a partir de su corta experiencia como Presidente de la República y sus frutos y pifias a sólo seis meses de haber asumido el cargo, su momento estelar de examinar a colaboradores en sus destrezas e inteligencias, así como en sus torpezas y mediocridades donde las halla o atesoren, para felicitar a unos y, con la pena a los amigos, despedir a otros que han dado muestras de ser estorbos para alcanzar la grandeza que concibe el tabasqueño al imaginarse, desde su triunfo de julio de 2018, encarnando las hazañas de héroes nacionales como Juárez, Madero y Cárdenas, que reclama esta época, ni más ni menos.
Ni los gobernantes de Morena ni sus opositores con sus protegidos y socios que fueron desplazados del gobierno y de los tesoros públicos donde engordaban sus fortunas, ni la misma prensa oficiosa que se exhibe en contra de las ideas de López Obrador, pueden negar que desde las trincheras de la antigua mafia del poder —algunos de cuyos miembros distinguidos, como paradoja, fueron reclutados como asesores por el mismo Presidente— se libra una tenaz y descomunal resistencia al cambio de régimen, con la perversa trama de conservar privilegios, canonjías e intereses, para intentar desbarrancarlo o, de perdida, minarlo en sus fortalezas para cuando llegue la elección intermedia de 2021 y sueñen con recuperarse de la derrota y ganar el Congreso de la Unión y, para alimentar más ilusiones, llevarse en el 2024 la Presidencia de la República y volver a ser otra vez intocables, a pesar de que esas bandas sexenales de neopriístas y neopanistas languidezcan por el momento bajo los escombros del tsunami de julio de 2018, cuando el hartazgo ciudadano los sepultó, huérfanos de liderazgos y confrontados entre sí por quedarse con sus despojos.
Mas los tiempos del cambio despertaron odios y rencores, durante la campaña política y después de la histórica elección, entre perdedores y ganadores y, sobre todo, entre las cúpulas de los grupos de poder económico y político que atizan las confrontaciones con sus peones y alfiles desde los medios periodísticos afines que, como por arte de magia, se quitaron la mordaza de la autocensura cómplice con que, por lo regular, ocultaban las transas de los regímenes priístas y panistas y enderezaron una crítica feroz y parcial contra el cambio, en especial personajes del periodismo de consigna que han servido a la dictadura perfecta del PRI, incluyendo al tenebroso salinato como empleados u oficiosos y, por igual, a otros intereses oscuros bajo el disfraz de prensa libre, para desprestigiar a los nuevos gobernantes con la encomienda de magnificar yerros menores o algún dislate verbal o inflar verdades a medias, cuando cabe la pregunta de quién olvida que esos esperpentos del periodismo fueron hábiles para esconder los monumentales atracos a la nación, tanto en Petróleos Mexicanos y demás entes de gobierno, como en el frustrado nuevo aeropuerto de Texcoco, donde unos cuantos notables, amamantados por la ubre pública, sin licitaciones o con dudosa transparencia o, de plano, de la mano de la campante corrupción del sexenio anterior, llevaban la tajada del león e incluso en sociedad discreta con personeros del oficialismo que ahora tiemblan ante el reclamo social, porque la justicia los siente en su banquillo a rendirle cuentas claras de sus trapacerías, lejos de concederles amnistía por haber robado a los mexicanos los dineros de la nación.
Aunque la gente sabe que la violencia, la corrupción y la impunidad pertenecen a la herencia de los gobiernos del pasado a la nación y sus habitantes, también es cierto que la cuarta transformación carece hasta hoy de una estrategia real para combatir a la creciente delincuencia organizada y, en consecuencia, han subido los índices en todos los delitos y, para disgusto del grueso de los mexicanos, tampoco se ha lanzado una verdadera campaña contra los corruptos de los sexenios anteriores a quienes se les ha dado de antemano la graciosa e inmoral oferta de perdón y olvido, salvo la aplaudida persecución del ex director de Pemex, Emilio Lozoya, ya prófugo de la justicia, por la acusación de embolsarse fortunas mal habidas con aval y connivencia de más arriba, parapetado en el cargo, a reserva de que el fiscal general de la Republica, Alejandro Gertz Manero, rasque hasta el fondo del pestilente e impune aún expediente de Odebrecht, por cuya podredumbre han rodado cabezas de ex presidentes de países latinoamericanos donde sus dineros corrompieron a las altas esferas. Ni se ve ni se siente tampoco que entre las burocracias hayan desaparecido las corruptelas con el simple ejemplo del huésped de Palacio Nacional y, para muestra, cualquier mortal remitiría a los contratos de adjudicación directa de obras y compras y cómo ciertos superdelegados y otros funcionarios o amigos del régimen se han beneficiado con contratos de dependencias del gobierno con el tráfico de influencias o el amiguismo que tanto se condenó durante la campaña. Quién podría ocultar errores y omisiones en las altas esferas de la política como la falta de oficio de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero (memorable por haber abierto las rejas de la cárcel a la francesa Florence Cassez, sentenciada a 60 años de prisión por haber participado en el escandaloso secuestro de tres personas), para manejar la crisis de los migrantes centroamericanos y abrirles camino rumbo a los Estados Unidos o incumplirle a los emisarios del demagogo Trump los acuerdos para contenerlos desde su ingreso a Chiapas. O como, para enojo de muchos compatriotas y vergüenza de la diplomacia mexicana, el canciller Marcelo Ebrard consolidó el patio trasero de los Estados Unidos de Norteamérica, al rendirse indefenso a las presiones del gobierno del locuaz vecino, con la indecorosa oferta de poner un muro de guardias nacionales en la frontera con Guatemala, para frenar y perseguir a centroamericanos que huyen de la violencia y el hambre de sus países. O corroborar, entre los desaciertos, los grandes zapatos con que calzaron a la señora Claudia Sheinbaum, científica — así le dicen sus admiradores— incapaz como jefa de gobierno de la Ciudad de México de tener un plan contra el crimen aun cuando, a juicio de López Obrador, sufra los ataques de “los grandulones y abusivos” con la ola de críticas de los capitalinos a propósito de la creciente violencia capitalina.
Aún hay, sin embargo, tiempo para las rectificaciones, para cerrar frentes que desgastan en vez de abrirlos, para buscar la unidad en la diversidad, sumar voluntades y evitar pelearse con todos quienes critiquen o disientan, tenga o no la razón, para componer la marcha del Arca de Andrés, adonde nadie duda que subieron muchos indeseables y oportunistas y otras alimañas confundidos con la mayoría urgida de hallar rumbo cierto al país, camino a la cuarta transformación, antes de que crezcan los problemas, vuelva la locura de Trump con sus amenazas electoreras difíciles de enfrentarlas, sin medir los peligros de luchar sin una estrategia y fortaleza verdadera, más allá de discursos y buenos propósitos, contra la ambición del presidente de la nación más poderosa del mundo y, para acabarla, surja la frustración de un pueblo que, como el reverendo Martin Luther King, ha tenido un sueño…
* Premio Nacional de Periodismo de 1996.